El sentido social aplicado a las finanzas tradicionales

HAZ28 junio 2007

Invertir con responsabilidad, es decir, por razones que van más allá de las económicas es la razón de ser de la conocida como Inversión Socialmente Responsable (ISR), un concepto que BBVA y Revista Haz llevaron a la mesa de debate este mes de abril en una Jornada que tuvo lugar en la Bolsa de Madrid entorno al análisis y gestión de este nuevo concepto de finanzas.

A lo largo de la Jornada hubo tiempo para replantearse o cuestionarse la manera tradicional de abordar las decisiones de inversión y la forma en la que las empresas están ya integrando las variables sociales y medioambientales en sus operaciones de negocio con el fin de mantener un diálogo más f luido con sus diferentes grupos de interés –clientes, empleados, proveedores, competencia, etc.–.

Estas tendencias han sido, precisamente, las que han impulsado la creación y desarrollo de distintos instrumentos o fondos de inversión presididos por criterios sociales y de tipo ambiental. Son los llamados fondos éticos o, más concretamente, fondos socialmente responsables.

A día de hoy, existen en España 35 fondos de Inversión Socialmente Responsable, que gestionan 1.141 millones de euros, una cifra que va siendo importante, según los analistas, pero que sigue muy por debajo de los 8.000 millones que gestionan las entidades en Reino Unido, por ejemplo, o los 3.000 millones que se gestionan en Francia.

Pese a ser uno de los países de la cola a nivel europeo en este sentido, lo importante es que ha surgido, en cualquier caso, una nueva corriente que está rebatiendo la manera tradicional de abordar la solución de muchos problemas sociales.

Se trata de un nuevo enfoque que sitúa a las personas que en circunstancias normales viven o vivirían en la zona conocida como «base de la pirámide» en protagonistas: y es que los pobres pueden ser clientes excelentes.

El secreto está en que las empresas, mediante la innovación, desarrollen productos y servicios para esos miles de millones de personas que se encuentran en la base de la pirámide, y uno de estos instrumentos de innovación son precisamente las microfinanzas, una tecnología crediticia, desarrollada en sus orígenes por algunas ONG, que hoy ha conseguido hacer accesibles los productos financieros a los más desfavorecidos e interesar a la banca convencional y a los fondos de inversión en esta nueva industria.

Bancos de importante tamaño como BBVA cuentan ya con productos de este tipo, como el fondo de inversión BBVA Codespa Microfinanzas –el primer fondo español especializado en microfinanzas y de Inversión Libre (FIL) que invierte el 85% de la cartera en activos ligados a las microfi- nanzas, con el resto, el 15%, invertido en activos monetarios para satisfacer las necesidades de liquidación–, o de fomento de este tipo de inversión como la Fundación BBVA para las Microfinanzas, dotada con 200 millones de euros para atender a este pujante mercado.

En América Latina existen cientos de instituciones de microfinanzas. Se estima que las 80 instituciones más grandes atienden a una clientela de más de cuatro millones de microempresas, las cuales mantienen un saldo vigente agregado de unos 4.000 millones de dólares — más de 2.970 millones de euros–.

Aunque resulta difícil calcular con exactitud la demanda potencial, las estimaciones más conservadoras apuntan a que existe una demanda no atendida de 18 millones de personas – otros señalan a 60 millones de microempresas- en América Latina, frente a los 4 millones que acceden en la actualidad a los servicios microfinancieros.

A nivel mundial, unos 3.000 millones de personas aun carecen de acceso básico a servicios financieros para enviar remesas, ahorrar u obtener pequeños créditos para financiar proyectos productivos y empresariales o hacer frente a una emergencia.

Según los datos de un reciente estudio de Microrate –la principal agencia de rating de instituciones microfinancieras–, citados durante la Jornada por su presidente, Damian von Stauffenberg, a finales de 2005 existían unos 54 Fondos de Inversión en Microfinanzas que habían invertido cerca de 1.000 millones de dólares en el sector –unos 740 millones de euros–, lo que supone un incremento del 91% respecto al año anterior. La mayoría de los Fondos actuales están concentrados en América Latina.

Aunque según este experto, la tendencia es que vaya creciendo la competencia, aumente la eficiencia y se creen «más y mejores productos», sin embargo, uno de los riesgos más graves que aborda la industria de las microfinanzas en la actualidad es la existencia de gobiernos populistas –como los de Venezuela, Ecuador o Bolivia–, que instrumentalizan el microcrédito como herramienta para ‘regalar’ dinero y ganarse favores políticos, o el hecho de que los microempresarios estén sobreendeudados.

Además, en su opinión, siguen sin existir evaluaciones de desempeño objetivas en la ISR.

En palabras de la responsable de Desarrollo e Innovación de Producto y Gestión de Activos de BBVA, Paloma Piqueras, «las microfinanzas, además de una inversión responsable en un negocio rentable». El secreto, a su juicio, es «combinar correcta y equilibradamente el beneficio social con la rentabilidad económica».

Las microfinanzas se dirigen sobre todo, según explicó, a clientes que se caracterizan por carecer de garantías que respalden los créditos, es decir, que normalmente no disponen de nómina ni de patrimonio, sin embargo, este es «un nicho económico muy dinámico dentro de la sociedad y cuenta con un gran potencial de crecimiento y gran capacidad de devolución y compromiso con el préstamo».

El crédito medio concedido a los microempresarios suele rondar los 500 dólares al año, según Piqueras, y aunque el número de microcréditos concedidos en el mundo va en aumento «la demanda continúa en gran medida insatisfecha».

«Las microfinanzas tienen un fuerte impacto en la economía familiar, mejoran la situación de pobreza y elevan el nivel de vida de las mismas», recalcó.

APUESTA RENTABLE. Durante la Jornada, que fue inaugurada por el director de Negocios Globales de BBVA, Jose Andrés Barreiro y el presidente-editor de Revista Haz, Javier Martín Cavanna, la mayor parte de los asistentes coincidieron en la idea de que la ISR no despega en España por varios motivos, entre ellos la falta de un foro que la promueva, como ocurre en otros de países.

En palabras de Barreiro «invertir en empresas acreditadas como socialmente responsables es una garantía de rentabilidad sostenida y de menor riesgo de la inversión», porque las empresas incluidas en los índices de responsabilidad social corporativa constituyen «un destino preferente de muchos inversores que quieren dirigir sus ahorros a empresas con buenas prácticas y tiene una considerable importancia para la reputación de las empresas, ya que refleja la consideración que merece su comportamiento integral: económico, ético, social y ambiental».

De hecho, «la inversión socialmente responsable se está convirtiendo en una filosofía de interés general para los inversores y en uno de los más poderosos agentes impulsores de la responsabilidad social corporativa», afirmó Barreiro.

Sin embargo, Barreiro reconoció que «el crecimiento de este tipo de inversión está resultando en España mucho más lento que en otros países.

Pero con todo, estamos ante una tendencia que acabará acelerándose también en España», apuntó.

A su juicio, esta nueva filosofía «está fundamentada en la convicción de que las estrategias, las políticas y los sistemas de responsabilidad social corporativa sólidos y coherentes constituyen un buen indicador de la calidad integral de la gestión de las empresas».

Entre los productos de este tipo con los que cuenta BBVA se encuentran los fondos de inversión solidarios BBVA Solidaridad o BVVA Biogen, y desde 2003 cuenta con la indexación del principal fondo de inversión garantizado, BBVA Extra 5 Garantizado II, a empresas del índice de sostenibilidad FTSE 4 Good y un fondo que introduce criterios integrales de responsabilidad social corporativa, el Fondo BBVA Desarrollo Sostenible.

Pese a esta oferta, y según señaló durante su intervención la analista e investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE, Laura Albareda, «sigue faltando la relación y el nexo de conexión entre instituciones de gestión e inversores» y «encontrar espacios de marketing y comunicación para estos productos».

Además, continúa siendo necesario «generar confianza en los inversores, romper el tabú sobre la falta de rentabilidad de estos fondos e insistir en que la ISR es una herramienta de inversión, y no de solidaridad».

También urge, según Albareda, «formar a gestores de inversión en temas de RSE, incorporar analistas financieros de RSE en el mercado español y campañas de formación interna entre las oficinas y los comerciales bancarios».

De cara a los inversores institucionales es importante hacer llegar este tipo de inversión a los fondos de pensiones, catalizar la demanda y analizar el impacto en los diferentes stakeholders, por ejemplo los sindicatos, los miembros de las comisiones de control, etc, y, una vez más, «generar confianza en los inversores». A esto se sumaría el registro público de estos fondos, la creación de fondos de pensiones complementarios de los trabajadores de las Administraciones públicas y su llegada a los Fondos de Reserva de la Seguridad Social.

El director general Pictet Funds en España, Portugal y Latinoamérica, Gonzalo Rengifo, se planteó por su parte si la ISR es «un etilo de gestión duradero o sólo una moda pasajera», pese a reconocer que existe «una creciente concienciación entre los inversores, empresas y gobiernos, sobre el impacto que estos riesgos pueden tener en planteamientos a largo plazo, que pueden ir desde un desarrollo sostenible hasta el rendimiento a largo plazo de la empresa».

Entre las razones para practicar la ISR Rengifo destacó tres muy claras: «eficiencia, rentabilidad, y la tercera y más importante, sentirse bien».

Aún así, siguen existiendo dudas respecto a si es posible conciliar los objetivos de ISR con los objetivos financieros de la Dirección –o gestores de fondos o fondos de pensiones– a la hora de maximizar los beneficios de accionistas e inversores » y continuan surgiendo preguntas como «¿quién decide qué es ISR, y qué no lo es?» o «¿cómo se pueden integrar valores éticos dentro de una cartera?».

Aunque se refirió a varios casos prácticos de empresas y desastres como el ocurrido en Bhopal en 1984 con Union Carbide y el escape tóxico en su planta de pesticidas, o las bancarrotas de Parmalat y Enron, Rengifo concluyó que «no existen datos e investigaciones empíricos concluyentes» que comparen la inversión tradicional con la responsable, y que los ciclos ISR «pueden ser violentos». «La clave está en un buen control de riesgos» , dijo, agregando que «una buena investigación ISR es primordial».

En cualquier caso, la ISR siempre reduce riesgos, fomenta el activismo y la influencia en los consejos de administración, aumenta la presión respecto a los competidores y ayuda los mercados a mitigar las deficiencias, adelantándose respecto a regulaciones gubernamentales excesivas o erróneas. Y lo más importante, concluyó Rengifo: «permite alinear las elecciones de inversión con los valores personales».

MOTIVACIONES Y FINES. En palabras del profesor del Instituto de Empresa, Juan Luis Martínez, «es precisamente la integración de las motivaciones altruistas con las de negocio lo que forma el ‘nudo gordiano’ al que muchos inversores se están enfrentando en su toma de posiciones».

Parafraseando al anterior director ejecutivo de la Fundación Carvajal, en Colombia, Luis Fernando Cruz, –cuya empresa donó el 35,54% de sus acciones a la Fundación para garantizar su sostenimiento– «la empresa no puede vivir en un entrono social enfermo» y hay que hacer algo para cambiar las circunstancias sociales que la rodean en aras de una mejora de las posibilidades de negocio.

Además, –recordó Martínez remitiéndose a declaraciones del profesor del Instituto de Empresa y responsable de la Cátedra de Ética Empresarial de la misma institución, Bryan Husted–, «el hecho de que el inversor esté tomando en cuenta sus propios valores de manera más explícita y esté examinando las consecuencias que sus inversiones tienen en la sociedad, es un síntoma de madurez».

Efectivamente, –agregó- – «los defensores de la performance social afirman que su importancia es vital especialmente si la compañía tiene intención de establecer una relación a largo plazo con sus accionistas, ya que se incrementa el valor de los intangibles y se genera confianza».

La perspectiva adecuada, según Martínez, es asumir una visión a largo plazo que esté orientada al fortalecimiento y la sostenibilidad ya que, al igual que pasa en los mercados bursátiles tradicionales, los efectos negativos que pudieran tener las decisiones especulativas se corrigen cuando se considera el agregado y un horizonte temporal amplio.

Existen muchos motivos que influyen en la toma de decisiones de inversión con una dimensión social: la autosatisfacción, el altruismo o las convicciones personales.

Hablamos de la autosatisfacción ante la capacidad de cambiar las cosas, de transformar la realidad: es eso lo que satisface a este tipo de inversores, que además, no se olvidan de la rentabilidad, por supuesto.

Por último, por convicción, matizó Martínez. Se tiene la creencia de que se debe hacer, de que existe un compromiso por el que se debe colaborar y dedicar el dinero al sostenimiento de acciones solidarias. Desde esta perspectiva, no se necesitaría recompensa alguna para movilizar al inversor, ni hacerle partícipe de ninguna situación de padecimiento: apelando a sus valores y principios, dedicaría su atención al soporte de la causa a la que se sintiera obligado y por la que fuera afín.

«Evidentemente, se podría establecer una gradación en la calidad de los motivos pero, en cualquier caso, lo que procede aquí es preocuparse por cómo satisfacer éstas motivaciones, sea cual sea la dominante, y casarlas con el interés de obtener el mayor rendimiento, entendido este en su doble componente financiero y social», explicó el profesor Martínez.

BUSCAR EL DIVIDENDO SOCIAL. Así, aparece un nuevo perfil a juicio del profesor Martínez: el inversor en causas sociales, que no busca exclusivamente el rendimiento económico de su inversión para su propio beneficio, sino que lo supedita a la posibilidad de financiar proyectos en los que pueda generar mayor impacto y disponer de mayor dividendo social.

Otra modalidad de esta filosofía es la inversión en microempresas.

En noviembre de 1998 el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) lanzó una emisión de bonos globales de este tipo por valor de 1.000 millones de dólares –742 millones de euros– que rinden un cupón semianual del 5,375% y vencen en noviembre de 2008.

JP Morgan Securities y Morgan Stanley Dean Witter dirigieron la colocación y los fondos obtenidos se utilizarán en la financiación de programas de desarrollo social y económico en países miembros del BID en América Latina y el Caribe.

Asimismo, la Overseas Private Investment Corporation (OPIC), organismo del Gobierno de Estados Unidos, llevó a cabo su primera incursión en el mundo de las microfinanzas y firmó un acuerdo de concesión de un préstamo de un millón de dólares. Durante un año dichas instituciones de microcrédito concedieron un total de 375 millones de dólares –278 millones de euros– en préstamos a 285.000 microempresarios de bajos recursos.

Estos ejemplos citados por el profesor Martínez son una clara muestra de que lo social no está reñido con lo económico, y que un inversor preocupado por la rentabilidad y los valores, puede encontrar productos financieros que satisfagan su inquietud económica, o al menos eso opinó la gran mayoría de los asistentes a esta Jornada.

En su opinión, –e indisolubles la una de la otra–, «la dimensión económico-financiera y la social requieren sin embargo de sistemas de información al accionista que le permitan tomar decisiones sin incertidumbres».

Para esto surgen los códigos, estándares y Memorias, como un intento de contrarrestar la falta de información.

Para garantizar esa rentabilidad a quien aun hoy duda sobre si invertir en este tipo de fondos, un Informe elaborado en 2004 dejaba patente la existencia de una correlación «positiva» entre los resultados económicos de una compañía y el comportamiento responsable de sus directivos, reflejado en el seguimiento de los códigos.

Todos estos informes, estándares y códigos sirven de puente para generar y fortalecer la relación empresa-inversor –o accionista– siguiendo indicadores que van desde la diversidad, a las relaciones con los trabajadores, pasando por las condiciones de trabajo, el empleo de menores o las acciones en beneficio de la comunidad.

De este modo, del efecto combinado de una posición reactiva frente a las situaciones de crisis y de una motivación activa respecto al desarrollo de prácticas socialmente responsables, surge un interés creciente en hacerlas públicas y esta tendencia «ha llevado a las compañías que no realizaban ningún tipo de actividad en este sentido a copiar este comportamiento», recalcó Martínez.

«Es cierto, que algunos podrían acusar a las compañías de tratar de maquillarse bajo el paraguas de las recomendaciones de gestión responsable e incluso de aprovechar el prestigio como participantes en determinados foros o índices bursátiles», pero «sin entrar a moralizar sobre esta cuestión, la voluntariedad con la que las empresas suscriben los estándares le ofrece a las organizaciones de donde proceden la capacidad de exigir todo tipo de comportamientos y de mejora», concluyó Martínez.

En suma, invertir con responsabilidad suma; y en esa suma, o círculo virtuoso, todos ganamos.

Por Laura Martín