La cultura, ¿solo para verano?

Cuando se aproxima el verano, el concepto común de lo que la cultura ha de ser se desplaza significativamente al terreno del ocio y el entretenimiento. Parece como si el calor estival suavizara las actitudes más analíticas y autoconscientes para abandonarlas al amable disfrute del mero confort.

Esta actitud de relajo es vista por algunos como una frivolidad necesaria, como un estado de paréntesis y recuperación inevitable para continuar con lo que consideran la «verdadera» cultura.

De esta manera, los best sellers colman playas y piscinas, mientras que la televisión se entrega a los brazos del espectáculo de sala de fiestas, los periódicos a los relatos «de verano» y los ritmos «bailables» se perpetúan en emisoras y locales comerciales. La cultura llena los medios de comunicación, pero utilizada, difundida y -las más de las veces- reducida a un producto de consumo fácil y sin pretensiones.

El verano emerge en España marcado por dos hechos que definen el calendario de los medios: el parón de la actividad política y el de la liga de fútbol. Esta circunstancia sitúa a la cultura en una posición de paradójico privilegio en lo que atañe a su presencia mediática; pues pese a ser reducida a un producto estacional de consumo rápido, es en verano cuando, más que nunca, cuenta con un espacio destacado en los medios.

Podría decirse entonces que los medios recurren a la cultura para salvar con dignidad la falta de contenidos «principales» del periodo estival en el que no se invierten recursos, dando por hecho además que, en verano, la gente no quiere pensar.

No obstante, los medios se equivocan. Ni los gustos de la gente, ni la cultura, se reducen a la conveniente y perezosa idea que la prensa proyecta de ella durante esta época del año.

Lo demuestra la cantidad, la calidad, el éxito y la diversidad geográfica y estilística de importantísimos eventos culturales que se celebran en este período, como el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, la Semana Negra de Gijón, el Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, la Quincena Musical de San Sebastián o el Festival Internacional del Cante de las Minas en la Unión; por citar unos pocos de los muchísimos ejemplos posibles de magníficos acontecimientos culturales que, desde hace años, constituyen un hito de excelencia y éxito de público en la programación cultural española.

Sin duda, el verano es la época simbólica del descanso y la fiesta en España. La cultura, como no podía ser de otra manera, desempeña un papel fundamental en la articulación colectiva de este estado, que desde hace siglos se concreta a lo largo de la geografía española en infinidad de actividades y eventos.

Podría decirse que no hay un solo pueblo en España que durante la época estival se resista a organizar un evento cultural, cuando menos una verbena popular o un cine de verano (si sus mermados presupuestos y la SGAE se lo permiten).

Es más, las fiestas de nuestro país constituyen un patrimonio de cultura inmaterial extremadamente rico que, además de ser cultura en estado puro, gustan y entretienen. ¿Se puede pedir más? Sí, que la cultura tenga la misma presencia y reconocimiento durante el resto del año.

Tiempo para la cultura

A pesar de la idea que proyectan los medios de comunicación, da la sensación de que la cultura interesa, pues los ciudadanos españoles parecen entregarse mayoritariamente a ella en sus diversas formas durante su tiempo de ocio veraniego. Y es necesario escribir que «da la sensación», pues no parece haber información al respecto. Los resultados de la última Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales (2010-2011), además de ser antiguos, no arrojan datos sobre el consumo cultural por meses o estaciones.

Parece que cuando la gente tiene tiempo libre opta por disfrutar de la cultura. Así pues, habría que pensar qué se puede hacer para que esta receptividad por parte de los usuarios se prolongue durante todo el año. Una importante palanca de cambio sería aumentar el escaso tiempo libre del que disponen la personas.

La participación cultural depende de manera determinante del tiempo libre, tal como defiende Donald Sassoon, profesor de historia comparada de la Universidad de Londres (Víd. Sin dinero para la cultura: dos medidas gratuitas para hacerla sostenible). Por eso, para promover la cultura sería determinante impulsar medidas de conciliación. ¿Quién puede ir al cine o al teatro en días de diario? Muy difícilmente nadie que trabaje ocho horas al día y tenga hijos u otros familiares que atender.

Por eso, más que el «IVA cultural», lo que los creadores y las empresas culturales españolas necesitan son clientes que tengan tiempo de consumir, de disfrutar de sus creaciones, de leer sus libros, de ver sus películas.

El mecenazgo cultural ha de ser, urgentemente, un mecenazgo temporal. Así la cultura dejaría de ser una experiencia marcadamente estacional para muchos y se podría incorporar de una manera sostenida a la rutina de muchas personas más durante el resto del año.

Con un poco de tiempo menos en la oficina y un poco más entregados a su ocio, los españoles y españolas serían capaces de sostener al sector de la cultura a la vez que mejorar sus propias vidas doblemente: por un lado pudiendo desarrollar su vida personal un poco más y por otro, disfrutando al mismo tiempo de la experiencia transformadora de la cultura.

Tanto las empresas como las distintas administraciones han de comprender que entre las políticas de mecenazgo podrían incluirse incentivos para el consumo cultural en forma de tiempo. Aunque parezca paradójico, la mejor forma de leer una novela es apagando las luces de la oficina. ¿Alguien se atreve?

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