Ofrezco habitación para refugiado

Vemos a diario noticias sobre los campamentos de refugiados, de las extremas condiciones en las que viven familias enteras ante la pasividad de la UE, que a pesar de sus compromisos no termina de asumir responsabilidades y que frena su traslado. Mientras, cientos de ciudadanos ponen a disposición de esas personas su bien más preciado, su casa, con el fin de acelerar esta reubicación.

Las noticias que van llegando sobre la situación de los refugiados sirios que siguen esperando un hueco en Europa desde algún campamento fronterizo nos llenan a muchos de indignación. Desde el punto de vista político y económico, las grandes (y pequeñas) potencias europeas se han olvidado de que ellas también sufrieron las penurias de la guerra, de que ellas también mandaron refugiados a otras naciones y que fueron muchos los que los acogieron con los brazos abiertos. Sin embargo, de cara al mundo nosotros les estamos dando la espalda.

El pasado septiembre (después de que las imágenes del niño Aylan Kurdi removiesen todas nuestras conciencias) los miembros de la UE firmaron un acuerdo conjunto por el que se comprometían a acoger a 160.000 personas en dos años, de las cuales España asumiría 16.000. A día de hoy, apenas rozamos la veintena en nuestro país y ni si quiera se puede decir que se haya llegado a mil a nivel comunitario. Y no por falta de medios, según afirman desde organizaciones como la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), encargadas de gestionar la entrada y estancia de estas personas dentro de las fronteras españolas.

Parece más una falta de interés de una serie de políticos (con grandes casas y grandes sueldos) que tratan como ganado a quien más apoyo material y psicológico necesita. A gente que tenía una vida más o menos cómoda, que ha perdido su casa, su trabajo, su familia, su país…

Algo que sí han entendido otras personas con menos recursos pero con mayor voluntad, que han puesto en marcha toda una serie de organizaciones para recoger productos de primera necesidad y enviarlos a los campamentos. O que han puesto a disposición de éstas sus propias casas para poder acoger a algunos de estos refugiados.

Y aunque la mano está tendida, los canales para lograr que los refugiados se agarren a ella están aún por construir. Siete meses (con un invierno de por medio) después de aquel compromiso.

A este lado de Europa siguen esperando muchas personas de buena voluntad que hace tiempo ofrecieron sus bienes para compartirlos con ellos y que no entienden por qué siguen viendo escabrosas imágenes en sus televisores de Lesbos, de Idomani, mientras sus casas están vacías.

Los expertos nos dicen que no basta con la voluntad y que esas personas no sólo necesitan un lugar caliente en el que dormir y tres platos de comida todos los días. Desde CEAR explican que el protocolo habitual es que pasen los primeros 6-9 meses en un centro de acogida, contando con el respaldo de sus colaboradores, ya que hay muchos factores que pueden llevar al traste una experiencia solidaria: el choque idiomático y cultural, las secuelas psicológicas de una guerra y sus consecuencias (abandono forzoso del hogar, la pérdida de familiares y amigos, etc.).

El tiempo que el refugiado pasa en el centro de acogida sirve para que aprenda el idioma y se aclimate a un nuevo escenario que normalmente choca con su cultura, entre otros aspectos. Allí recibe todo el apoyo necesario para conseguir lo antes posible una nueva vida en un mundo que no conoce.

Pasado ese tiempo, ya sería posible la acogida en casas particulares, aunque las organizaciones temen que la solidaridad se apague en un periodo de tiempo tan largo y se encuentren puertas cerradas tras la espera.

Por otra parte, desde el Ministerio de Empleo advierten a todos aquellos que acojan y trabajen con estas personas de que no son inmigrantes irregulares y que tienen derechos en materia de educación y sanidad. También hay organizaciones, como la Fundación Elche Acoge, que recuerdan que, aunque hay articuladas ayudas para quienes abren sus puertas a los refugiados, “según las experiencias de otras personas de esta asociación en otras crisis similares, es poco probable que las instituciones financien la manutención”.

Durante los últimos meses han aparecido en Europa movimientos muy exitosos como el de la profesora Bryndis Bjorgvinsdottir, en Islandia, que a través del grupo de Facebook Siria está llamando ha conseguido decenas de miles de apoyos para que el gobierno del país permita acoger a más refugiados de los que pedía asumir (en un principio, 50, una cifra irrisoria).

Y desde Alemania se puede contar el caso de Bienvenidos Refugiados, una iniciativa de Marike Geiling y Jonas Kakoschke, compañeros de piso en Berlín, que decidieron acoger a un refugiado en una habitación de su casa que se quedaba libre.

Pidieron donaciones para que financiaran su estancia y entre amigos y familiares consiguieron en dos semanas dinero suficiente para cubrir un año entero de alquiler. Así que extendieron su idea a otras personas en su misma situación y han conseguido alojamiento para docenas de refugiados.

Por supuesto, en España la ciudadanía también se ha movilizado. Contamos con la Red de Ciudades Refugio alentada por el actual Ayuntamiento de Barcelona y apoyada por los de Madrid, Zaragoza, Burgos y otros muchos, que están trabajando para registrar y acondicionar todos los puntos de acogida que pueden ofrecer en sus respectivas localidades.

Pero también con pequeñas asociaciones que recogen todo tipo de productos de primera necesidad para trasladar a los campamentos y que también están recabando la información de todas esas personas que ofrecen sus viviendas: además de la Fundación Elche Acoge, la Red Aragonesa de Ayuda al Refugiado, Ayuda a refugiados en Zaragoza, Ayuda a refugiados en Teruel, la Asociación de Apoyo al Pueblo Sirio y un largo etcétera que aportan, granito a granito, una enorme ayuda.

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