Rentabilidad + Compromiso Social = Inversiones de Impacto

HAZ14 febrero 2011

Desde hace un tiempo un nuevo concepto trata de abrirse paso en el mundo financiero, sumando a la rentabilidad habitual de los activos una faceta más humana que tiene como objetivo la ayuda a la sociedad.

Las bautizadas ya como inversiones de impacto se caracterizan por combinar rentabilidad e impacto social en distintos sectores como el de la vivienda asequible, potabilización de zonas rurales, salud materna, educación primaria y microfinanzas.

A finales del pasado mes de noviembre JP Morgan captó la atención de los inversores por dos motivos muy diferentes. El primero se refiere a la demanda presentada contra el banco por casi 9.700 millones de dólares por su presunta colaboración en la estafa piramidal de Madoff. Irving Picard, administrador de la liquidación de las sociedades y bienes de Bernard Madoff, presentó una reclamación ante la Corte Federal de Quiebras de Nueva York acusando a JP Morgan de permanecer «intencionadamente ciega» respecto al fraude, pese a tener conocimiento de «numerosas señales de advertencia» sobre la situación del estafador al ser su banco principal.

El segundo motivo, aunque consiguió despertar el interés de los financieros de Wall Street, pasó más desapercibido para el gran público. El 29 de noviembre el banco de inversiones americanos dio a conocer un documento, elaborado conjuntamente con la Fundación Rockefeller, en el que explicaba el nacimiento de una nueva clase de activo financiero con una oportunidad de inversión próxima a los 400 mil millones de dólares y un potencial de ganancias entre 183 mil millones y 667 mil millones dólares durante la próxima década, en cinco sectores: vivienda asequible, acceso al agua potable en zonas rurales, salud materna, educación primaria y microfinanzas.

Estas inversiones se realizan típicamente en los mercados privados, proporcionando deuda o capital a las empresas impulsadas por un objetivo social. La tendencia ya ha ganado fuerza entre una amplia gama de inversionistas, entre los que se encuentran las grandes instituciones financieras, los fondos de pensiones, los administradores de grandes fortunas, fundaciones, bancos comerciales y bancos de desarrollo.

El informe también incluye el primer análisis de datos a gran escala de las expectativas de rentabilidad basado en datos de más de mil inversiones reunidos por el Global Impact Investing Network (GIIN), una organización sin fines de lucro dedicada a impulsar este tipo de inversiones.

A este nuevo activo financiero, capaz de seguir llenando los bolsillos de los clientes mientras les ayuda a sentirse social y medioambientalmente más responsables, se le ha bautizado con el nombre de «inversiones de impacto» (Impact investment) (Ver. ¿Qué es la inversión de impacto?)

¿MÁS DE LO MISMO?

En realidad el estudio Impact Investments. An emerging asset class tiene pocas aportaciones novedosas. La mayoría de los datos y tendencias que comenta no son nuevas, llevan más de dos décadas bombardeando el mercado.

Hoy en día ya no es noticia que las microfinanzas constituyan una industria reconocida y muy atractiva para los inversores –existen actualmente, según MIXmarket, más de noventa fondos de inversión especializados en microfinanzas–.

Tampoco es una novedad el enorme potencial que presenta el mercado de la base de la pirámide. El pionero artículo de C. K. Prahalad y Stuart L. Hart, The fortune at the bottom of the pyramid, se publicó en enero de 2002 y constituye ya un clásico en la literatura del management. En cuanto a las inversiones socialmente responsables (IRS), se trata de un concepto que fue acuñado hace más de veinte años.

Entonces, ¿por qué ha desatado tanto interés este documento? Hay varias razones, unas de índole técnica y otras más coyunturales, que explican la enorme receptividad de este nuevo palabro: «inversiones de impacto».

En primer lugar, las circunstancias no pueden ser más favorables: el sector financiero en general y la banca de inversión en particular andan buscando desde hace tiempo alguna fórmula con la que compensar su responsabilidad en la crisis económica actual. Este nuevo activo les ofrece la posibilidad de redimirse sin renunciar a sus ganancias. (Ver. ¿Quién es quién en las inversiones de impacto?)

En segundo lugar, hay que reconocer que el estudio está bien armado conceptualmente. Recoge lo mejor de las tendencias en favor de unas finanzas responsables ordenándolas en un lenguaje atractivo para los inversores profesionales. Uno de los capítulos más interesantes (Financial return expectations) compara las expectativas de rentabilidad entre las «inversiones de impacto» y las inversiones convencionales, y los resultados de ese análisis son bastante reveladores. En la actualidad existen bastantes ejemplos de «inversiones de impacto» que ofrecen rentabilidades muy atractivas para los diferentes perfiles de inversores.

En tercer lugar, quien firma y difunde el estudio no es una cándida ONG alimentada de buenas intenciones, sino JP Morgan, una de las instituciones financieras más importantes en los sectores de gestión de activos, banca privada y banca de inversión. Estos «chicos» gestionan activos por valor de 2,1 trillones (americanos) de dólares, se supone que no dan palos de ciego. Como señala Nick O’Donohoe, responsable de JP Morgan Global Head of Research: «Nuestro interés no es simplemente altruista. Durante los últimos dos años ha quedado claro que un gran movimiento se está gestando alrededor de las inversiones de impacto. A nuestro banco, uno de los mayores intermediarios en inversiones, le interesa liderar el debate intelectual sobre el desarrollo de esta nueva industria».

En cuarto lugar, las instituciones encuestadas que han participado en el estudio son organizaciones inversoras o fondos de inversión de reconocido prestigio como Wolfensohn Fund Management L.P., TIAA-CREF, Sarona Asset Management, Prudencial o LeapFrog, también poco proclives a aventuras románticas.

En quinto lugar, el informe está avalado por la Fundación Rockefeller, una de las fundaciones que más ha innovado en los últimos tiempos en desarrollar fórmulas mixtas entre la filantropía y la inversión (Ver. La Fundación Rockefeller y la inversión filantrópica)

EL NACIMIENTO DE UN NUEVO ACTIVO. ¿Quién puede invertir en este sector?

Uno de los argumentos más sugerentes y novedosos del informe es que las «inversiones de impacto» constituyen una nueva clase de activo. Según el estudio de JP Morgan, mientras no se acepte esta premisa será muy difícil que este sector obtenga un crecimiento similar al que han experimentado otros activos, como los hegde funds, private equity o las commodities.

Para el Chartered Financial Analyst Institute (CFA) –la organización que reúne a las principales asociaciones de profesionales en el sector de las finanzas–, los criterios que definen la existencia de una clase especial de activos son los siguientes:

a) que sean relativamente homogéneos;

b) que sean mutuamente excluyentes;

c) diversificados;

d) como grupo, que supongan una inversión significativa de la riqueza mundial;

e) que tengan la capacidad de absorber una fracción significativa de la cartera inversora sin afectar seriamente a su liquidez.

De acuerdo con los autores del informe, aunque los criterios de CFA «constituyan un buen punto de partida», está claro que han quedado desfasados. Los hedge funds, por ejemplo, ni son homogéneos ni muestran una correlación con otras clases de activos y, sin embargo, nadie les niega que sean una clase de activo específico, y lo mismo sucede con los mercados emergentes o con las commodities.

En opinión del banco de inversiones americano, para que un activo adquiera la consideración de tal se requieren las siguientes condiciones:

a) un conjunto de capacidades específicas en el área del análisis de la inversión/riesgo o, lo que es lo mismo, que exista un número significativo de profesionales que se definan a sí mismos por su expertise en esa área;

b) estructuras que organicen estas capacidades desde el lado de la oferta y la demanda;

c) organizaciones que asocien a estos nuevos profesionales, los capaciten y defiendan sus intereses;

d) el desarrollo de ratings, métricas e índices estandarizados para todo el sector.

La mayoría de estas condiciones se dan en las «inversiones de impacto». Los profesionales que gestionan este tipo de inversiones requieren habilidades específicas que sepan combinar el análisis financiero y el conocimiento de indicadores de impacto social y medioambiental. Se requiere experiencia, sí, en el sector financiero, pero también en el sector filantrópico o en la banca de desarrollo.

Las estructuras y unidades organizativas han ido creciendo paulatinamente en las instituciones y, así, lo que comenzó por proyectos pilotos ha ido dando paso a unidades especializas como la JP Morgan Social Finance, TIAA-CREF Social and Community Investing o la Fundación BBVAMicrofinanzas.

En cuanto a la existencia de asociaciones especializadas, en estos últimos años se han constituido la Global Impact Investing Network (GIIN), la International Associations of Microfinance Ivestors (IAMFI), y, por otro lado, los congresos y conferencias que abordan estos temas se cuentan ya por docenas: The Clinton Global Iniciative, Skoll World Forum o Social Capital Markets, al igual que los centros y universidades que ofrecen formación específica en este área.

Más discutible resulta la existencia de «ratings, métricas e índices estandarizados para todo el sector», última de las características exigidas por el informe. Pese a lo deseable que sería contar con esas métricas, la verdad es que estamos muy lejos de disponer de unas metodologías o indicadores aceptados universalmente por todos. La apuesta del estudio por la metodología «Impact Reporting and Investment Standard» (IRIS) no pasa de ser un wishful thinking. El único sector que, hoy por hoy, cuenta con indicadores de desempeño o impacto comúnmente aceptados es el sector de la microfinanzas.

En el resto de los sectores (salud, infraestructuras, vivienda, educación, etc.), el desarrollo y aceptación de indicadores de impacto tendrá que esperar bastante tiempo. Con esto no queremos decir que el intento resulte baldío, sino que, probablemente, la acreditación del impacto social y medioambiental constituye la prueba del algodón para el desarrollo del sector.

UN CONCEPTO DIFUSO.

Por otra parte, y según pone de manifiesto el estudio realizado por Hope Consulting, (Money for Good. The US market for impact investments and charitable gifts from individual donors and investors, mayo 2010), estamos todavía muy lejos de comprender las motivaciones y los criterios de decisión a la hora de invertir y a la hora de donar. Lo que sí parece claro es que no existe una correlación entre las dos actitudes, se trata de dos mercados diferentes.

En la actualidad, la mayoría de los donantes sigue sin guiarse por criterios de impacto a la hora de elegir el destinatario de su ayuda. Como señala el cuadro 1, tan sólo un 3% del total de los donantes realiza su donación basándose en el desempeño de la organización.

Cambiar el comportamiento de los donantes es difícil debido a diversas razones, entre las que destacan: la pluralidad de motivos a la hora de donar, la fidelidad de los donantes con sus organizaciones y la creencia general de que las organizaciones no lucrativas son eficaces. Esto no significa que no haya margen de maniobra, pues el estudio también señala que existe un número importante de donantes cuyo criterio a la hora de donar sí está influenciado por el impacto de las organizaciones.

Y en cuanto a los inversores los estudios de mercado muestran que:

a) existe un interés por conocer más sobre las «inversiones de impacto»;

b) un porcentaje de inversores se muestra dispuesto a invertir pequeñas cantidades (entre 10.000 y 25.000 dólares);

c) las «inversiones de impacto» no canibalizarían el mercado de las donaciones;

e) los que han tenido una experiencia positiva se muestran dispuestos a incrementar su inversión;

f) los inversores suelen guiarse por los consejos de su asesor financiero;

g) la principal barrera para que las «inversiones de impacto» aumenten se encuentra en la inmadurez del mercado.

En el fondo, el principal problema con el que se enfrentan las «inversiones de impacto» es, precisamente, su novedad y la dificultad a la hora de distinguirlo de otras nociones similares. En efecto, la atractividad del término encierra, paradójicamente, su propia debilidad: combinar los objetivos sociales y económicos es un deseo muy loable, pero la realidad demuestra que, en general, al público le cuesta matizar, prefiere los colores blanco o negro antes que jugar con tonalidades grises. No será nada sencillo para JP Morgan convencer a los inversores del potencial de este nuevo activo, aunque mucho más complicado será persuadir a las autoridades de su completa inocencia en el caso Madoff.

Por Javier Martín Cavanna

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