Del 'greenwashing' al compromiso sin tóxicos

El término ‘greenwashing’ fue acuñado en 1986 por el norteamericano Jay Westervelt, biólogo y activista, que escribió un ensayo acerca del uso que hacía la industria hotelera de la conciencia medioambiental con fines no necesariamente responsables.

Concretamente, Westervelt se refería a la práctica habitual de incorporar en cada habitación de hotel una tarjeta verde invitando al usuario a reutilizar las toallas para reducir el número de lavados y por ende la contaminación de las aguas y el consumo energético, haciéndolo partícipe de esta manera de una actividad para “salvar al planeta”.

Westervelt destacaba en dicho ensayo que la mayor parte de las empresas no hacía otro tipo de esfuerzo para reducir su consumo energético, y que el fondo real del asunto buscaba ahorrar costes para mejorar beneficios.

En la actualidad este término se utiliza para denominar el “lavado de cara” que se aplica desde una perspectiva de marketing para que un producto o una empresa que resultan contaminantes parezcan más responsables y amigas del planeta de lo que realmente son.

Hasta hace alrededor de un lustro Greenpeace tenía en marcha una iniciativa denominada Stop GreenWash que pretendía investigar las prácticas de sostenibilidad de las compañías con el fin de concienciar al ciudadano, crear el debate, y proporcionar información a legisladores y sociedad.

De esta manera detectaban a aquellas compañías que usaban el “reclamo” verde como slogan o como una herramienta de publicidad y no como un atributo real de sus productos.  Esta iniciativa estaba especialmente enfocada en el sector energético, y al parecer ha ido evolucionando en otras líneas.

En mi opinión la postura de “señalar” y hacer públicas las prácticas cuestionables de algunas corporaciones es algo del siglo pasado. Hoy se puede denunciar, sí, pero no basta con eso.

Se trata de establecer el punto de encuentro que permita a organizaciones sin ánimo de lucro que buscan el bienestar de los ciudadanos obtener compromisos reales y medibles de transparencia por parte de las grandes corporaciones y de las administraciones.

Como ciudadano, probablemente pienses que todo esto nos queda muy lejos. Me reitero cuando digo que el diálogo del siglo XXI con las empresas está abierto y que uno de los canales son las redes sociales. Tenemos la capacidad de establecernos como grupo de interés y de entablar una conversación que permita identificar los cambios que hacen falta. Está claro que todos los sectores tienen algo que mejorar.

Sectores sensibles

Volviendo a una industria especialmente sensible a estos temas, se presenta la textil con escándalos que han llegado a tener repercusión a escala global. Con Pasarela Detox como ejemplo, se ha pasado a la acción.

Gracias a la actuación de Greenpeace en este ámbito se ofrece una mayor transparencia en la cadena de suministro, trabajo respetuoso con los derechos humanos, y la eliminación o reducción de tóxicos en 2020.

Esta línea de trabajo es monitorizada por Greenpeace que ha conseguido que empresas líderes como Mango e Inditex, por mencionar dos grandes compañía españolas, se sumen al cambio junto con C&A, H&M, Esprit y Benetton entre otros.

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Surge también Fashion Revolution, una campaña que hace tan sólo un par de meses estuvo en nuestras calles y en las de otros países; un movimiento en el que ciudadanos como tú y como yo preguntaban a las marcas: ¿quién hizo mi ropa? Lo mejor: las marcas responden.

Otro de los sectores especialmente sensibles es el agroalimentario. Una de las empresas que con mayor frecuencia aparece en listas negras es Monsanto que, vinculada con grandes alteraciones en la salud debido al uso de transgénicos (GMO), pesticidas, y contaminantes, ha sido objeto de una marcha global que tuvo lugar hace pocas semanas simultáneamente en 48 países para crear conciencia sobre los efectos de consumir alimentos modificados genéticamente en la salud de las personas.

También en alimentación, las cadenas de distribución han optado por incorporar en sus surtidos alimentos libres de GMO, de grasas “trans” (que aumentan el colesterol, elevan el riesgo de infarto, diabetes y obesidad); y han optado por comenzar a incluir productos ecológicos y de proximidad -tanto de alimentación como de higiene personal y limpieza por los efectos que tienen en la salud ya sea al entrar en contacto con la piel, la inhalación o la ingesta.

En ese sentido, cada vez más somos conscientes del impacto que determinadas sustancias tienen en nuestra salud. La web Hogar Sin Tóxicos enseña a prevenir mediante la información, la identificación y la protección de los colectivos más susceptibles de manera que se reduzca la contaminación en nuestra propia casa.

Y aunque se hable menos de ello, exactamente lo mismo que sucede en la alimentación con los ingredientes y sus efectos en la salud, sucede en la cosmética, sector en el que trabajo.

Mucha gente cree que no utiliza productos cosméticos pensando que estos se limitan exclusivamente al maquillaje y alguna crema específica, pero lo cierto es que desde la pasta de dientes, hasta el desodorante, el champú y el jabón tienen tal consideración.

El 60% de lo que ponemos sobre nuestra piel penetra en ella y por tanto tiene incidencia en la salud de nuestro organismo. Los cosméticos también afectan las vías respiratorias y muchas veces lo que inhalamos tiene más impacto.

Se están incrementando las intolerancias, alergias, disrupciones hormonales causadas por la acumulación de determinada sustancia, o la exposición constante a ingredientes que en el largo plazo tienen un efecto nocivo para la salud.

Aunque ya tiene unos cuatro años, comparto este vídeo relacionado con los tóxicos que se encuentran en los productos cosméticos y que explica por qué es importante informarnos y conocer algunas de las sustancias tóxicas con las que nos encontramos en nuestro cuarto de baño. Precisamente estos cambios son los que se están dando al ofrecer como alternativa la cosmética ecológica.

El mensaje más importante que quiero trasladar con este artículo es que los ciudadanos tenemos que tomar la responsabilidad de informarnos y conocer lo que incorporamos a nuestra alimentación, aseo y vestimenta como necesidades básicas que cubrir.

Tenemos derecho a elegir qué productos consumir en función de nuestros presupuestos, de nuestras preferencias y sensibilidad individual especialmente en artículos que cubren las necesidades más básicas de las personas.

Pero a lo que no podemos renunciar es a que, independientemente del sector, esos productos sean seguros y saludables, y a pedir a las marcas que pongan a nuestra disposición la información relevante y necesaria de una manera honesta y fiable.

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