¿Mejora tecnológica es igual a mayor sostenibilidad?

Creemos, a priori y empleando la lógica, que los avances tecnológicos y la mejora de la eficiencia de los procesos nos llevan a una mejora de la sostenibilidad por lo que respecta a la reducción de recursos que son necesarios en su fabricación o de los que derivan del uso de la nueva tecnología, pero eso no tiene porqué ser siempre así.

He de reconocer que no me había planteado la posibilidad de que sucediera lo contrario, hasta que leí un artículo en las MIT News del Instituto Tecnológico de Massachussets sobre si el progreso tecnológico puede por sí solo detener el uso de recursos.

El artículo hace referencia a una investigación titulada A simple extension of dematerialization theory: Incorporation of technical progress and the rebound effect que fue publicada en la revista Technological Forecasting and Social Change.

¿Por qué la hipótesis del inicio no es siempre cierta? Para contestar esta pregunta y comprender la razón debemos echar mano de la mencionada investigación y de dos conceptos que en ella se mencionan: el concepto de desmaterialización y la paradoja de Jevons.

Así soltados a bocajarro, esos dos conceptos pueden sonarnos como algo muy moderno relacionado con la física cuántica o los viajes espaciales, pero ni su formulación es algo reciente (más bien al contrario) ni tampoco tienen nada que ver con los ámbitos citados.

A continuación vamos a explicarlos brevemente desde una perspectiva lo más entendible posible.

La desmaterialización y la reducción de recursos

Se entiende por desmaterialización la reducción en la cantidad de materiales necesarios para producir algo útil a lo largo del tiempo.

De una manera más técnica, se define también a menudo como la reducción de la cantidad de materia y/o energía necesaria para producir algo útil y se evalúa mediante una medida de intensidad de uso o de rendimiento (consumo o producción de energía y/o bienes dividido por el PIB).

La desmaterialización se deriva fundamentalmente del aumento continuo del rendimiento técnico, y contribuye a la ecoeficiencia, entendida como la eficiencia con la cual los recursos ecológicos se usan para cumplir con las necesidades humanas.

La aplicación de la ecoeficiencia a los procesos industriales trae ventajas, no solamente al ambiente sino también a los productores, ya que su definición lleva implícita la rentabilidad económica, pues lo que se pretende es producir «más con menos».

Esto es, utilizar menos recursos ambientales y menos energía en el proceso productivo, reducir los desechos y atenuar la contaminación.

La aplicación de la ecoeficiencia a los procesos industriales trae ventajas, no solamente al ambiente sino también a los productores.

Jevons y el aumento de recursos

Esta paradoja, también conocida como efecto rebote, fue estudiada por William Stanley Jevons en la segunda mitad del siglo XIX y afirma que el uso de energía se incrementa en lugar de disminuir cuando se introducen tecnologías energéticas más eficientes.

Para ser exactos, tal y como se explica en la Wikipedia, la observación de Jevons no es una paradoja desde el punto de vista lógico, pero en economía está considerada como tal pues se opone a la intuición económica de que la mejora de la eficiencia permite a la gente usar menos cantidad de un recurso.

Su otra denominación de efecto rebote es clave para entender de manera más sencilla la cuestión que nos estamos planteando.

Más concretamente podemos pensar que la desmaterialización juega a favor de la sostenibilidad al tener que usar menos recursos para producir un bien o servicio, pero esa reducción de recursos puede contrarrestarse por el rebote de la demanda, o lo que es lo mismo, al aumento del uso debido al aumento del valor (o disminución del costo) que también resulta del aumento del rendimiento técnico de la mejora tecnológica introducida.

O sea que, contestando a nuestra particular hipótesis del título de este artículo y dándole un titular como si de una lucha de boxeo se tratara, Jevons noquearía a la desmaterialización, puesto que las mejoras tecnológicas implicarían una menor sostenibilidad global.

Vamos a ver qué dice la investigación que he mencionado antes al respecto de esta afirmación.

Modelo predictivo para la desmaterialización

La investigación fue realizada por Christopher L. Magee y Tessaleno C. Devezas con el objetivo de desarrollar un modelo para sopesar las fuerzas opuestas de la desmaterialización y la demanda de los consumidores y, una vez aplicado a una serie de productos, servicios, materiales y componentes, determinar  si el consumo de recursos estaba aumentando o disminuyendo para cada uno de esos bienes.

Para la formulación del modelo se tomaron en cuenta variables como la población y el crecimiento económico con el paso del tiempo, la regularidad con que un producto avanzará tecnológicamente y cómo la demanda de un producto varía en relación a su precio.

Una vez formulado el modelo fue alimentado con datos de 57 recursos diferentes, entre los que se incluían productos químicos como amoníaco, formaldehído, estireno y fibra de poliéster, tecnologías como transistores, discos duros, diodos láser, petróleo o aluminio, y dispositivos para capturar energía de fuentes solares y eólicas.

Los dos investigadores no pudieron encontrar un ejemplo de verdadera desmaterialización aun cuando casi todos los materiales estudiados habían sido objeto de avances tecnológicos realizados a lo largo de los años.

Christopher L. Magee y Tessaleno C. Devezas no pudieron encontrar un ejemplo de verdadera desmaterialización aun cuando casi todos los materiales estudiados habían sido objeto de avances tecnológicos.

La lana fue el único material que se acercó a esa desmaterialización, con su uso cayendo significativamente en los últimos años, pero los investigadores sostienen que no es un resultado de la mejora de la eficiencia de los productos de lana, sino la sustitución de otros materiales, como el nylon y el poliéster.

El modelo indica que la desmaterialización es más probable cuando la elasticidad de la demanda para un producto es relativamente baja y la tasa de su mejora tecnológica es alta.

Pero cuando se aplica el modelo a los bienes y servicios comunes usados hoy en día, se ve que la elasticidad de la demanda y el cambio tecnológico trabajan unos contra otros, y cuanto mejor se fabrica un producto más consumidores lo quieren.

¿Qué hacemos entonces? ¿Avanzamos o vamos hacia atrás?

Obviamente no debemos menospreciar la necesidad de los avances tecnológicos con la idea en la mente de que a la larga van a provocar un mayor consumo de recursos, ya que la reducción del coste del producto y/o la mayor eficiencia que éste presenta hace posible que más personas puedan beneficiarse de su uso o consumo.

Pero, como ya comentamos anteriormente en otro artículo (Vid. ¿Qué planeta estamos dejando para el futuro?), el aumento de población mundial previsto para un futuro próximo, junto a la escasez de recursos derivados del incremento del consumo y de los efectos del cambio climático, pronostican un horizonte lleno de dificultades.

Unas dificultades que no van a desaparecer o se van a resolver simplemente pensando que todo se va a arreglar por arte de magia o por la acción de tecnologías e innovaciones totalmente disruptivas que cambien radicalmente el panorama.

El propio Magee comenta que “existe una posición, llamémosle tecno-optimista, que cree que los cambios tecnológicos arreglarán el medio ambiente, pero el estudio señala que eso probablemente no ocurrirá”, o al menos en lo que se refiere a tecnologías con mejoras incrementales.

¿Debemos entonces replantear nuestros modelos económicos y de crecimiento si queremos asegurar la sostenibilidad del planeta?

En esa línea de razonamiento se posicionan los partidarios del decrecimiento, que  consideran la paradoja  de Devons como la defensa central de sus tesis, en las que opinan que es necesario un cuestionamiento del progreso tecnológico, que ven más como una huida hacia adelante que como un verdadero progreso.

Sea como fuere, se avecinan tiempos inciertos en los que más que nunca se debe perseguir la eficiencia en los productos, servicios y procesos, reduciendo al máximo el consumo de recursos en todas las fases que éstos atraviesen.

Además, hay que desarrollar e implantar criterios, sistemáticas y procesos dirigidos a realizar innovaciones responsables que minimicen los riesgos asociados y a los cuales se les realicen los análisis de impacto pertinentes.

Por último, en nuestras manos como consumidores tenemos quizá una clave muy importante para que la paradoja del bueno de Jevons no se cumpla siempre.

¿Podremos conseguir todo esto antes de que sea tarde?

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