¿Cómo medir los resultados de la cultura?

Una de las principales debilidades de la cultura en España -agudizada durante los recientes años de crisis económica- ha sido su notoria falta de liderazgo en la escena social. La cultura, en términos sectoriales, no ha sido capaz de penetrar suficientemente en las vidas de los ciudadanos; haciendo que estos conozcan, valoren y vivan como suya su actividad, su situación, así como sus necesidades y/o reivindicaciones.

La cultura no ha sabido ser reconocida como un ámbito trascendente, esencial en la vida de las personas y por eso ha quedado relegada a un segundo plano. ¿Por qué ha sucedido esto?

Significativamente, algunas de las organizaciones culturales de España que han ejercido alguna dosis de autocrítica coinciden en señalar que durante estos años han tenido lo que ellas llaman «un problema de comunicación». Sin embargo, el problema diagnosticado tiene un origen anterior, estructural y mucho más profundo que un mero problema comunicativo, que sin duda también tienen.

Las organizaciones culturales españolas no han sabido contarle a la sociedad en qué manera sus acciones transforman la realidad de manera efectiva porque, en general, ni siquiera ellas mismas lo saben.

¿Cómo es posible comunicar los logros de los proyectos culturales cuando ni siquiera se han establecido unos mínimos parámetros que tener en cuenta a la hora de determinar en éxito o fracaso de las acciones? ¿Cómo es posible compartir la contribución de las organizaciones culturales a la sociedad si estas en su mayoría carecen de planes estratégicos, objetivos definidos e incluso una misión bien formulada?

En otras palabras, si las organizaciones no saben exactamente lo que quieren, ni cómo averiguar si lo han conseguido, ¿cómo pueden saber entonces si son realmente útiles a la sociedad?

La actividad cultural puesta en marcha sin objetivos ni más argumentos que el de que la cultura es «buena», resulta insuficiente para promover y convencer sobre sus beneficios en la sociedad (Vid. ‘Advocacy Toolkits’ para defender, apoyar y promover el valor de la cultura). De esta manera, más que un problema de comunicación, lo que las organizaciones culturales españolas evidencian es una severa falta de evaluación que permita determinar cuáles son sus logros y aportaciones concretas a la sociedad y en qué medida sus acciones han sido capaces de transformar la realidad.

Puede que haya quien ponga en cuestión la base argumental de este artículo arguyendo que la cultura -a diferencia de otro tipo de actividades- es intangible, no se puede medir, no sé puede saber cuáles son sus efectos, no tiene utilidad o que su calidad es una cuestión subjetiva imposible de estandarizar.

Todos ellos y otros más son argumentos que a menudo se emplean para explicar (o justificar) que la cultura, por su naturaleza intrínseca, necesariamente ha de romper las costuras de cualquier posible evaluación.

Así pues, es preciso responder a la pregunta: ¿es posible evaluar la cultura?

Alcanzar el horizonte

En el célebre El libro de los abrazos, su autor, el escritor Eduardo Galeano, cita a su amigo Fernando Birri explicando cuál es en su opinión la utilidad de la utopía:

«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.»

En un país como España, en el que muchas organizaciones culturales ni siquiera manejan datos sobre quiénes son sus usuarios, la evaluación de resultados se sitúa en ese horizonte definido por Birri, que se sabe que existe, pero que por diversas razones se les presenta inalcanzable.

Pero lo que quizás deberían tener en cuenta estas organizaciones es que, mientras que el horizonte puede parecer inalcanzable, no sucede lo mismo con lo que se sitúa en él. Para comprobarlo no hay más que caminar sin perder el foco de un elemento en horizonte.

La misión es ese elemento alcanzable que se sitúa en el horizonte de cada organización. Así pues, en el necesario esfuerzo por llegar hasta él, las organizaciones pueden hallar en la evaluación de resultados un elemento facilitador a la vez que una importante palanca interna de mejora.

Sólo durante el transitar de este necesario camino, las organizaciones más preparadas lograrán saber (y poder demostrar) que lo que hacen transforma la realidad de la manera deseada. Por tanto, las organizaciones culturales han de comenzar a creer que la cultura se puede evaluar (y se debe) si de verdad quieren alcanzar aquello que sitúan en su horizonte.

¿Se puede medir la cultura? Medir el desempeño de las organizaciones culturales es una tarea difícil. Evaluar su impacto, la transformación social efectiva que llevan a cabo, lo que cambian; es una tarea de extrema dificultad dada la tipología diversa de las organizaciones culturales y la amplísima diversidad de intangibles vinculados a la cultura. Además, cuando se trate de cultura, las soluciones y transformaciones nunca son fáciles ni en plazos cortos.

Tal como explicaba Marta Rey, profesora e investigadora de la Universidad de A Coruña, en el Primer Foro de Cultura y buenas prácticas en España, que se celebró en Madrid en marzo de 2014, «ni todo lo mensurable merece ser evaluado, ni todo lo que merece ser evaluado puede medirse».

A este respecto defendió que la medición es buena si es útil, por eso hay que preguntarse para quién y para qué se mide: para mejorar (la organización) y para rendir cuentas (a grupos de interés). Además, Rey destacó que el desempeño de las organizaciones culturales es un factor multidimensional:

– Inputs: medios o recursos empleados

– Outputs: unidades de servicio, actividades, proyectos, alcance

– Outcomes: efectos directos sobre los usuarios: personas, organizaciones, entorno y sistemas e instituciones sociales; reputación, y apalancamiento

– Impacto sobre la misión: cumplimiento de la misión = eficacia, efectos de transformación social.

– Impacto sobre el bien público: efecto neto de todos los cambios

Para las organizaciones culturales españolas más reacias a creer que la cultura se puede (y se debe) evaluar, podría ser importante saber que entre las organizaciones sociales ya ha tenido lugar un intenso debate similar sobre la posibilidad y la conveniencia de evaluar una materia tan profundamente compleja e indeterminada como la que ellas trabajan: las personas.

Tras mostrar una importante resistencia a creer que lo que hacen se pudiera medir y evaluar; en su mayoría ya han superado esa fase y han pasado a preocuparse de cómo lo han de hacer.

En España, afortunadamente, la evaluación importa cada vez más, puesto que es la única forma de conocer el desempeño de las organizaciones: qué están haciendo y cómo hacen lo que hacen.

Así en junio de 2014 se celebró en la Fundación Botín de Madrid un taller específicamente dedicado a ayudar a las organizaciones sociales a definir indicadores de medición de impacto (¿Cómo diseñar unos buenos indicadores de medición de impacto?)

La cultura, un poco más retrasada en este sentido todavía está en la fase de asumir que, aunque sea difícil y todavía no se sepa muy bien cómo, la acción cultural se puede y se debe evaluar. Para saber cómo hacerlo, es imprescindible dejar de buscar excusas y echarse a andar.

Las organizaciones culturales españolas han de comenzar a recorrer, con convicción y consciencia, el camino de la evaluación hacia ese horizonte donde se sitúa su misión; pues la evaluación es necesariamente un proceso a medida y, como escribía el poeta Antonio Machado: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”.

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