De profesión: voluntario

A pesar de que, por su naturaleza altruista, el voluntario y el cooperante no buscan réditos en sus actos solidarios, lo cierto es que se les debería conceder un mayor reconocimiento profesional. No sólo por la formación que reciben previamente, también por las habilidades que desarrollan en el ejercicio que desempeñan.

En España, todo aquello relativo al tercer sector y el voluntariado todavía no tiene el reconocimiento que merece, sobre todo si se compara con sus vecinos del norte de Europa. En Reino Unido, por ejemplo, las tasas de participación en acciones solidarias dentro de las empresas ronda el 80%, frente al escaso 25% al que se acerca el país hispano, según datos de la Fundación Hazloposible.

Y no será porque no se busca la solidaridad del ciudadano. Las diferentes instituciones vinculadas al ámbito social y, sobre todo, las diferentes ONG no dejan de demandar voluntarios, y si tienen determinadas habilidades profesionales, mejor.

¿Cómo llamar su atención? Cierto es que un voluntario, en esencia, no debe buscar un beneficio en su acción solidaria, pero sería mucho más fácil captar un mayor número de adeptos con determinados reconocimientos, como por ejemplo, una acreditación de profesionalidad.

Contamos con miles de voluntarios y cooperantes que han recibido una formación previa a la actividad que realizan, que se pasan meses, incluso años, gestionando crisis, coordinando y liderando grupos de trabajo, ejerciendo como mentores… y la mayoría lo hacen en terreno hostil, sin apenas medios para sacar adelante proyectos. Es decir, superando un reto tras otro.

Gracias a sus acciones, esos voluntarios y cooperantes se han convertido en recursos humanos muy valiosos para el empresariado. Sin embargo, esas habilidades adquiridas fuera del entorno laboral no suelen tener el mismo valor en un currículum que si se hubiesen conseguido de una forma menos ‘oficiosa’. Un certificado expedido por una ONG con una mayor carga de relevancia sería una recompensa a coste cero muy útil para las dos partes.

A nivel oficial existe la posibilidad de reconocer determinadas competencias profesionales adquiridas a través de aprendizajes no formales, algo que contempla el Real Decreto 1224/2009 del 17 de julio.

Sin embargo, además de que requiere una farragosa carga de burocracia, pruebas y exámenes, está muy enfocado a certificados y titulaciones de Formación Profesional, como los que pueden obtener, por ejemplo, los Técnicos en Emergencias Sanitarias. De hecho, el pasado mes de marzo, el Tribunal Supremo admitía que los voluntarios con la certificación adecuada podrían conducir ambulancias de Soporte Vital Básico, exonerándoles de disponer del título académico correspondiente.

Obviamente, no es suficiente. Desde varias organizaciones reclaman tanto al Gobierno como a la Unión Europea normativas que regulen a voluntarios y cooperantes, que incluya soluciones de este tipo pero que, a su vez, se asegure de que cualquiera de estos supuestos nunca van a sustituir un puesto de trabajo, o de que sean una puerta falsa para entrar en plantilla. En definitiva, que no se pervierta ninguno de los dos términos dándole un tinte de trabajo precario.

La idea de aportar un certificado a todo aquel que realiza una acción solidaria de manera continuada no gusta a todos los agentes del sector. Como ya se ha dicho antes, ésta debe nacer de forma altruista con la intención de contribuir a la creación de una sociedad más justa, y hacerse sin esperar nada a cambio. Pero cuando la necesidad aprieta, todas las manos que se puedan conseguir incentivadas con un mero papel firmado y sellado son bienvenidas.

No obstante, aunque un certificado puede ser útil para ampliar un currículum o para dar fe de que se ha realizado una labor determinada, no deja de ser un papel, y los papeles se los lleva el viento. Lo que realmente habría que conseguir es cambiar la mentalidad de los empresarios, de los seleccionadores que pasan por alto las labores no remuneradas de sus candidatos y que no ven más allá de un MBA o un doctorado.

Siguiendo esta línea, es de rigor alabar el sistema de voluntariado corporativo que muchas compañías están adoptando dentro de sus políticas de RSC, potenciando la participación de sus empleados en actividades solidarias a través de convenios con ONG.

Es una soberbia estrategia para que las organizaciones consigan el apoyo ciudadano que tanto necesitan, por un lado, y por otro, para que los recursos humanos de esa empresa amplíen conocimientos y desarrollen cualidades que pueden hacerles medrar en su carrera.

Fomentar estas acciones entre el tejido empresarial español podría ser el paso definitivo para hacernos comprender que las labores de voluntarios y cooperantes nada tienen que ver con el tiempo libre y el ocio, y mucho con el desarrollo personal.

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