Proteger el medio ambiente, el mejor antiviral tras la COVID-19

Aún en mitad de la pandemia de la COVID-19, los expertos ya se plantean cuáles son las directrices a seguir en materia de medio ambiente una vez superada la crisis actual; unas directrices que pasan irremediablemente por la necesidad de preservar la biodiversidad. Y es que, todos coinciden de manera clara: nuestra mejor vacuna para el futuro es proteger la naturaleza y la biodiversidad y el mejor seguro de vida que podemos encontrar.

El estado de confinamiento en el que ha vivido una gran parte de países del todo el mundo y la paralización de la actividad en algunos sectores altamente contaminantes ha dejado en las últimas semanas imágenes inéditas que reflejan los beneficios ambientales que esta situación excepcional ha provocado.

Por ejemplo: grandes ciudades sin su habitual ‘boina’ de contaminación -con el Himalaya visto desde una distancia de más de 160 kilómetros, por ejemplo, o los cielos de Madrid y Barcelona más limpios que nunca-, aves marinas campando a sus anchas por los cristalinos canales de Venecia, o animales salvajes aventurándose a invadir los solitarios espacios urbanos.



Sin duda, el parón brusco de las actividades humana está teniendo, paradójicamente, un gran beneficiado: el medio ambiente. Pero, ¿qué ocurrirá cuando las cosas vuelvan gradualmente a la normalidad; cuando el Planeta funcione de nuevo ‘a pleno rendimiento’?

Eso es lo que tratan de analizar actualmente expertos de todo el mundo, en un momento en el que se acaba de celebrar el Día Mundial de la Tierra con los niveles de contaminación más bajos de los últimos 30 años.

El equipo de ecología de la consultora especializada en sostenibilidad Arup ha creado el Biodiversity & Natural Resources Horizon Scanun documento basado en el análisis de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que plantea las cuestiones clave en materia ambiental tras esta crisis en torno a cinco temas interconectados: hábitat, biodiversidad, agricultura y recursos, contaminación y crisis climática.

Estos aspectos incluyen desde el coste ecológico de los desarrollos urbanos hasta la identificación de especies y su monitorización con inteligencia artificial, o el registro de la propiedad de terrenos aplicando blockchain.

El objetivo de este trabajo es invitar a la reflexión para generar debate, crear conciencia y promover un cambio de mentalidad a raíz del momento que vivimos.

“El progreso hacia el logro de los ODS depende de la conservación de la biodiversidad y la reducción del cambio climático. Para cumplir con la Agenda 2030 es urgente detener tanto el cambio climático como la pérdida de biodiversidad, claves de las que dependen todas las comunidades del mundo y las generaciones futuras, ya que protegen la salud del Planeta”, explican los autores del documento.

Estos defienden que las actividades humanas “están provocando una catastrófica disminución de la biodiversidad que pone en peligro el suministro de alimentos, el agua potable, los sistemas de energía, las economías y los medios de vida de miles de millones de personas en todo el mundo”.

<p>Foto: 'Pérdida de naturaleza y pandemias'.</p>

Foto: 'Pérdida de naturaleza y pandemias'.

Planeta y salud humana, interconectados

Y es que, la interrelación entre el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el bienestar humano “es indiscutible”, alertan todos los expertos, que no tienen dudas de que todas ellas “son cuestiones inseparables”.

Con este paradigma como base, en 2010, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), estableció el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica -más conocido como los Objetivos o las Metas Aichi– un marco de acción con vistas a este 2020 para alentar a los países a colaborar y reducir la tasa de pérdida de la naturaleza.

Entre sus objetivos estratégicos se encuentra abordar las causas de la pérdida de diversidad biológica, reducir las presiones sobre el medio ambiente promoviendo el uso sostenible de los recursos, la protección de los ecosistemas, las especies y la diversidad genética, potenciar los beneficios de los recursos de los ecosistemas e incrementar la planificación participativa, la gestión  del conocimiento y el desarrollo de capacidades para hacer frente a este reto de forma conjunta.

“La pérdida de biodiversidad facilita, cada vez más, la transmisión y propagación de patógenos procedentes de especies animales, como es el caso de la COVID-19”, defiende en este sentido Luis Suárez, biólogo y coordinador de Conservación de WWF España, que recalca que “un Planeta sano es nuestro mejor antivirus”, coincidiendo con las conclusiones del informe Pérdida de naturaleza y pandemias, presentado recientemente por la sección española de WWF, y del que Suárez es coautor.

Según este experto con más de 20 años de experiencia en protección del entorno, es evidente la relación “directa” que existe entre la destrucción de la naturaleza y el aumento de pandemias como el nuevo coronavirus. A su juicio, y tras la crisis sanitaria, nos enfrentamos a una crisis social y económica muy importante, pero también “ante la oportunidad de hacer las cosas mejor”.

“No conocemos el origen exacto de la COVID-19, pero sí sabemos que se trata de una zoonosis, una enfermedad que salta de especies animales a humanos”. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que más del 70% de las patologías que han afectado al ser humano en los últimos 40 años han sido transmitidas por animales salvajes, y el número “va en aumento”.

Esto no es una cosa nueva: la peste bubónica “fue una zoonosis”, señala. Todas están presentes en la naturaleza y hemos convivido con ellas durante siglos, afirma, pero ahora se están incrementando “a saltos y con rapidez”.

Y precisamente porque “a menor biodiversidad, mayor es la capacidad de propagación de patógenos (ya sean virus o bacterias), en el momento en que alteramos esta biodiversidad, cuando destruimos un bosque o una selva, alteramos las complejas cadenas de relaciones que existen entre los distintos animales y seres vivos que mantienen estos virus y estos patógenos controlados”, recalca.

“El incremento de las temperaturas hace que aves, mosquitos e insectos migren a zonas que, poco a poco, se están convirtiendo en tropicales. Ahora, pueden transmitir enfermedades en latitudes que antes eran más frías y que ya no son zonas hostiles para ellos”, Luis Suárez.

El cambio climático, además, amplifica toda esta situación y de forma muy directa. “El incremento de las temperaturas hace que aves, mosquitos e insectos migren a zonas que, poco a poco, se están convirtiendo en tropicales. Ahora, pueden transmitir enfermedades en latitudes que antes eran más frías y que ya no son zonas hostiles para ellos”, añade Suarez.

Por esta razón, y tal como advierte desde hace tiempo Naciones Unidas, “nuestra mejor vacuna para el futuro es proteger la naturaleza y la biodiversidad”.

Y esta llamada no llega solo de los grupos conservacionistas, sino también, y sobre todo, de la ciencia. Ya no es una cuestión sOlo de ecología sino de ser conscientes de que, si queremos que disminuyan las pandemias debemos contar con una naturaleza sana.

“Si no es por ética, hagámoslo por pura supervivencia”, señala Suárez, que recalca que “la vacuna para el Planeta es la vacuna para la Humanidad”.

Para ello, los expertos creen fundamental no detener las acciones contenidas en el Acuerdo de París, sino al contrario, acelerarlas para recuperar la economía sin olvidarse de una transición energética que permita hacer frente al cambio climático, premiando las actividades que contribuyan a mejorar la salud del Planeta y poniendo trabas a las que no.

En el camino, los ciudadanos deberemos adoptar hábitos diarios sostenibles, pero sobre todo exigir a los Gobiernos “cambios estructurales”, defiende este experto.

El peligro de crecer a costa del planeta

En estos momentos la mayor parte de los analistas comparten un temor común: que cuando comience a superarse el parón de actividad provocado por la COVID-19 en todo el mundo se imponga la “visión miope” de apostar por redoblar el crecimiento “a toda costa” o a costa de la degradación del entorno, dando la espalda a la descarbonización de la economía o fomentando la desregulación ambiental para poner en marcha nuevos planes ligados a los combustibles fósiles.

En opinión de organizaciones conservacionistas como Greenpeace la caída en las emisiones que se han constatado durante estas semanas es, en realidad, “puramente cíclica, una farsa”, señalan, “porque solo ha ocurrido porque una gran parte de las actividades humanas se han visto obligadas a detenerse en condiciones totalmente excepcionales y con graves consecuencias sociales y económicas”, y por lo tanto “no parecen una respuesta duradera al desafío global que supone el cambio climático”.

A su juicio, y aunque “todavía podemos esperar una transformación, esta no vendrá de la crisis de salud en sí misma: se necesitará un plan de recuperación sin precedentes que tenga plenamente en cuenta la emergencia climática, ambiental y social”.

Temiendo un repunte de las emisiones de CO2 si el plan de recuperación pos-COVID-19 está dirigido a un crecimiento a cualquier precio, ocurrirá lo mismo que durante la crisis económica de 2008: se beneficiará principalmente a las industrias contaminantes.

A esto se suma el aplazamiento de las principales reuniones internacionales para buscar soluciones a la emergencia climática, como la Conferencia de Naciones Unidas (COP26), prevista para el próximo mes de noviembre en Glasgow y que ya se ha pospuesto hasta 2021.

Una cita, señala Greenpeace, “crucial para la implementación efectiva del Acuerdo de París, y el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB)”. En estos momentos, añaden, “corren riesgo las principales decisiones internacionales que necesitamos para enfrentar las emergencias fundamentales: el cambio climático y el colapso de los seres vivos”.

Temiendo un repunte de las emisiones de CO2 si el plan de recuperación pos-COVID-19 está dirigido a un crecimiento a cualquier precio, ocurrirá lo mismo que durante la crisis económica de 2008: se beneficiará principalmente a las industrias contaminantes.

Ahora, aunque el contexto y la naturaleza de la crisis son muy diferentes, “no podemos permitirnos repetir los mismos errores”. “Necesitamos planes de recuperación que prioricen a los ciudadanos, su salud, su bienestar, el medio ambiente y el clima”, sentencian desde Greenpeace.

Reconstruir en clave ambiental

Todo indica que esta crisis puede ser, a nivel ambiental, una oportunidad para el cambio. El pasado 9 de abril, diez ministros de la UE con competencias ambientales pidieron que los programas de reconstrucción tras la COVID-19 “se alineen con los planes para atajar la crisis climática y la pérdida global de biodiversidad”.

El objetivo: trabajar en un plan europeo de recuperación que integre la transición ecológica y la transformación digital, utilizando el Green Deal europeo como “marco” para impulsar esta recuperación.

En palabras de Eduardo Perero, responsable del Área de Economía Circular y Agua de Fundación Conama, es el momento de pensar en la reactivación de la economía “en clave ambiental” y extraer las mejores conclusiones posibles de esta crisis sanitaria para impulsar una sociedad “más sostenible, adaptativa, resiliente, descarbonizada, circular y que sea capaz de conservar los servicios ambientales que ofrece la biodiversidad de nuestros ecosistemas”.

Por su parte, los trabajos del investigador del CSIC, Fernando Valladares abordan, precisamente, los impactos de los cambios climáticos en los ecosistemas terrestres, y durante esta pandemia ha dejado claro en más de una ocasión su teoría: el virus es parte del ecosistema, pero el coronavirus y las consecuencias mundiales que está teniendo serán “solo el prólogo de lo que se nos viene encima si no cambiamos sustancialmente nuestra relación con la naturaleza”.

A su juicio, “la degradación de los ecosistemas es una fuente de problemas a muchas escalas” y por eso, insiste, al igual que el resto de expertos, “la mejor protección es la naturaleza”, ya que “es la mejor vacuna, porque ejerce una protección integrada.

“No es perfecta, pero su protección es de amplio espectro, no cuesta dinero, es sostenida y cumple muchas otras funciones. Su labor es impagable”, sentencia.

“La naturaleza es la tecnología más avanzada que hay. Cuando la naturaleza no funciona bien ocurren estas cosas. Creemos que la tecnología y la riqueza nos van a librar de todos los males, pero una economía que no tenga en cuenta la preservación del equilibrio natural será totalmente vulnerable ante estos golpes”, remarca Valladares.

“Creemos que la tecnología y la riqueza nos van a librar de todos los males, pero una economía que no tenga en cuenta la preservación del equilibrio natural será totalmente vulnerable ante estos golpes”, Fernando Valladares.

Una oportunidad para el cambio

En palabras de Amanda del Rio, directora técnica de la Fundación Global Nature, a Revista Haz: “Confío en que algunas cosas cambien después de esta crisis: ya hemos visto que el teletrabajo es posible, que no necesitamos realizar tantos viajes, que muchas reuniones presenciales se pueden sustituir por videoconferencias… y eso va a traer muchos efectos positivos”.

Asimismo, “los entornos urbanos también se pueden ver beneficiados con medidas que ahora podrán tomar fuerza, como la peatonalización de las zonas del centro, ganando más capacidad y espacio para los habitantes de las ciudades, o el fomento del uso de la bicicleta”, añade.

“También esperamos un efecto rebote, especialmente en los primeros momentos de recuperación de la economía, algo lógico, porque la crisis financiera y social que está dejando esta pandemia es muy importante”.

“Lo fundamental es que, cuando llegue el momento, se construya un nuevo modelo de recuperación en el que se diversifique la producción, y no se saque toda fuera, se fomente la fabricación nacional y se apoye el comercio local y de proximidad”, explica Del Río, que recalca que “esta es una de las lecciones que nos deja esta crisis, que no podemos depender tanto del exterior”.

Asimismo, a juicio de la responsable de Global Nature, la pandemia y sus consecuencias deja también un contundente mensaje para las empresas, que en este momento “deben entender la importancia de lo que se llama economía de los ecosistemas, gracias a la que ya se ha empezado a poner cifras a la pérdida de biodiversidad”, puesto que, insiste, “genera daños a la economía y a la propia sociedad”.

“La naturaleza presta unos servicios invisibles que solo vemos cuando deja de prestarlos: es el caso de la polinización, el control de las especies invasoras, o la regeneración natural de las aguas, que, de no funcionar, se sustituye artificialmente por depuradoras, entre otros”.

Que estos servicios desaparezcan “afecta directamente a la rentabilidad empresarial”, y por ello este sector ya han comenzado a introducir este tipo de ‘economía’ en su estrategia”, apunta Del Río, que defiende rotunda: “la conservación del capital natural tiene un claro efecto económico”.

De nuevo esta experta coincide con el resto: “Mantener los ecosistemas es el mejor seguro de vida que podemos contratar”. Y esto “siempre debemos contemplarlo como una inversión, nunca como un gasto”.

“Esta crisis nos ha demostrado que muchas cosas imposibles se pueden hacer y, a partir de aquí, el cambio puede ser posible. Como todo, eso sí, hará falta un tiempo de reflexión para que todo este aprendizaje se asiente y se traduzca en un cambio real”, concluye.

Comentarios

  1. Gracias, Hugo, puedes inscribirte a la newsletter semanal o seguirnos en redes sociales para ser el primero en descubrir nuestras nuevos contenidos.

  2. me parece que debemos cuidar nuestro ambiente y mas en estos tiempos, que lo necesitamos para poder sobrevivir, y siendo muy responsables con ellla

  3. Me quedo con esta frase “Nuestra mejor vacuna para el futuro es proteger la naturaleza y la biodiversidad”, realmente es nuestro compromiso con el planeta mantenerlo limpio y verde, además de que dependemos de ello, es una necesidad y una sola salud entre todos, no solo por ética, pues ayuda a disminuir el cambio climático que nos afecta a todos o por ejemplo, otra pandemia. Gustavo Copelmayer