Trabajadoras, emprendedoras, luchadoras… mujeres

A pesar de que llevamos 17 años de siglo XXI, el sexo femenino en España sigue estando en clara desventaja: dificultades para encontrar y mantener un trabajo, para escalar a puestos directivos, para conseguir financiación a la hora de montar un negocio, para cuidar de los suyos, para que cuiden de ellas… La sociedad le sigue exigiendo una perfección imposible que, más tarde o más temprano, nos va a explotar en la cara.

Es difícil ser original a la hora de hablar sobre el largo camino que le queda por recorrer a la mujer española para lograr la igualdad real, tanto a nivel laboral como personal. En las últimas semanas no hemos parado de ver noticias relacionadas con la violencia de género, que desgraciadamente sigue cobrándose vidas día tras día.

También con los bajos sueldos de las trabajadoras en comparación con los de sus homólogos masculinos; o con situaciones de mobbing y despidos improcedentes que sufren embarazadas y madres (y padres realmente corresponsables, que aunque son menos, también los hay y son tremendamente necesarios para alcanzar esa ansiada igualdad). Las que aguantan en su puesto saben que las cargas familiares son proporcionalmente inversas a escalar hacia puestos directivos, pero sólo en el caso de ellas.

En este sentido, los datos son clarificadores: según el estudio Mujeres con impacto, elaborado por Esade, el 54% de las mujeres europeas en puestos de dirección no tienen hijos, frente al 29% de los hombres en el mismo cargo. Por otra parte, entre enero y junio de 2016 el Ministerio de Empleo y Seguridad Social registró 21.526 excedencias por cuidado de hijos, menores acogidos u otros familiares. Más de 19.600 fueron solicitadas por mujeres.

Las cargas familiares son proporcionalmente inversas a escalar hacia puestos directivos, pero sólo en el caso de ellas.

Es un hecho que la sociedad sigue empujando al sexo femenino hacia la vida y las costumbres del ama de casa, aunque con la ‘ligera’ diferencia de que, además, se debe compaginar esa faceta con la de la trabajadora incansable e independiente. La educación que hemos recibido nos ha marcado a fuego que debemos alcanzar la perfección para no frustrarnos… ¡y sin traje de Superwoman! Una razón cultural de peso que tardará en cambiar.

Mientras unos cuantos luchan por una Ley que obligue a conciliar a todos por igual, algunas mujeres se han lanzado al emprendimiento. ¡Cómo si ese mundo estuviese exento de barreras!

No hay financiación para ellas

Según datos de la Radiografía Sage sobre la Mujer emprendedora en España, el 41% de las mujeres que se lanzan a montar su propia empresa lo hacen por la falta de opciones en el mercado laboral. Para éstas también es determinante la necesidad de encontrar un equilibrio entre la vida familiar y la profesional. Y no olvidemos la frustración generada por no poder alcanzar puestos de dirección. Toda una serie de ‘motivaciones’ que no convencen a bancos ni a inversores y que tienden a cerrar el grifo de la financiación.

El informe de Esade asegura que sólo una mujer por cada nueve hombres consigue financiación para su empresa. Los datos muestran que las emprendedoras crean sus negocios con un 50% menos de capital que los empresarios de género masculino y optan por créditos más pequeños. En España, sólo el 11% de las valientes que se lanzaron en 2014 a la aventura de crear su propio negocio obtuvieron ayudas y préstamos del Gobierno o de las comunidades autónomas. Un 36,5% recurrió a la autofinanciación, un 23% a la familia y un 7% consiguió apoyo económico a través de inversores privados y business angels.

Esa falta de apoyo empuja a muchas de éstas a buscar ayuda en fundaciones y ONG, lo que repercute en que terminen generando una actividad con valor social. Así lo explican desde Ogunte, una organización británica dedicada al apoyo y acompañamiento de nuevas empresarias sociales. Su fundadora, Servane Mouazan, opina que las mujeres tienden hacia la economía social también con la intención de desarrollar en un formato empresarial y lucrativo actividades a las que se han dedicado tradicionalmente, sin estar socialmente reconocidas o económicamente retribuidas. Es decir, basadas en la pauta del ama de casa: cuidar, educar, limpiar, cocinar…

En España, sólo el 11% de las valientes que se lanzaron en 2014 a la aventura de crear su propio negocio obtuvieron ayudas y préstamos del Gobierno o de las comunidades autónomas.

Además, la mujer se convierte en la figura ideal para el emprendimiento social porque no tiene grandes pretensiones en cuanto a facturación. Busca simple y llanamente la supervivencia a cambio de la transformación social intentando endeudarse lo menos posible. Por otra parte, y como ya hemos comentado, tenerla al mando significa en gran medida evitar la contaminación de agentes externos, de inversores que obliguen a echar a un lado los objetivos sociales de la compañía para centrarse en el negocio puro y duro.

El estudio de Esade asegura que la mayoría de las emprendedoras sociales españolas ponen en marcha sus proyectos por pura vocación, convencidas de que sus ideas serán útiles para mejorar la vida de su comunidad o de la sociedad en la que se mueve. ¿Por qué? Normalmente porque están implicadas con el problema en cuestión. Es más, un 84% de las empresarias encuestadas asegura que los objetivos a conseguir por su empresa están relacionados con una vivencia o experiencia personal.

Partiendo de un buen plan de negocio, ¿no es la implicación el mejor argumento para apoyar económicamente a un proyecto? La mayoría de los que mueven el cotarro, aquellos con potestad de conceder financiación, son hombres con una educación chapada a la antigua poco o nada acostumbrados a hablar de negocios de igual a igual con una mujer. ¿No se dan cuenta de que los tiempos cambian? ¿De que el número de universitarias mejor formadas es mayor que el de sus homólogos masculinos? ¿De que el futuro tiene nombre de mujer?

Las cifras y los estudios dejan patente que son muchos los que no lo ven, y eso sólo puede significar una cosa: han perdido su olfato para los negocios.

Comentarios

  1. La falacia del emprendimiento. Tanto desde el mundo empresarial como desde el Estado, se elude la responsabilidad de crear empleo digno, alentando el autoempleo como una de las soluciones fundamentales para disminuir el paro. Se fomenta un emprendimiento que rompe las relaciones laborales y que, en la mayoría de las ocasiones, tiene como principal consecuencia que la persona que trabaja se auto explote, o explote a otras, en pro de un beneficio económico que casi nunca se logra o simplemente para poder tener un empleo. El autoempleo convierte en puramente mercantil la relación laboral en busca de un mayor beneficio para las empresas que lo contratan . Ello trae consigo una precarización de la vida del autoempleado (horarios, condiciones de trabajo, ingresos, etc) alienando a las personas y acrecentando su auto explotación. Vemos como el valor fundamental de adquirir una actitud activa y responsable frente a la vida es tergiversado por la cultura llamada del emprendimiento, que se quiere desarrollar desde los ámbitos educativos en la Ley de Educación (La LOMCE, obediente a las orientaciones que emanan de la Unión Europea), pues quiere potenciar la lógica perversa de que es cada persona la única responsable de su vida y de lo que pase, incluido el tener o encontrar trabajo, de modo que no tenerlo pase a ser responsabilidad de la propia persona. Además se inculca la idea perversa también de que no se necesitan los sindicatos.
    El emprendimiento está dentro de la estrategia del neoliberalismo y su empeño en mercantilizar todo. La persona (hombre o mujer) es una herramienta más, dentro del sistema capitalista. Se mercantiliza a la persona y se empresariza la sociedad civil, haciendo creer que son las personas y la sociedad los responsables de la situación de desempleo que existe. Por eso, el emprendimiento es una estrategia falaz.