Inversiones de impacto

En la última década han confluido distintas tendencias que están cuestionando la manera tradicional de abordar las decisiones de inversión. Por una parte, la preocupación por la responsabilidad social empresarial ha impulsado a las empresas a integrar las variables sociales y medioambientales en las operaciones del negocio y a mantener un diálogo más fluido con sus diferentes grupos de interés (clientes, empleados, proveedores, etc.). Por otra, en el sector de la filantropía ha surgido con fuerza un nuevo perfil de donante que comparte rasgos similares al del inversor.

Se trata tanto de personas como de instituciones que buscan emparejar sus motivaciones sociales con la búsqueda de cierta rentabilidad económica. Esas tendencias han impulsado la creación y desarrollo de distintos instrumentos o fondos de inversión presididos por criterios sociales y medioambientales (fondos éticos o, más propiamente, fondos socialmente responsables). Por último, en el campo del desarrollo ha surgido una nueva corriente que está cuestionando la manera tradicional de abordar la solución de muchos problemas sociales.

ESTE NUEVO ENFOQUE, conocido vulgarmente como «la base de la pirámide», defiende que los pobres pueden ser clientes excelentes, y que el secreto está en que las empresas mediante la innovación desarrollen productos y servicios para esos miles de millones de personas que se encuentran en la «base de la pirámide». Con este nombre se hace referencia a un mercado, hasta ahora ignorado, constituido por entre dos y cuatro mil millones de personas, que viven con menos de cuatro dólares al día.

Las estrategias para hacer frente a este mercado se centran en el desarrollo de productos y servicios de calidad para los clientes con un bajo poder adquisitivo, que se encuentran en países en desarrollo o emergentes. Las iniciativas empresariales son diversas, y van desde servicios financieros basados en microcréditos, el acceso a agua potable o sistemas generadores de energía, servicios de salud u otros relacionados con la alimentación o las telecomunicaciones.

Los márgenes económicos son sensiblemente inferiores a los habituales para servicios similares en los países desarrollados, pero dadas las dimensiones del mercado se convierten en cifras de beneficios muy importantes, que superan con creces a las que se obtienen en mercados supuestamente más atractivos.

HACIÉNDOSE ECO DE ESTAS VARIADAS TENDENCIAS, la Fundación Rockefeller (una de las instituciones que más ha empujado la necesidad de conjugar las actividades filantrópicas y los criterios de inversión) y el banco de inversión JP Morgan publicaron a finales de año un documento con el sugerente título de Impact Investments. An emerging asset class. En realidad el concepto de «inversiones de impacto» no es sino un nuevo intento de explicar y, sobre todo, conectar con esas nuevas sensibilidades.

Sin duda, la aportación más novedosa del informe es la explicación de que asistimos al nacimiento de una nueva clase de activo que requiere capacidades nuevas para el análisis, nuevos instrumentos de medición y estructuras organizativas propias. Si eso es así, sólo el tiempo podrá decirlo. En cualquier caso, nos encontramos con el intento más serio por defender la necesidad de conciliar las motivaciones financieras y las intenciones altruistas. Quizá hayamos dado con la cuadratura del círculo, quién sabe.

Pero, en todo caso, si no acertamos a resolverlo, siempre podremos decir, como los geómetras: «Sí, es verdad, era un problema insoluble, pero divertido».

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