¿Hemos enfocado bien el problema de la desigualdad?

Viene siendo tema de discusión en los principales medios internacionales el tema de la desigualdad de ingresos y oportunidades.

Desde que David Brooks, articulista del New York Times, abordara el tema en el artículo The Inequality Problem,  las reacciones se han ido sucediendo, tanto en los chats como en los medios impresos.

Una de las voces cualificadas que ha participado en el debate ha sido la del semanario The Economist.

El planteamiento de Brooks lleva a poner los acentos en la desigualdad de oportunidades. Según él, hemos equivocado el diagnóstico, confundiendo las causas con los efectos.

Si ponemos la mirada en la desigualdad de ingresos, la tentación permanente es manejar la política fiscal de forma que aumente la presión impositiva a las rentas altas para poder distribuirlas entre los más desfavorecidos.

Se trata, al fin y al cabo, de hacer válido el título del famoso libro sobre responsabilidad social Robin Hood was right y volver a poner encima de la mesa planeamientos maniqueos y simplistas, de expansión de la presión fiscal frente a la necesidad de reducir el estado y de sus atribuciones.

Pero cabe la posibilidad de que esta desigualdad no sea la causa de los males sociales y económicos, si no su efecto.

Existe una desigualdad más radical y problemática, más profunda y que requiere de una atención especial, entre otras razones, por que es más esencialmente humana: la desigualdad de oportunidades.

Es ésta la que está en el fondo de la de ingresos, es la que la explica. Nos ha pasado desapercibida, intencionalmente o no, y nos hemos centrado en sanar los síntomas de una enfermedad que no estaba siendo atajada en sus verdaderas causas.

Una política económica paliativa ha adormecido la sensibilidad y ninguneado la necesidad de ahondar en el diagnóstico, de complicarnos la vida en la identificación de terapias más agresivas.

La desigualdad de acceso a un trabajo de mujeres solteras con hijos; la desigualdad en la evaluación de la contribución al sistema de las experiencia que otorga la edad; la desigualdad en acceder a un primer empleo de jóvenes recién egresados, o la desigualad de acceso al mercado y al crédito de los que no tiene propiedades que puedan avalarlo, entre otras, son las razones que están detrás de la desigualdad de ingresos.

Si atajamos aquellas, resolveremos ésta, o al menos, ensayaremos nuevos caminos para encontrar una solución a un problema que nos parece enquistado.

El nuevo modelo económico requiere de la reformulación de sus hipótesis: la misión de la empresa no es maximizar el beneficio, sino crear valor y el mayor valor que se puede crear es el del trabajo.

Para algunos esta creación de trabajo puede ser pública: según ellos, la función del estado es esa. Pero ese trabajo no es sostenible. Se crea artificialmente, forzado por una obsesiva e irracional ideología.

Ha de crearse desde la lógica del mercado. Es esa la que lo legitima, la que le da oportunidad de hacerlo sostenible, la que permite a la persona “ganarse” la confianza que el sistema le presta para ser contratado, la que le permite realizarse plenamente, desarrollar sus dones, contribuir genuinamente con lo que le es más singular e irrepetible.

Crear puestos de trabajo sí, pero sin propiciar que una persona se apoltrone en él, piense que lo tiene en propiedad, que no es prescindible, que tiene derecho a él sea cual sea su contribución efectiva.

Benedicto XVI nos recordaba no hace mucho tiempo que los pilares en los que se tiene que basar la reformulación del nuevo modelo son tres: eficientes relaciones contractuales, sano entorno legal e incorporar la lógica del don al mercado.

Hay un tipo de bienes, los más valiosos, que sólo entregándolos se poseen; es más, cuanto más se donan, más se tienen.

Uno de ellos, sin el cual la empresa no existiría, es la confianza. Cuanto más la doy, más la tengo. Es ésta la que permite tener esperanza, la que abre el camino para que el otro pueda dar lo mejor de sí, la que vence la desigualdad de oportunidades que está detrás de la desigualdad de ingresos.

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