C2C, ciudadano a ciudadano

Desde hace unas décadas hablamos con naturalidad de B2G, B2B y B2C, si bien últimamente en esta revista hemos estado hablando con especial énfasis de C2C -ciudadano a ciudadano-.

Sin limitarnos a temas de economía colaborativa, es evidente la relevancia que el ciudadano está adquiriendo desde que empresas y gobiernos pueden escuchar su voz no solo mediante las urnas sino mediante las redes sociales. Desde su nueva posición el ciudadano ha asumido un rol más activo.

El ciudadano, como agente económico y social ha cambiado para siempre la forma en la que se relaciona con entidades. No sólo participa en actividades que antes sucedían exclusivamente de puertas adentro en entidades públicas y privadas (como la innovación), sino que conecta con otros ciudadanos con motivos tan dispares como intercambiar casas, vender aquello que no utiliza, ofrecer su talento a cambio de talento, o viajar el uno a la casa del otro.

¿Estamos viviendo en el siglo en el que el triángulo estado–empresas–ciudadanos llegará a ser equilátero? Una utopía, me temo. No se puede obviar que precisamente la herramienta que dota de voz a los ciudadanos -la tecnología- es un arma de doble filo que puede limitar su libertad de manera drástica.

Hablar de las consecuencias que la monitorización y trazabilidad de lo que hace, opina y dónde está en cada momento cada uno de nosotros daría lugar a otro tipo de artículo y a un amplio debate, por lo que abordaré este tema desde las consecuencias positivas que tiene para el ciudadano el hecho que se pueda oír su voz y que se habilite su toma de contacto e interacción con otros ciudadanos.

Aunque supongo que los lectores están familiarizado con los acrónimos antes mencionados B2B, B2C, B2G y combinaciones invertidas con estas siglas, conviene aclarar que se utilizan mayoritariamente en relación con los productos y/o servicios que genera una empresa y el tipo de cliente al que estos van dirigidos. Mientras que la B significa business y la G, gobierno, la C identifica al consumidor. C2C implica, por tanto, una relación de consumidor a consumidor.

Desde hace ya un tiempo me resulta difícil verbalizar y escribir la palabra consumidor sin cuestionarme internamente acerca de si esa denominación es respetuosa (y reconozco que cada vez más a menudo lo hago en voz alta y en diferentes foros para preguntar a los demás qué opinan). Así que aprovecho para pedirte, estimado lector, que compartas tu parecer a este respecto.

Este fin de semana lo he consultado con amigos y conocidos, y todos en mayor o menor medida asumimos que por supuesto somos consumidores de lo que otros producen. También muchos asumimos que cuando hablan de consumidores pensamos que aquellos de los que hablan son los otros.

Personalmente tengo la impresión de que cuando se habla del consumidor a secas no estamos poniendo al ciudadano en una relación de igualdad y de diálogo con su proveedor (sea este empresa o estado), sino que le damos una posición más bien de tipo receptor.

Afortunadamente, eso es sólo una parte. El ciudadano participa de manera activa por ejemplo, en el proceso de innovación de las empresas. A este tipo de innovación abierta el ciudadano contribuye compartiendo su visión, su experiencia que favorece la adaptación del producto a las necesidades reales de los usuarios, e incluso con algunas ideas de mejora que implican grandes ahorros en diseño y hasta ideas divertidas para otras personas (me viene a la memoria IKEA Hackers)

También el ciudadano con determinadas capacidades puede perfeccionar un producto para el beneficio de todos. Uno de los ejemplos más recurrentes es el del software de código abierto (Linux, OpenOffice…) así como los trabajos realizados con licencias de tipo Creative Commons que permiten acceder a creatividad y conocimiento con una licencia de uso gratuita bajo determinadas condiciones, una modalidad que según los últimos datos de esta organización con sede en Mountain View, California, se ha multiplicado casi por 20 en tan sólo 8 años:

 creative-commons

El ciudadano también participa en iniciativas que mejoran la vida en las ciudades. Un ejemplo es la iniciativa SF Citi en San Francisco, una organización que une la tecnología y los ciudadanos favoreciendo la innovación cívica en ámbitos como la educación, el acceso a vivienda, la reducción de la brecha digital, reformas fiscales, creación de empleo… un gran número de proyectos que colocan al ciudadano como un actor activo en la definición del futuro de la ciudad y del país en el que vive. Hace unas semanas se hablaba en esta revista del ciudadano como elemento clave para la gestión pública (Vid. 10 apps para impulsar el gobierno abierto).

En 2013 IBM y la Universidad de Wisconsin – Milwaukee colaboraron para elaborar un estudio que identifica cuatro formas en las que los ciudadanos participan de esa cocreación:

– Como un explorador: es el ciudadano usuario el que identifica y descubre las deficiencias y problemas en los servicios públicos.

– Aportando ideas que contribuyan a resolver dichos problemas.

– Diseñando o desarrollando soluciones para resolver las cuestiones identificadas.

– Como difusores que facilitan la adopción de innovaciones y soluciones por parte de otros ciudadanos.

Me resulta realmente motivador que el ciudadano pueda formar parte del desarrollo de iniciativas y mejoras que le afectan de manera directa.

Otro tipo de interacción, esta vez C2C, corresponde a las plataformas que facilitan los intercambios y transacciones entre ciudadanos. Uno de los ejemplos más actuales (y en este caso también más próximo, ya que se trata de una empresa catalana) es Wallapop, un marketplace que facilita la compra/venta de todo tipo de artículos entre particulares. En una sociedad aún afectada por el paro e ingresos reducidos y con una mayor consciencia del consumo por una necesidad real y no por impulso, la posibilidad de acceder a artículos de segunda mano está en plena vigencia.

Quizás el hecho de que un ciudadano interactúe con otro con necesidades similares o complementarias, y que puedan conectar al mismo nivel gracias a la tecnología es lo que realmente hace que se esté desarrollando ese binomio.

Por ejemplo, la creación de grupos de consumo es una tendencia cada vez más en alza. Consiste en la alianza de ciudadanos que viven en una misma zona para adquirir directamente de los productores de proximidad bienes y servicios relacionados con la alimentación, el vestido y el cuidado personal a un precio más asequible. Saben lo que compran y a quién.

También el ocio se ha visto alterado por plataformas como Uolala (una empresa también catalana), o MeetUp que está presente en 182 países. Ambas organizaciones permiten la coordinación de encuentros y actividades de ciudadanos con otros ciudadanos, la mayor parte de ellos organizados para desarrollar actividades sin ánimo de lucro como intercambiar idiomas, ver películas, leer, hacer deporte… la lista es infinita.

Me estimula ver el protagonismo que está adquiriendo el ciudadano en los ámbitos antes mencionados. Y como soy optimista por naturaleza, tengo que decir que creo que la forma de consumir se está transformando hacia un modelo menos impulsivo, más sostenible, más responsable. Quizás no sea la Generación X ni los millennials los que lo constaten. Aún así, está ahí, y el ciudadano tiene cada vez un mejor papel.

 Por Mar Masulli
@mmasulli
Comentarios

  1. En nombre de todo el equipo Uolala, muchas gracias por compartir tu reflexión, Mar.

    Estos 3 años de desarrollo de nuestra plataforma hemos confirmado que nuestra comunidad es parte de nuestro equipo. Su interacción con nosotros va mucho más allá del mero intercambio producto/servicio – cliente. Nos construimos a partir de ella, de lo que nos sugiere, valorar y necesita.

    Igualmente, sentimos que nuestra comunidad es feliz por tener un espacio donde compartir, con desconocidos de su ciudad, una parte de ella misma en un espacio transparente y respetuoso que, prácticamente, ella misma regula.

    Así pues, una vez más, muchas gracias por difundir esta (ya no tan nueva) demanda participativa y colaborativa de las personas.