Micromachismos para hombres

En estos días en los que la mujer es protagonista, se hace necesario hablar de los micromachismos que impregnan a la sociedad de forma subconsciente de esa desigualdad que no deja despegar a la mujer. Algunos de ellos también atacan al hombre, principalmente a aquel que es consciente de la importancia de ser corresponsable.

Hace unas semanas mi hijo de cinco años llegó del colegio un poco frustrado. El motivo: manifestar abiertamente ante otros compañeros de clase lo mucho que le gusta el rosa. “Carlos me ha dicho que eso no puede ser, que es de niñas”. Pude tranquilizarle asegurando que ese tal Carlos no tiene ni idea de la cantidad de cosas chulas que se pueden pintar con ese color. Él se marchó a jugar alegremente y yo me quedé meditando sobre el asunto.

No sólo sobre la educación condicionada por sexos que todavía siguen inculcando algunos padres de mi generación y que, a mi juicio, es desacertada si queremos alcanzar ese objetivo de igualdad todavía lejano. También sobre esos micromachismos que marcan con una cruz al hombre que valora todas las posibilidades, que piensa en todas sus responsabilidades y que realiza, sin que nadie se lo pida, labores que históricamente han sido cosa de mujeres.

Dimes y diretes sociales que, a veces, empujan al hombre a dar un paso atrás en ese pensamiento igualitario para no sentirse rechazado, y que a menudo ensucian la mente de los más jóvenes, tan necesitados de aprobación social y, a la vez, tan necesarios para encauzar el cambio. Los patios de instituto siguen rebosantes de comentarios negativos hacia aquellos chavales que tienen más amigas que amigos, o que tienden a charlar de algo más que no sean deportes y (perdón por la expresión) tetas.

Aunque las formas cambian, el fondo perdura al llegar al mundo profesional. Hay quienes siguen mirando con desconfianza a aquellos hombres que eligen trabajar como secretarios, azafatos, profesores de educación infantil, empleados de hogar… Y peores caras aparecen cuando un compañero se convierte en padre y muestra interés en dedicarle más tiempo y espacio a sus hijos que a su trabajo.

En el universo laboral a nivel general, si eres hombre y solicitas bajas mayores de los 15 días naturales estipulados por la ley, reducciones de jornada o excedencias para hacerte cargo de tus hijos, en el subconsciente de muchos de tus compañeros (y compañeras) te habrás convertido en un vago, un calzonazos, un jeta… Aunque no te lo digan, estarás en su punto de mira como empleado con pocas ganas de trabajar que se ha llevado casi todas las papeletas para la próxima rifa del despido. Una situación de pseudo mobbing difícil de aceptar.

Por contra, para otro segmento de la población serás un ‘padrazo’, un término que suena positivo pero que encierra una verdad negativa: la del hombre que destaca en la sociedad por compartir a partes iguales con su pareja su responsabilidad como progenitor. Básicamente, por desempeñar su ‘trabajo’ como padre, algo que debería pasar desapercibido, como ocurre con las madres.

Es una expresión incendiaria entre los llamados ‘papás blogueros’, un grupo cada vez menos reducido de patriarcas que han hecho piña para denunciar situaciones como éstas y otras menos apreciables pero igual de preocupantes. Entre ellos está Adriá Cordellat, periodista freelance y creador del blog Un papá en prácticas, que comentaba recientemente que cuando llevan a su pequeña al médico, la pediatra siempre se dirige a su mujer, “como si yo fuese un mero figurante”. Y Pau Almuni, de Niños Emprendedores, se quejaba de cómo en los corrillos de padres “si hablas de papillas y de pañales te cortan rápido con comentarios del partido del día anterior”.

Son sólo dos casos de los muchos que se han subido al carro de #padresigualitarios, un hashtag que nace para mostrarle a hombres y mujeres que la crianza de los hijos es cosa de dos a partes iguales y erradicar de una vez por todas expresiones del tipo “mi marido me ayuda mucho con los niños” o “¿piensa tu mujer reincorporarse al trabajo cuando los peques crezcan?”.

Que el hombre se convierta en el destinatario del golpe o la chanza no es sino un reflejo más de esa desigualdad que impide el crecimiento personal y profesional de la mujer. Corregir esta situación a corto plazo es prácticamente imposible pero, ¿y si educamos a nuestros hijos con valores de tolerancia y de corresponsabilidad para que ellos tomen las riendas de un nuevo cambio? Podemos empezar por enseñarles a ver la vida de color de rosa.

Comentarios

  1. Es bueno reflexionar sobre estos puntos que ayudan a la mejor calidad de vida de todos Andres Stangalini. Y deberíamos profundizar.
    Felicitaciones por la nota. Stangalini.