Oyibo pepper

HAZ4 febrero 2010

Fue en la zona de Agejumle, en la ciudad de Lagos. Hacía calor, mucho calor. Aunque nos encontrábamos en plena estación de lluvias, el cielo había amanecido despejado y el sol picaba de lleno. Le había pedido a Tseye, un amigo nigeriano, que me acompañase a conocer el mercado de Boundry, famoso por su colorido y variedad.

Poco después de dejar atrás la gran mezquita, nos cruzamos con un grupo de pequeños. Regresaban de la escuela con las camisas de su uniforme colegial colgando fuera del pantalón. Pensé en lo sofocante que debía resultar su traje, hecho de unas telas bastas de colores brillantes. Les sonreí al cruzarse con nosotros. Uno de los pequeñuelos se acercó corriendo, me tiró de la camisa y señalando mi cara me dijo:

–¡Oyibo pepper!

Al escucharlo, sus compañeros comenzaron a reírse a carcajadas.

–¿Qué me ha dicho?– pregunté a Tseye –Es la letra de una canción muy popular –me comentó sonriendo–. «Oyibo» en yoruba significa hombre blanco, y «pepper» es pimienta en inglés. La traducción literal sería algo así como «hombre blanco colorado». La expresión bromea con el hecho de que el hombre blanco no está acostumbrado a nuestra comida, muy picante, y por eso, cuando la prueba, su cara se congestiona y enrojece como la pimienta. El niño ha recordado la canción al encontrarse con un oyibo en un lugar que no suelen frecuentar.

Todas las lenguas en África tienen una palabra para designar al hombre blanco. En swahili se les llama mzungu; en igbo, ncha; en hausa, bature. Las he escuchado muchas veces. La mayoría de ellas en boca de los niños que no sienten ningún pudor en pronunciarla.

África es el único continente en el que para dirigirse a un occidental se utiliza el color de la piel como distintivo. Si nosotros utilizásemos una expresión similar para nombrar a las personas de raza negra seríamos inmediatamente acusados de racistas. El hecho de que no las usemos es una prueba de que ese pecado sigue pesando en nuestra historia.

Sólo quien no tiene ningún temor de que sus palabras puedan ser mal interpretadas las pronuncia con naturalidad y sencillez. No existe riesgo alguno de que las personas de raza negra puedan ser acusadas de racismo. El pecado de racismo es exclusivo del hombre blanco y, por esa razón, es el único que debe pagar la penitencia de ser nombrado por el color de su piel. Aunque algunas personas señalan el fenómeno de las luchas tribales en África como un ejemplo de racismo, en realidad guarda más semejanza con manifestaciones de violencia propias del nacionalismo.

¡Oyibo pepper! Los niños la pronuncian con un tono a medio camino entre el asombro y la burla. Manifiestan su sorpresa al toparse con un hombre blanco paseando por un lugar tan alejado de sus barrios naturales. Y es cierto, llevo más de cuatro horas caminando por esta zona de la ciudad de Lagos y no me he cruzado con ningún hombre blanco, ni me cruzaré hasta que el día termine y me retire a las áreas donde viven los oyibos.

LAGOS.
Cuando mencioné mi viaje a la ciudad de Lagos muchos de mis conocidos reaccionaron con un gesto de extrañeza, «¿qué se te ha perdido allí?», o de alarma, «¿has tomado todas las precauciones?». Lagos es famosa por su inseguridad, la suciedad de sus calles, el incesante ruido provocado por los vehículos, la pesadilla del tráfico, cualquier desplazamiento en horas punta supone invertir entre dos y tres horas en el mejor de los casos. La energía eléctrica en la ciudad es intermitente, pese a ser Nigeria uno de los principales países productores de petróleo y gas, y los constantes cortes de luz impiden también un suministro constante de agua corriente. A primera vista, muy pocos elementos para seducir a los turistas.

De hecho, ninguna agencia de viajes incluye la antigua capital de Nigeria entre sus destinos africanos. No dispone de grandes parques naturales cercanos como Nairobi o Dar es Salaam, ni de las comodidades de una ciudad occidental como Ciudad del Cabo o Durban, ni siquiera de un cautivador desierto al que escaparse como Trípoli. Todo eso es verdad, pero la ciudad tiene otros atractivos que es preciso descubrir.

Lagos es sus inmensos mercados, en los que es posible perderse durante horas sin repetir el mismo recorrido, bazares con una variedad de olores y colores difícil de encontrar en otros lugares. Es una olla hirviendo que desborda ritmo y energía. Una ciudad acogedora en la que conviven todas las razas y religiones. Es frenesí, intercambio, chalaneo, prisas. Y, también, risas, porque si uno se detiene y mira, descubre una sonrisa, un jugueteo, una broma. Lagos son mil rincones y esquinas densamente poblados en los que se entrecruzan simultáneamente miles de historias que sólo esperan ser contadas.

El primer nombre que recibió la ciudad fue Oko que en yoruba significa granja, ya que era una zona dedicada principalmente a las actividades agrícolas y a la pesca. Desde su fundación por los portugueses en el siglo XV hasta el año 1861, que fue cedida a los británicos, Lagos funcionó como uno de los puertos de tráfico de esclavos más importantes de la costa de Guinea, también conocida como «costa de los esclavos». La ciudad pronto se convirtió en el principal puerto africano del océano Atlántico, concentrando la actividad comercial y el intercambio entre el continente y la metrópoli británica y atrayendo a las poblaciones vecinas.

Lagos pasó a ser la capital de Nigeria en 1914, tras la unión de los protectorados británicos del Sur y del Norte. Muchos habitantes de las poblaciones de Nigeria y de los países vecinos, incluidos los esclavos liberados de Brasil y las Antillas, emigraron a Lagos en busca de oportunidades. Muy pronto devino la ciudad más poblada de África del oeste y la más diversa, en la que conviven más razas y etnias diferentes. Aunque la capital de Nigeria se trasladó a Abuja en 1991, la ciudad de Lagos sigue siendo la gran metrópoli del país. Si bien el censo de 2006 arrojó una cifra cercana a los diez millones de habitantes, las estimaciones de Naciones Unidas, mucho más creíbles, hablan de entre 13 y 17 millones de habitantes, situándola en el puesto número seis entre las ciudades más pobladas del mundo.

La ciudad está localiza en la costa del océano Atlántico y su actual área metropolitana comprende la tierra firme y dos islas principales (Lagos Island y Victoria Island), que se encuentran unidas por largos puentes. Entre las islas y tierra firme hay una gran laguna que se extiende paralela a la costa y que es la «responsable» de que los portugueses denominasen en el siglo XV a este territorio con el nombre de Lagos.

Cuando los primeros europeos llegaron a Lagos Island en 1852 al cabo de muy poco tiempo se desplazaron a Ikoyi Island para huir de la insalubridad de la zona y de la malaria propagada por los mosquitos de la laguna. En Ikoyi los colonos construyeron sus casas imitando el estilo europeo y acotaron esa zona residencial bautizándola con el nombre de Government Reserved Area. El nombre de «reserva» resulta muy apropiado. Aunque las antiguas casas coloniales, con sus grandes porches y tejados, han sido sustituidas paulatinamente por edificios de apartamentos de lujo, ocupados por la emergente clase negra adinerada, Ikoyi sigue siendo el refugio de los oyibos y los «expat» (término que se utiliza para designar a los ejecutivos de empresas multinacionales expatriados).

En esta zona de Lagos tienen sus residencias los ejecutivos de las grandes compañías de petróleo y gas, y desde allí se desplazan en sus coches de cristales ahumados a sus oficinas situadas en V. I. (Victoria Island). El único trayecto que conocen estos «nuevos colonos» es el que les conduce desde su vivienda a la oficina y desde ésta al Ikoyi Club o al Club de Polo. Su vida no es muy diferente a la de los antiguos funcionarios coloniales, que vivían aislados en sus zonas residenciales asistidos por una cohorte de sirvientes.

OKADAS.
Si nos viésemos forzados a escoger una única palabra para describir la ciudad de Lagos probablemente la que elegiríamos sería «movimiento». Lagos es un inmenso mercado, en el que la gente está desplazándose permanentemente de un sitio a otro. Por esa razón el transporte público en esta ciudad de West Africa es un elemento esencial. En realidad en todas las ciudades del tercer mundo el transporte es uno de los sectores más críticos para la población porque constituye su salvavidas para obtener el pan de cada día. Como los servicios públicos de transporte son escasos e ineficientes, este sector suele estar en manos de pequeños microempresarios que trabajan en el sector informal.

Cientos de miles de vehículos de todo tipo y condición propiedad de pequeños emprendedores prestan servicio diariamente a los pobres en las megalópolis del tercer mundo. En Kenia se les llama matatos, en República Dominicana los denominan conchos, en Manila jeepneys (antiguos jeeps militares pintados con vivos colores y decorados a menudo con borlas, bocinas y espejos).

La ciudad de Lagos tiene toda una panoplia de medios de transporte para desplazar a su población de un lugar a otro. En primer lugar se encuentran los taxis convencionales con precios prohibitivos para la mayoría de la población.

Luego están los lagbus, unos autobuses de color rojo, introducidos en el año 2007, que realizan rutas de larga duración por la ciudad. Pero el transporte masivo por excelencia esta constituido por los danfos y los okadas. Los danfos son el medio de transporte más económico. Se trata de pequeñas furgonetas destartaladas de color amarillo que realizan rutas más cortas.

Disponen de tres filas de asientos sin contar con el asiento del conductor. Sólo están autorizados a transportar a un máximo de diez pasajeros, tres en cada una de las filas y uno en el asiento del copiloto. Pero, en las horas punta pueden ir cargados hasta con dieciocho pasajeros. No existen paradas reglamentarias: el danfo tiene una ruta y va recogiendo y repartiendo la «mercancía» a medida que realiza su recorrido.

Además del conductor, el danfo cuenta con un cobrador que va literalmente colgado de la puerta del vehículo mientras grita el destino a los transeúntes –¡Sabo!, ¡Seven Up!– y cobra a los pasajeros.

Pero, en cuanto caen las primeras gotas de lluvia, la deficiente red viaria, unida a la falta de un sistema eficaz para la canalización del agua, paraliza completamente el ya de por sí caótico tráfico de la ciudad. Precisamente para evitar los atascos surgió el medio de transporte más rápido y eficaz de la metrópoli nigeriana: las okadas, pequeñas motocicletas que pueden sortear sin dificultad los embotellamientos. El nombre les viene de una antigua línea área de Benin llamada OKADA; la población los designó con ese apelativo para expresar la rapidez del transporte. Se calcula que existe un parque de más de trescientas mil okadas en el área metropolitana de Lagos.

Esta solución surgió de manera informal y, aunque son muchas las quejas sobre la falta de seguridad y los frecuentes accidentes (se producen alrededor de 1.800 muertes cada año por accidentes), lo cierto es que este medio ha solucionado el problema del transporte a millones de ciudadanos. Los okada driver no disponen de ningún carné de conducir, con frecuencia llevan a más de dos pasajeros en la moto y no se toman muy en serio las reglas de tráfico. Su único mandamiento es conducir al pasajero a su destino en el menor tiempo posible. No hay que extrañarse si se ve a un grupo de okadas invadir la acera, cualquier cosa vale con tal de sortear los obstáculos y llegar a tiempo.

El okada recibe las quejas de todo el mundo, pero nadie deja de utilizarlo. Es raro encontrar un oyibo en un danfo, pero no resulta inusual contemplar la escena de un expat saltando de un taxi en medio de un embotellamiento para subirse a un okada. Las tarifas oscilan entre cincuenta (0,25 euros) y cien naira (0,5 euros), dependiendo de la distancia.

No parece que este sector de actividad vaya a desaparecer pronto. El precio de un okada modesto puede alcanzar los 85.000 nairas, y un conductor puede ganarse al día entre 3.000 y 5.000 nairas (unos 20 euros al día). Hacerse pues con una motocicleta resulta una buena inversión para muchos inmigrantes que constantemente llegan a la ciudad del norte del país en busca de trabajo. Los okadas no pueden desplazarse libremente por las zonas de la ciudad sin autorización de los area boys. Los area boys son bandas de niños de la calle y adolescentes que deambulan por las calles de Lagos, especialmente en la zona de Lagos Island, el distrito más populoso de toda la ciudad y donde se desarrolla la principal actividad económica.

Suelen concentrarse en las paradas de autobuses, los cruces y los mercados. Extorsionan a los conductores que circulan por «su» zona cobrándoles una tasa; también a las mujeres que quieren instalar sus puestos en las esquinas para vender mercancía. La escena de dos pequeños armados con un destornillador amenazando a un conductor para que les pague el impuesto correspondiente es demasiado frecuente para llamar la atención. Las autoridades con cierta frecuencia intentan sin éxito organizar redadas para acabar con la «plaga» de los area boys, pero éstos después de replegarse durante unos días regresan con más fuerza a sus esquinas.

Se calcula que en Lagos puede haber cerca de 35.000 area boys, de los cuales más de mil están concentrados en Lagos Island. Al frente de cada grupo se encuentra el area father, cuya función es cobrar y asignar los encargos. Aunque realizan actividades ilegales, no se los puede asimilar sin más a un grupo criminal. Los area boys también se encargan de imponer orden en las zonas bajo su «jurisdicción»: controlan los aparcamientos, ponen orden en las filas ante las embajadas o edificios públicos, vigilan que nadie robe, etc. Además, la corrupción está tan extendida en la sociedad que la actividad de los area boys no llama la atención. Al fin y al cabo, la policía y los militares paran constantemente los vehículos que circulan por las carreteras exigiéndoles el pago de una cantidad y todo el mundo parece aceptarlo con resignación.

LA OTRA ORILLA.
Llegar con mi amigo Tseye al mercado de Boundry desde Victoria Island nos había llevado cerca de tres horas. El viaje comenzó en una parada cercana al edificio de la Law School en V.I. Allí tomamos el primer danfo que nos dejó en Abayomi Road, después cogimos otro hasta Obalende, la principal parada de autobuses y uno de los nudos de comunicación más importantes de la ciudad. Una vez en Obalende recorrimos a pie Lewis Street hasta el Sura Market, donde invertimos unos minutos hasta encontrar unas gorras para protegernos del sol. Tras hacer una breve parada para visitar la catedral de la Santa Cruz, que quedaba en nuestro camino, recorrimos Broad Street hasta llegar al puerto, donde un ferry nos transportó a Appapa, una zona situada al otro lado de la laguna.

Una vez en tierra, tomamos otro danfo hasta Waterside y, desde allí, andamos durante veinte minutos hasta llegar a las puertas del mercado de Boundry. Existen medios mucho más rápidos para llegar antes a nuestro destino. Si hubiésemos tomado un taxi podríamos habernos ahorrado cerca de dos horas y media. Pero nos habríamos perdido muchas cosas en el camino. Hay un dicho entre los corresponsales que cubren las noticias en este continente: «La actividad de un periodista en África se reparte entre un 90% de preparación logística para conseguir llegar al sitio donde la noticia se produce y el 10% restante en escribirla». Es verdad, pero siempre que no se olvide que ese 90% que se emplea en llegar hasta el destino es también noticia.

Se puede conocer África de muchas maneras. La mayoría de la gente lo hace a través de una agencia de viajes. Contratan un paquete que incluya un destino exótico y cargan la maleta de prendas ligeras de color caqui, repelente contra los mosquitos y unas cuantas guías de viaje. Al llegar al país elegido les espera un Toyota Land Cruiser con aire acondicionado. Confortablemente sentados en su trono de cuatro ruedas se desplazarán por el país atrapando con su cámara las «escenas africanas» para mostrar a sus amigos que ellos estuvieron allí. Ocasionalmente harán un gesto al conductor para que detenga el vehículo y puedan ajustar mejor su objetivo. Ciertamente, desde la comodidad y altura de ese vehículo se puede conocer África, pero seguramente nos dejaremos muchas cosas en el camino.

Nos dejaremos –seguro– el sudor, el polvo, los olores, el ruido… Y la pregunta es si realmente se puede llegar a conocer un país si damos la espalda a esas sensaciones.

El escritor Robert D. Kaplan, uno de los analistas más brillantes de política internacional y el mejor escritor de viajes vivo actualmente, ha acuñado la expresión «VIP bubble» para referirse a esa clase de viajeros que recorren el mundo envueltos en su gran burbuja.

Pueden pasar unos días o muchos años en un destino, no importa el tiempo, el resultado es el mismo. El lugar que ellos conocen y del que hablan no guarda ningún parecido con la realidad.

Hoy no resulta fácil viajar. Nos falta tiempo para detenernos, para conversar, para contemplar. El viajero, que antaño era un caminante ajeno a las agujas del reloj, ha dejado paso al turista, siempre pendiente del cronómetro.

Más concentrados en seguir las instrucciones de sus guías, los turistas suelen regresar a sus hogares con las experiencias y sensaciones de otros. Sus rutas están previamente marcadas y sus pasos contados. Perderse en la ciudad, recorrer calles que ningún libro señala, pasear sin rumbo, sentarse, contemplar… ¿qué guía nos muestra esto? Los viajes de agencia, cada vez más enlatados, no dejan nada a la improvisación. Viajar es llenar de cruces las casillas de un boleto. No hay nada fuera de control y «todo está incluido».

El viaje, el verdadero viaje, sin embargo, supone siempre alcanzar «la otra orilla». Se viaja para traspasar las fronteras, descubrir nuevas tierras, dejarse sorprender por un encuentro inesperado. Viajar exige siempre salir de sí mismo para ir al encuentro de alguien.

Lo esencial del viaje son los encuentros, pero éstos no cabe planificarlos. Si desaparece la aventura, ese acontecimiento imprevisto que nos coge por sorpresa, el viaje, entonces, se transforma en un simple desplazamiento de lugar. El encuentro es una posibilidad siempre abierta, pero que puede frustrarse sino sabemos mantener una mirada atenta, contemplativa.

En las tiendas de libros cada vez ocupa más espacio la sección dedicada a los libros de viajes. Sin embargo, se cuentan con los dedos los escritores capaces de iluminarnos con su experiencia.

Probablemente Kapuscinski fue el último escritor que se acercó a los lugares con el deseo sincero de conocer la realidad directamente, sin filtros de ningún tipo. Sólo una mirada atenta y profunda puede descubrir en determinados gestos o en detalles insignificantes, que suelen pasar desapercibidos para la mayoría, lo que está oculto o simplemente envuelto en capas de prejuicios, de fanatismo ideológico o de simple indiferencia. La diferencia entre Kapuscinski y el resto de los escritores de viaje es que él los captó, los recogió, les dio la vuelta y nos los mostró bajo una luz nueva.

Para lograr captar esos detalles hay que ir a lugares que las guías nunca pueden mostrar. Destinos desconocidos para nuestros flamantes ejecutivos y la comunidad de expatriados. Pero es precisamente allí, en las esquinas, en los mercados, en los transportes públicos, entre la población que lucha por sobrevivir cada día donde se encuentra la vida real. Es en esos lugares donde se empieza a conocer un país. No recorriendo los itinerarios marcados en mapas geográficos, sino aventurándose por ese mapa interior, siempre abierto y siempre sorprendente, que es el corazón de la gente, gateando hasta allí, donde los oyibos nunca van.

Por Javier Martín Cavanna
Dedicado a Guillermo de Rueda
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