Fernando Giménez, Vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española

HAZ1 enero 2009
“Sólo en la actividad educativa, la Iglesia ahorra al  Estado cerca de 3.000 millones de euros”

Fernando Giménez Barriocanal es un hombre tranquilo, pero lleno de una intensa actividad. Su cargo de vicesecretario para Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal Española (CEE) lo tiene que hacer compatible con sus responsabilidades como decano de la Facultad de Económicas de la Universidad Autónoma, donde imparte clases de Contabilidad General y Contabilidad Financiera. Además, es padre de cinco hijos. No le sobra el tiempo, por esa razón la entrevista tiene lugar a las 8.00 de una fría mañana de invierno. Nos reunimos en su despacho de la calle Añastro, sede de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Mientras conversamos consulta, de vez en cuando, alguna cifra en su ordenador portátil para confirmar lo que está diciendo. Como buen contable concede mucha importancia a los números, aunque sabe que, cuando hablamos de la aportación de la Iglesia católica, lo más valioso es lo que no se puede medir.

¿Se puede dar una cifra de la contribución social de la Iglesia, de la misma manera que una empresa informa a su junta general de accionistas del valor económico creado?

Resulta muy complicado dar una cifra global, aunque hemos avanzado mucho en los últimos años. Las dificultades son de distinto orden. La primera guarda relación con la propia noción de Iglesia; el concepto de Iglesia es muy rico. Las instituciones que pertenecen a la Iglesia son muy variadas: hay 69 diócesis, 22.700 parroquias y luego están todas las congregaciones religiosas y asociaciones, cerca de 14.000. En resumen, existen aproximadamente 40.000 organizaciones, cada una con su propio carisma y autonomía, esto hace que la recogida de información no sea algo sencillo. La segunda dificultad tiene que ver con el concepto de «contribución social». Si uno quiere saber qué hace la Iglesia tiene que conocer primero cuáles son sus fines. El fin principal de la Iglesia es anunciar el Evangelio, sin embargo para algunos la predicación no entra dentro de la categoría «social».

Nosotros no estamos de acuerdo con esa interpretación.

Sí, parece que no existe un fundamento para negar el carácter social a esas actividades. Hay importantes ONG que se dedican a impulsar campañas de sensibilización sobre los temas más variados (Oxfam, Amnistía Internacional, Greenpeace, etc.) y nadie niega el carácter social a esas actividades. Es más, las ONG sociales se suelen clasificar entre aquellas cuya labor es ejecutar proyectos sobre el terreno y las que están centradas en actividades de sensibilización o advocacy.

Efectivamente, la Iglesia católica parece, en ocasiones, ser la única institución a la que se le niegan derechos que se conceden sin ninguna restricción a otras organizaciones. Negar que la predicación sea una actividad social no tiene sentido. Especialmente en estos tiempos de crisis, en los que poder contar con alguien que nos hable de esperanza, que nos conforte los corazones y nos recuerde que podemos ser felices de otra manera, no buscando exclusivamente el dinero y el bienestar, tiene un enorme valor social.

Pues bien, si consideramos estas actividades dentro de los fines sociales hay que incluir en primer lugar todas las acciones que tienen que ver con la vivencia de la fe. En España en el 2007 se bautizaron 320.000 niños, cerca de 120.000 parejas pidieron contraer matrimonio canónico, 280.000 niños cuyos padres pidieron que recibiesen la primera comunión. La Iglesia presta un servicio al atender esta importante demanda social. No podemos olvidar que se celebran tres millones y medio de eucaristías al año y que cerca de ocho millones de personas acuden a misa los días festivos, sin hablar del auxilio espiritual que reciben todos los que se acercan a la Iglesia, sean o no cristianos.

¿Y la actividad educativa?

Es otro aspecto importantísimo de la contribución de la Iglesia. Y no sólo lo que consideramos educación reglada.

Hay una actividad formativa no reglada que incluye todo lo que guarda relación con la formación que se imparte en las parroquias: cerca de un millón de niños y jóvenes reciben formación todas las semanas en las parroquias.

Se trata de un servicio importante a la sociedad que no conviene despreciar, pues vivir valores evangélicos como la honestidad, el trabajo bien hecho, la sinceridad, etc., contribuye a crear una sociedad más justa y solidaria.

En cuanto a la actividad educativa reglada en los colegios, se están formando actualmente en centros educativos de la Iglesia, tanto concertados como privados, entre un millón y medio y un millón setecientos mil niños y jóvenes.

Y se forman en esos centros educativos porque lo demandan sus familias. En muchas ciudades de España se da la paradoja de que, pese a existir muchas plazas en colegios públicos sin cubrir, las familias se dan de bofetadas para tratar de ingresar en los centros educativos de la Iglesia, y éste es un derecho que tienen los padres y que pone de manifiesto el enorme prestigio que tiene en nuestro país el modelo educativo de la Iglesia; especialmente en un momento como el actual, de grave crisis de valores, donde cada día tenemos más noticias sobre comportamientos inadecuados en las aulas contra los propios profesores o somos testigos de acosos a los alumnos.

Además, es preciso mencionar que la actividad educativa llevada a cabo en los colegios de la Iglesia se realiza con un coste económico inferior a la de los centros públicos. En concreto, sabemos que una plaza de primaria o secundaria en un centro público puede costar entre 3.000 y 3.200 euros al año, mientras una plaza en un colegio concertado cuesta unos 1.700 euros; pues bien, si uno multiplica esa cifra por el número de niños en colegios concertados de la Iglesia resulta que sólo en la actividad educativa la Iglesia ahorra al Estado cerca de 3.000 millones de euros, y todo eso sin incluir las inversiones en edificios y equipamiento. Es decir, si la red de colegios concertados de la Iglesia no existiera el Estado se vería obligado a aportar esa cantidad.

Y luego está la actividad propiamente asistencial, toda la labor con los grupos más desprotegidos y débiles de la sociedad.

En relación con la actividad asistencial, los datos son verdaderamente llamativos.

Existen 107 hospitales de titularidad de la Iglesia con más de 400.000 personas hospitalizadas y asistidas, 128 ambulatorios y dispensarios con 849.000 personas asistidas; 987 orfanatos y otros centros para la tutela de la infancia que acogen a 10.835 jóvenes, 321 guarderías infantiles que cuidan a 10.607 niños, 365 centros especiales de educación o reeducación social que asisten a 54.140 personas, 44 centros de caridad que prestan servicio a 324.377 personas y 305 consultorios familiares y centros para la defensa de la vida y de la familia donde se atiende a 80.000 personas cada año. En el ámbito de la pastoral penitenciaria existen 80 cárceles españolas donde 150 capellanes y más de 2.300 voluntarios prestan servicios jurídicos y de distinta naturaleza a 45.000 presos. La Iglesia cuenta con 73 centros para la acogida de reclusos en libertad provisional, 54 para atención de toxicómanos y 24 para enfermos de sida. En estos momentos de crisis económica, la Iglesia viene realizando también una intensa labor de atención a los emigrantes, que supone, asimismo, asumir unas funciones que en otro caso tendría que tomar a su cargo el Estado.

«La actividad social de la Iglesia comprende más de dos millones de personas asistidas en los diferentes centros en España y una cifra cercana a los 20.000 millones de euros anuales.»

Son muchísimas las parroquias en las que se han establecido centros de atención a los emigrantes, en los que se les proporciona servicios muy importantes, como la búsqueda de empleo o de alojamiento, ayudas económicas, información sobre su situación legal, etc.

En resumen, la actividad social de la Iglesia comprende más de dos millones de personas asistidas en los diferentes centros en España y una cifra cercana a los 20.000 millones de euros anuales.

Todo eso se refiere exclusivamente a la actividad en nuestro país. Si incluimos la actividad realizada en los países menos desarrollados, las cifras son, igualmente, muy importantes. Existen entre 15 y 17.000 misioneros repartidos en todo el mundo. Si revisamos la memoria de Manos Unidas, una de las grandes ONG en España, comprobaremos que han atendido a siete millones de personas en los proyectos que tienen en todo el mundo por valor de más de 45 millones de euros, y si consultamos la memoria de Cáritas veremos que sólo en España han invertido más de 200 millones de euros en programas sociales, por mencionar dos de las principales ONG relacionadas con la Iglesia católica.

¿Cuál es el secreto de ese compromiso social de la Iglesia con los más necesitados?

En España hay 80 monasterios de clausura, centros en los que las religiosas se dedican exclusivamente a rezar, a pedir por las vocaciones y a pedir para que la Iglesia pueda seguir extendiendo su actividad; eso unido a las 22.700 parroquias en las que diariamente se predica el Evangelio explica que se pueda despertar la conciencia de mucha gente.

Siempre que puedo me gusta recordar que los más de 60.000 voluntarios que Cáritas no nacen por generación espontánea, sino de la experiencia de vivir su fe. Su compromiso nace en un contexto muy concreto, apoyado en la oración de muchas religiosas de clausura. Sin la oración de la Iglesia no pueden explicarse su compromiso social.

Supongo que será muy difícil medir la calidad del servicio que se ofrece, al modo que lo hacen las empresas o las ONG.

Efectivamente, estamos hablando sólo de números, de personas atendidas, pero la Iglesia no se limita a prestar su servicio con competencia técnica, sino que su función es vivir el servicio de la caridad. ¿Cómo se puede medir el grado de dedicación de las «hermanitas de los pobres» o las «hijas de la caridad»? Su trabajo es un servicio de 24 horas.

¿Quién atiende a los enfermos de sida como los atienden las hijas de la caridad? En España muchos ciudadanos no saben que todavía existen leproserías, ni son conscientes que hay familias que se dedican a fabricar vendas para sanar las llagas de esas personas…

Una pregunta que surge rápido es ¿por qué todo esto se desconoce? ¿Por qué no se comunica a los cuatro vientos? Las ONG y las empresas invierten un enorme esfuerzo y dinero en comunicar su compromiso social y, sin embargo, la Iglesia parece huir de los focos. Los fieles tienen derecho a saber. ¿Por qué no se comunica? Porque faltan los medios, porque no se sabe, porque no interesa…

La Iglesia ha sido bastante prudente a la hora de comunicar sus actividades sociales. No es una institución de propaganda, su finalidad es difundir el Evangelio. Dicho esto, es preciso reconocer que no siempre hemos sabido manejar bien la relación con los medios de comunicación. La Iglesia, que cuenta con una red social mayor que la red pública, no ha sabido comunicar el resultado de su actividad. La verdad es que las instituciones tienen una carga de trabajo enorme y no se preocupan del marketing, lo cual probablemente sea un error. Por otra parte, la Iglesia no es un holding con diferentes sucursales bajo su control. Toda esta información que he mencionado a nivel agregado no ha sido sencillo recopilarla. No ha sido fácil recoger los datos de las 69 diócediócesis.

Cáritas, que presenta sus resultados anualmente, al fin y al cabo es una sola organización que tiene 69 Cáritas diocesanas a las que puede coordinar, pero proporcionar datos de toda la Iglesia católica es extremadamente complejo.

Para empezar no se sabe quién tiene competencia para ello.

Algunos cuestionan la asignación del Estado a la Iglesia. Probablemente parte de esa crítica obedezca a que la Iglesia no ha sabido o no ha querido comunicar los resultados de su trabajo.

Lo que la Iglesia recibe de la asignación tributaria son 153 millones de euros. La partida más importante se emplea en pagar a la seguridad social del clero, luego en financiar a los centros de formación pastoral del tercer mundo y el resto se distribuye entre las diócesis españolas. Nosotros dependemos de la asignación tributaria en un 22% aproximadamente.

No todas las diócesis dependen en igual medida. La diócesis de Madrid depende en un 12%, mientras que la diócesis de Ciudad Rodrigo en más de un 50%…

Perdone, pero esa cantidad resulta ridícula al lado de esos 20.000 millones de euros que mencionaba antes. ¿No le resultaría más «cómodo» a la Iglesia prescindir de la ayuda del Estado y apoyarse exclusivamente en la contribución de sus fieles? De esa manera podría evitar las presiones de una Administración política poco favorable.

Es cierto que la contribución del Estado es insignificante si la comparamos con los resultados y el impacto del trabajo de la Iglesia, pero precisamente esos resultados justifican plenamente la obligación de los poderes públicos de colaborar con el trabajo de la Iglesia.

La demanda de servicios religiosos de los ciudadanos –que son los que pagan los impuestos– justifica por sí misma la colaboración del Estado. No parecería razonable que cesara el régimen de colaboración económica del Estado con la Iglesia. Aunque algunos demandan que la Iglesia tiene obligación de autofinanciarse y, llegado ese momento, deben cesar las ayudas estatales, la realidad es que el acuerdo Iglesia-Estado no dice eso. En concreto, el acuerdo sólo contempla una declaración de propósitos por parte de la Iglesia. Además, indica que en el caso de que se llegara a una situación de autosostenimiento Iglesia y el Estado deberían ponerse de acuerdo para sustituir el sistema actual por otros mecanismos de colaboración.

En todo caso, y mirando un poco al futuro, podríamos destacar las siguientes metas en relación con la financiación de la Iglesia. Primero, resulta urgente una labor de concienciación de todos los fieles sobre la necesidad de sostener a su Iglesia. Segundo, sería conveniente por parte de la Iglesia desarrollar mecanismos de captación de recursos como suscripciones, herencias, etc. Tercero, entendemos que el Estado debería colaborar con un adecuado régimen fiscal en esa captación. Cuarto, la Iglesia debe hacer un esfuerzo de transparencia informativa, dando cuenta del dinero obtenido y de cómo se ha empleado.

Dicha transparencia debe darse a todos los niveles (parroquias, diócesis, otras instituciones, etc.). Quinto, hay que dar pasos para lograr una gestión más profesionalizada de los recursos económicos. Y, por último, los gestores no deben olvidar nunca que el único fin de los recursos económicos en las instituciones de la Iglesia es atender a sus fines: mantener el clero, anunciar el Evangelio, administrar los sacramentos y realizar obras de caridad.

Comentarios

  1. En estos momentos estoy pasando por una crsis economica que me tiene alborde de ladesperacion,quiero recibir una predicas que traten de este tema,gracias.