Aló Presidente, el mejor culebrón

Por la ventanilla del avión se distinguen las chavolas y ranchitos cercanos a la pista de aterrizaje. Esta imagen se repite en casi todos los aeropuertos de Latinoamérica. El aeropuerto de Maiquetía no es una excepción. A menudo me viene a la cabeza el pensamiento de qué ocurriría si el avión se saliese de la pista. No pasaría nada. Un deslave, una crecida, un avión que se sale de la pista… ¡Qué más da! Los pobres conviven con la tragedia diariamente. Yo, sin embargo, no consigo acostumbrarme a esas imágenes. En esta ocasión la llegada a Caracas en taxi resultó un poco más accidentada de lo habitual. Hace apenas una semana se derrumbó el viaducto de la autopista que une la capital con el aeropuerto, y el trayecto de 16 kilómetros puede demorar ahora entre tres y cuatro horas.

Más o menos lo que le llevo a Humboldt, cuando desembarcó en La Guaira el 18 de noviembre de 1799, como él mismo recoge en el diario Viaje a las regiones equinociales del Nuevo Continente: «Con buenos mulos se requieren sólo tres horas para trasladarse de la Guaira a Caracas, y dos para el trayecto inverso; con animales de carga o a pie hacen falta de cuatro a cinco horas». La única alternativa es tomar el «camino viejo», una carretera de dos carriles que discurre por los cerros con infinidad de curvas y que apenas admite 10.000 vehículos diarios, insuficiente para los cerca de 50.000 que circulaban diariamente por la autopista cuando el acueducto estaba en pie.

La oposición política a Chávez se ha apresurado a utilizar el derrumbamiento del viaducto como una prueba y un símbolo de un país que cada día se encuentra más aislado. A nadie le interesa recordar que esa obra llevaba en pie desde los tiempos de Pérez-Jiménez y qué ningún gobierno anterior hizo nada por resolver un problema conocido por todos. Preferían jugarse a la ruleta la suerte de a quién se la tumbaban.

ALÓ PRESIDENTE. He tenido suerte. En apenas hora y media llegué al hotel, con el tiempo justo para conectar la televisión y ver uno de los «culebrones» más seguidos por los venezolanos: un nuevo capítulo de Aló Presidente. El decorado es muy sobrio, como suele ser habitual.

Una mesa de escritorio y detrás el presidente, vestido de manera informal, con una sencilla camisa roja que simboliza los colores del partido. A su espalda, unos edificios, y más al fondo, una carretera por donde circulan los «carros». Nos encontramos en la calle, al aire libre, no en un plató de televisión. El Comandante es un hombre del pueblo, le gusta el contacto directo con su gente. Bajo unas carpas se encuentran sentados un grupo de invitados. Entre el público el color rojo se alterna con el verde de los uniformes militares. Siguiendo el formato de cualquier programa de variedades, los invitados, durante las cuatro o cinco horas que dura el programa, intervienen, gritan eslóganes e interrumpen para aplaudir alguna declaración o gracia de su líder máximo.

Sobre la mesa un par de recipientes llenos de lápices y bolígrafos. Una docena de libros y carpetas se reparten el espacio sobrante a derecha e izquierda.

Para organizar la sesión el Comandante se sirve de unas fichas, con el nombre de Aló Presidente en el reverso, que le van señalando los temas que irá abordando a lo largo del programa.

Desde esa mesa se gobierna el país cada domingo. El Comandante nos instruye, nos informa, nos previene. Más que en un despacho nos encontramos en un aula, en un colegio. Hugo Chávez, hijo de maestros de escuela, cumple los domingos con una de sus vocaciones frustradas: la de profesor. En realidad es una mezcla de maestro y predicador.

Es nuestro padre espiritual, un padre bondadoso que nos orienta con desvelo y nos reprende cuando es necesario. ¡Ah, pero, sobre todo, nos ilumina! Porque nosotros, pequeños ignorantes y desvalidos qué sabemos de las maldades del mundo, de las fuerzas poderosas y demoníacas que tratan de destruir los frutos de la revolución. Qué alegría, qué satisfacción poder contar con una mente tan preclara que nos protege y sabe plantarle cara a los poderes del mal.

Las lecciones de hoy son variadas. Primero el Gran Jefe nos mostrará el enorme esfuerzo que el gobierno está realizando por resolver los problemas de la vivienda.

Hoy asistiremos a la entrega de varias «soluciones habitacionales» para personas de escasos recursos. Conectamos con Mérida y Anzoátegui. Allí nos esperan los respectivos gobernadores, escoltados por una multitud «espontánea» que saluda con vítores al presidente. Tras los discursos de los políticos llega el momento de dar la palabra «al pueblo». Una familia formada por el matrimonio y sus tres hijos agradece emocionada a Chávez la entrega de la vivienda.

–A mí no me den las gracias sino a este gobierno que trabaja por el pueblo–responde el presidente con un gesto «llamativamente» humilde.

¡Qué sencillez la del líder máximo! Y pensar que todavía hay gente malintencionada que busca oscuros motivos detrás de sus acciones. ¿Quién tiene esa rectitud de intención? ¿Quién esos desvelos por nuestro bienestar? Dan el micrófono a una de las hijas que también «desea agradecer los desvelos de nuestro presidente en nombre de toda la familia».

El Comandante aprovecha:

–¿Qué linda eres? ¿Cuántos añitos tienes?

–Nueve.

–¿Cómo te llamas?

–Noemí.

–¿Vas a una escuela Bolivariana?

–No.

–¿Cómo se llama tu profesora?

–Mi profesora se llama Adelaida.

–Bueno, Noemí, me da mucha pena no estar ahí para darte un besito.

Se cortan las imágenes de Anzoátegui y enfocan un primer plano del ciudadano Chávez conmovido y emocionado:

–Qué felicidad se siente cuando se comprueba cómo la revolución contribuye a resolver los problemas de la gente. ¡Porque éste es un Gobierno verdaderamente preocupado por su pueblo! –exclama el Comandante.

Hugo Chávez ha sabido conectar como nadie con el alma venezolana, un alma pendiente del culebrón semanal, acostumbrada a identificarse con esos personajes maltratados que luchan diariamente por salir adelante.

LAS MISIONES. El Gobierno de Chávez ha lanzado diversos programas sociales con el nombre de Misiones cuya finalidad es la lucha contra la pobreza. La entrega de viviendas responde a los objetivos de la Misión Habitat, que pretende hacer realidad el derecho a una vivienda digna; –Uno de los derechos más irrespetados durante los anteriores gobiernos.

Desde que triunfo la revolución miles de familias como las de Noemí están recibiendo una vivienda digna, una vivienda donde la familia venezolana puede formarse, donde la familia venezolana puede convivir –nos recuerda Chávez.

Pero la Misión Habitat no es la única oferta de este gobierno. La revolución tiene un menú amplísimo. Está la Misión Barrio Adentro. Barrio Adentro –como señala la propaganda oficial– llega a todas partes. Indios, negros, blancos, ancianos, hombres y mujeres, pobres y mendigos, sin exclusión, han comenzado a vivir lo que antes era un sueño: un médico al alcance de la mano, consultas y medicamentos gratuitos, una persona que por primera vez se ocupará de prevenir enfermedades, atender urgencias y salvar vidas.

También la lucha contra el analfabetismo ocupa la atención del movimiento revolucionario a través de la Misión Robinsón: «Este es el objetivo irrenunciable de esta Misión que ha traído a la luz las primeras letras y el conocimiento a más de 1.300.000 personas, en un país donde la educación para las mayorías no había sido prioridad para los sucesivos gobiernos de la V República».

Pero los desvelos del gobierno no terminan ahí sino que continúan con la Misión Ribas, que promociona la educación primaria y secundaria, y la Misión Sucre, que facilita el acceso a la universidad bolivariana a miles de estudiantes «en aulas que antes fueron lujosos despachos de los oligarcas del petróleo».

La malnutrición y el hambre se atacan por medio de la Misión Mercal, que ha puesto en marcha mercados populares que distribuyen alimentos a precios subsidiados. El desempleo se aborda a través de la Misión Vuelvan Caras, cuyo objetivo es promocionar las actividades productivas mediante la creación de cooperativas, la capacitación en sectores económicos (capacitación remunerada) y el acceso al crédito.

El 12 de octubre de 2003 se constituyó el Día de la Resistencia Indígena y se anunció el nacimiento de la Misión Guaicaipuro, que toma su nombre del cacique de los indios teques y caracas, que se opuso valientemente a la colonización de las fuerzas españolas. La Misión tiene por fin terminar con la tradicional exclusión de los indígenas, «grupo reiteradamente ignorado por los anteriores gobiernos».

Pero, el objetivo de las Misiones no se reduce a combatir la pobreza y la exclusión.

Otras prioridades importantes para la República Bolivariana tienen también su ubicación en esta iniciativa, que algunos ven como un programa de gobierno paralelo. Así, mediante la Misión Identidad se ha conseguido otorgar células de identidad a cerca de cinco millones de personas para que puedan ejercer sus derechos como ciudadanos, y de manera particular participar en los procesos electorales. Para la oposición no es más que una excusa para captar votos, el único punto real del programa político de Chavez y el único que está cumpliendo.Por otra parte, la Misión Miranda ha creado un ejército de reservistas que pueda contribuir a la defensa contra las amenazas y ataques del exterior y el mantenimiento del orden interno. Una excusa para aumentar el control policial del gobierno, según los opositores.

Por último, la Misión Zamora tiene por objetivo repartir las tierras improductivas entre los campesinos. Es la más polémica y a la que el Comandante dedica últimamente sus frases más encendidas: «Hay que luchar contra los grandes latifundistas de Caracas que nomás usan sus fincas para organizar sus ‘asaditos’».

Todo este esfuerzo revolucionario no sería posible llevarlo a cabo sin contar con cuantiosos recursos. Y aquí es donde juega un papel importante PDVSA, la empresa nacional petrolera, cuyos excedentes del petróleo permiten financiar los presupuestos de las Misiones y otros programas similares.

La toma de PDVSA por el Comandante marcó un antes y un después en su estrategia de lucha contra la pobreza.

Como es conocido, Chávez decidió intervenir PDVSA cuando esta empresa decidió sumarse a la huelga general del país en el 2003. La paralización del pulmón económico de la nación ofreció una excusa estupenda al presidente para tomar el mando de la empresa, despidiendo sin indemnización alguna a sus 17.000 empleados, acusados de traidores a la patria. Ahora, como le gusta recordar al maestro de maestros: «Los venezolanos cuentan con una PDVSA patriota».

Sí, porque otro de los frutos de la revolución es que enriquece el vocabulario.

Hay empresas «patriotas» y empresas «seguidistas y apátridas». Empresas sensibles con la revolución y corporaciones vendidas al gran capital, sin corazón, sin entrañas. Quizá esa nueva nomenclatura explique por qué la inversión extranjera está huyendo del país. Esas son las consecuencias del nuevo léxico revolucionario. Por supuesto, ninguna de las empresas petroleras extranjeras ha abandonado el país. El negocio es tan suculento que, pese a las medidas del Comandante, les sigue saliendo muy rentable permanecer a su lado.

La toma de PDVSA fue la primera nacionalización petrolera, el llamado Plan Colina, y la segunda (la llamada Plena Soberanía Petrolera) vino un año más tarde. Y cómo no, el escenario elegido para anunciarla fue el programa Aló Presidente el día 10 de octubre de 2004, en la refinería del Puerto de Cruz, en el estado de Anzuátegui, una «refinería patriótica», pues no se sumo al paro.

EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN. Los partidos de la oposición acusan constantemente a Chávez ser un dictador encubierto. Sin duda lo es. Pero, mucho más eficaz que cuestionar las credenciales democráticas del presidente –le costará un tiempo a la oposición librarse del estigma del golpe fallido del 2002–, resultaría profundizar y cuestionar su política social de lucha contra la pobreza y la exclusión social, que constituye y sigue siendo su principal bandera.

Pese a inundar de «petrodólares» el país, persisten muchas dudas sobre la viabilidad y racionalidad económica de unos programas sociales sostenidos exclusivamente por los ingresos procedentes del petróleo, así como sobre su enfoque paternalista a la hora de abordar los problemas.

En efecto, el sistema de provisión social creado por las Misiones se alimenta de la excelente coyuntura del precio del crudo. Actualmente, pese a los últimos altibajos, el viento sopla a favor, pero no se puede basar la estabilidad de todo un sistema de prestaciones sociales en esa variable exclusivamente.

Persisten muchas dudas sobre la viabilidad y racionalidad económica de unos programas sociales sostenidos exclusivamente por los ingresos procedentes del petróleo, así como sobre su enfoque paternalista

Pero, además de la inestabilidad económica del sistema, es también muy cuestionable que las estrategias seguidas en los diferentes programas sociales vayan realmente a resolver los problemas. Se ha avanzado mucho en el campo del desarrollo y existen hoy en día suficientes experiencias, como para poder afirmar que no basta «colocar» dinero o incrementar la ayuda para obtener resultados.La lucha contra la pobreza tiene que ver más con la calidad de la ayuda y los instrumentos empleados que con la cantidad de dinero invertido. La garantía del éxito, siempre precario, depende, sobre todo, de la creación de instituciones que provean servicios económicamente sostenibles y generen en los receptores los incentivos adecuados.

Políticas sociales que descansan en enfoques asistencialistas y contemplan el subsidio como único instrumento para impulsar el cambio, lo único que terminan por generar a medio y largo plazo es una cultura de la dependencia.

La «política de los 180» (se pagan 180.000 bolívares a todos los que asisten a los cursos de capacitación organizados por las Misión Vuelvan Caras) puede que haya contribuido a hacer más popular al presidente y le haya ayudado a revalidar su mandato, pero es muy dudoso que contribuya a eliminar la pobreza. Basta revisar la política del gobierno en materia de microcrédito o el resultado de los cursos y capacitaciones de los «lanceros» para confirmar estas inquietudes.

Respecto al acceso del crédito de los más pobres, no se trata, como está impulsando el gobierno bolivariano, de irrigar el país con créditos subsidiados y dirigidos. Esa política ya se ha aplicado en Latinoamérica, en especial en las áreas rurales, y los resultados han sido desastrosos. El desarrollo del microcrédito, el secreto de las microfinanzas es más un problema de innovación tecnológica que de subsidio de las tasas de interés. No se trata de canalizar recursos masivamente a través de los bancos públicos a tasas preferenciales, o de presionar a las instituciones financieras privadas para que destinen un porcentaje de sus recursos a microcréditos. De esta manera sólo se crearán instituciones económicamente inviables.

Las Misiones Barrio Adentro y Operación Milagro seguro que han ayudado y resuelto los problemas de salud de mucha gente, pero el sistema de salud pública de un país no puede depender de la liberalidad del presidente sino que debe estar anclado en un modelo económicamente sostenible, que proporcione cobertura a todos los contribuyentes y no sólo a los agraciados por la varita del ciudadano Chávez.

En cuanto a las «capacitaciones retribuidas» de la Misión de Vuelvan Caras, esta medida será, sin duda, un valioso incentivo para la «asistencia» a los cursos, pero nada más. El propósito de capacitar para el empleo queda en entredicho si a la hora de evaluar el impacto de esas actividades lo único que se recoge es la mera presencia de los asistentes a los cursos y no el empleo realmente generado gracias a ellos.

No hay que ser excesivamente perspicaz para concluir que la política bolivariana lo único que va a crear son clases pasivas, que en el futuro serán muy difíciles de incentivar. Ya existen ejemplos de comunidades rurales que se niegan a participar en algunos programas sociales del gobierno si antes no reciben un incentivo económico.

La gran falla del proyecto revolucionario no consiste principalmente en su falta de espíritu democrático, aunque existen serias amenazas, sino, paradójicamente, en su incapacidad para cumplir el objetivo que se marcó en su origen: liberar a los oprimidos. No se desean ciudadanos responsables sino «soldados» obedientes a las consignas de un partido, que lleva camino de convertirse en único. La llama que pretendía liberar al pueblo ha terminado por encadenarlo aún más.

DE VUELTA EN MAIQUETÍA. El vuelo de regreso tiene un retraso de hora y media, debido a problemas «técnicos». Aprovecho para comprar algo de prensa y almorzar. Todos los asientos están ocupados en el único restaurante de la terminal y me dirijo a la barra.

–Por favor, una polar y un hot dog –le pido al camarero.

Mientras espero veo en el televisor Aló Presidente. Mismo decorado y vestuario. El presidente habla y habla. ¿Maestro? ¿Presentador? ¿Telepredicador? Nos lee sus poemas y nos muestra los dibujos que hizo durante su estancia en la cárcel.

«Mi vida es del pueblo», exclama. En un determinado momento recibe una llamada de teléfono. ¡Es María José Martínez! Una chica de Calabozo, de trece años; estudia tercer año y solicita una beca estudiantil: «Debido a que mi papá no tiene trabajo fijo, mi mamá es ama de casa, hace dulces y yo necesito seguir estudiando y nos piden muchos libros y no tenemos dinero para comprarlos».–Por supuesto, María José, qué linda eres –contesta emocionado el Comandante.

La niña obtiene su beca, y el «reclamo» le sirve de excusa al presidente para hablarnos de las bondades de la Misiones educativas. Pero la agraciada no es sólo la niña. El padre, desempleado, a sugerencia del Primer ciudadano, recibirá un microcrédito para poner en marcha un taller de reparación de vehículos.

La política bolivariana lo único que va a crear son clases pasivas, que en el futuro serán muy difíciles de incentivar. Ya existen ejemplos de comunidades rurales que se niegan a participar en algunos programas sociales del gobierno si antes no reciben un incentivo económico

Si tiene o no capacidad de pago, si su proyecto es viable, si viene avalado por su comunidad, medidas de prudencia que aplican todas las instituciones de microcrédito, eso no importa, lo que importa es que gracias al presidente ahora hay un desempleado menos.

–Y qué felicidad se siente cuando se comprueba cómo la revolución ayuda a resolver los problemas –vuelve a intervenir conmovido el presidente.

En realidad, el Comandante ha sabido conectar como nadie con el alma venezolana, un alma pendiente del culebrón semanal, acostumbrada a identificarse con esos personajes maltratados que luchan diariamente por salir adelante.

No es una simplificación afirmar que todas las telenovelas siguen la misma trama argumentativa: una madre y su hijo en la gran ciudad que buscan recuperar una herencia o un patrimonio usurpado. El tema constante de la telenovela es, al fin y al cabo, cómo salir de la pobreza. Y se sale, habitualmente, no como fruto del esfuerzo y del trabajo sino gracias a un golpe de suerte: un legado desconocido, el reconocimiento de una paternidad oculta o un amor que conduce finalmente al ascenso social. Importante es también el papel que suele jugar la justicia en la trama del culebrón. Normalmente el sistema judicial siempre se arrima al más fuerte y poderoso, el episodio de la «pobre» madre soltera enfrentada al rigor de una justicia inmisericorde suele constituir el clímax del folletín.

¿A quién puede extrañar entonces que el pueblo, alimentado diariamente con esos contenidos televisivos, enganche con un personaje que le promete salir de su situación sin esfuerzo alguno, que critica y cambia el sistema judicial para adaptarlo al nuevo orden revolucionario, que reparte con graciosa benevolencia regalos y favores? Aló Presidente tiene el «mérito» de reproducir a la perfección las pautas argumentales, ingenuas y reiterativas, de las telenovelas.

Es una versión sofisticada de ese género televisivo tan querido para muchos latinoamericanos que, si bien tiene la virtud de mostrar algunas de las desigualdades y problemas de un continente marcado por las grandes diferencias sociales, las soluciones que ofrece son tan superficiales y falsas como los nuevos cielos que prometen los mesianismos políticos.

A mi lado, un hombre de mediana edad, bronceado, más bien grueso, ojea El Nacional. Entablamos pronto conversación.

Es caraqueño, trabaja en el negocio del transporte marítimo. Bien vestido, con la camisa medio abierta exhibe una gran cadena de oro. Me señala el periódico que encabeza la primera página con el titular «Sigue ahí, sigue ahí», refiriéndose a la voladura controlada del viaducto de la autopista La Guaira- Caracas. Parece que, pese a la dinamita, el viaducto sigue en pie.

–Este jodido gobierno revolucionario es incapaz de tumbar un puente– comenta mientras sorbe un poco de güisqui.

–Estos pendejos están hundiendo al país y robándose toda la plata. Pero los vamos a echar pronto, la gente se está cansando de esta vaina. Aquí lo que hace falta es volver a la mano dura. ¡Carajo!– exclama mientras pide otro güisqui al «muchacho».

No espero al segundo güisqui. Pago la cuenta, le sonrío y me encamino despacio a la puerta de embarque.

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