El cambio climático como (des)propósito

Año tras año, la mayoría de los países industrializados, entre ellos España, renuevan sus compromisos relacionados con el cambio climático y la reducción de emisiones contaminantes, pero a la hora de la verdad, la mayoría termina registrando datos muy negativos que muestran una grave situación que, por increíble que parezca, gran parte de la población no termina de concebir como alarmante.

Cuando llega un nuevo año es habitual marcarnos grandes propósitos personales que sabemos que deberíamos cumplir… y que casi siempre se quedan en agua de borrajas. “En enero dejo de fumar”. El día 1 cumplimos, el 2 también, pero el 3 nuestra voluntad se desmorona y empezamos a echar humo de nuevo. Es más, jornada tras jornada van surgiendo nuevas excusas para justificar nuestra falta de compromiso, aún sabiendo que, a la larga, ese mal hábito nos traerá consecuencias muy negativas para nuestra salud.

Con el cambio climático pasa algo parecido: año tras año la mayoría de los países industrializados firman tratados, renovando compromisos que tienen como objetivo evitar emisiones de CO2, acabar con la deforestación, mejorar la salud de nuestros suelos y nuestras aguas… y, sin embargo, al igual que ese fumador con poca fuerza de voluntad, las ciudades no dejan de expulsar insanas emisiones que, a la (cada vez menos) larga, nos pasarán factura. A todos.

Sirva de ejemplo el caso de Londres, una de las ciudades con más tráfico de Europa, que en tan sólo cinco días ha sobrepasado los límites de contaminación anuales marcados por la Organización Mundial de la Salud. A finales de diciembre, 40 ciudades de China dieron la voz de alarma por elevados niveles de polución, entre ellas Pekín. Y Madrid se ha visto obligada a restringir el paso de vehículos al centro de la capital para reducir sus alarmantes niveles de dióxido de nitrógeno.

Lo peor de todo es que, en líneas generales, no ponemos atención a este envenenamiento lento y silencioso en el que estamos sumidos. Incluso nos indignamos cuando nos obligan a dejar el coche en casa, a ir a trabajar en transporte público o cuando no nos permiten circular por determinados lugares. Y nos quejamos a voz en grito aludiendo pérdidas económicas irreparables, autoconvenciéndonos de que son puras medidas recaudatorias, aportando todo tipo de pruebas capaces de tirar por tierra una medida de tamaño calado. Justificando lo injustificable, síntoma de que, a nivel educativo, también tenemos mucho que trabajar.

No se nos ocurre pensar en las consecuencias que esa polución tiene para nuestra salud: asma, bronquitis, neumonía, cáncer de pulmón, enfermedades del sistema circulatorio… Hay estudios que, incluso, asocian la contaminación con el Alzheimer. Para todos aquellos que critican el gasto que habría que generar para que nuestras ciudades se sumaran de forma real al reto medioambiental, deberían calcular también el coste que tendría no adaptarse en la factura sanitaria de nuestro país.

No pensamos en las consecuencias que esa polución tiene para nuestra salud: asma, bronquitis, neumonía, cáncer de pulmón, enfermedades del sistema circulatorio…

O en reconstruir, rehabilitar y aprovisionar zonas afectadas por desastres naturales: inundaciones, sequías, aumentos del nivel del mar. O, simple y llanamente, en lo que nos supondrán las sanciones que la Unión Europea ya nos está imponiendo por no seguir sus directrices (y que se endurecerán en los próximos años). Según Xavier Querol, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), además de Madrid, en España hay otras cinco ciudades que sobrepasan los límites medios anuales de dióxido de nitrógeno: Barcelona, Valencia, Granada, Córdoba y Murcia. Esto ha llevado a la Comisión Europea a enviarnos una carta formal y a abrir un procedimiento de infracción con una cuantía aún por decidir. Y como España también están Reino Unido, Francia, Italia y Alemania, todos firmantes de los últimos acuerdos de cambio climático.

Una nueva ley en la que trabajar

Para alcanzar los objetivos que nos marca Europa es perentorio pautar medidas estrictas a todos los niveles: a título individual y grupal; el del pequeño empresario y el de las grandes corporaciones, especialmente aquellas susceptibles de interferir con el medio ambiente, que deben readaptar sus procesos para ser más limpias y sostenibles. Y, por supuesto, a nivel estatal, con leyes y con programas que regulen y apoyen ese cambio tan necesario.

Recientemente, la agrupación Alianza por el Clima presentó una propuesta para la elaboración de una Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Esta coalición está formada por unas 400 organizaciones ecologistas, sindicales, de cooperación al desarrollo, de acción rural, de agricultores, vecinales, católicas y de consumidores, como Ecologistas en Acción, Greenpeace, SEO/Birdlife, WWF, CCOO, Cáritas Española, Manos Unidas, Oxfam Intermon, OCU, Fundación Renovables y otras muchas.

Con dicho documento, esta organización insta a los responsables políticos españoles a tomar medidas drásticas que sirvan para mejorar esta situación y para adaptarnos a los compromisos de la UE de reducción de emisiones de entre el 80% y el 95% para 2050 respecto a 1990. Es más, uno de los grandes retos con los que se debe enfrentar España antes de esa fecha es a su total descarbonización.

Para conseguirlo, Alianza por el Clima apuesta por una reorientación del sistema fiscal que favorezca a productos, servicios y actividades respetuosas con el medio ambiente y que penalice a las más contaminantes. Sabiendo que una medida de tal calado podría afectar negativamente a distintos colectivos laborales y sociales, el documento recomienda establecer un fondo que impulse medidas de mitigación y de adaptación en todos los sectores, apoyando a los colectivos más vulnerables.

Alianza por el Clima apuesta por una reorientación del sistema fiscal que favorezca a productos, servicios y actividades respetuosas con el medio ambiente y que penalice a las más contaminantes.

También se solicita al Gobierno que vuelvan a fomentarse las energías renovables a través de un plan adaptado a la situación tecnológica y de costes actual, y que se modifique la actual regulación sobre autoconsumo para que deje de penalizarse y se impulse su desarrollo. Y que fije su mirada hacia la industria para su progresiva descarbonización, estableciendo indicadores de intensidad de emisiones por sectores y reduciendo el número de sectores con asignaciones gratuitas de derechos de emisión, entre otros aspectos.

Además de estos puntos, el documento aborda otros bloques de trabajo como el de transporte y movilidad, que fomenta los desplazamientos a pie y en bicicleta y apoya la electrificación del parque automovilístico; el de bosques y biodiversidad, enfocado a la restauración de zonas forestales degradadas, a una mayor regulación de la biomasa y a una mejora de los incentivos para biocarburantes; el del sector agrario, que ha de reducir las emisiones de óxidos de nitrógeno en la fertilización nitrogenada y mejorar la gestión de los suelos a través de la reposición de la materia orgánica; el de residuos para fomentar la transformación de las actuales plantas de procesado y evitar así emisiones, y el de edificación, que apuesta entre otros aspectos por la rehabilitación energética de viviendas y edificios, mejorando su eficiencia.

Abordarlas todas a la vez puede resultar difícil, pero necesario. Sólo nos falta convicción, la suficiente para comprender que de gran parte de ellas depende nuestro futuro, nuestra salud y la de los nuestros y nuestra calidad de vida. De esta manera conseguiremos que nuestra Tierra deje a un lado sus malos humos. Y no hará falta que coincida con el año nuevo, cualquier momento es bueno para dejar de fumar. Sólo necesitamos estar dispuestos a ello.

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