Gestión de riesgos climáticos. Entre el compromiso y el negocio

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha advertido en un reciente informe que el planeta ha sufrido durante la última década «un estrés climático sin precedentes»; una década en la que, exceptuando 2008, «todos los años estuvieron entre los diez más cálidos de la historia». La OMM alerta de que los fenómenos extremos están empeorando y las emisiones de gases de efecto invernadero están aumentando.

Empresas de sectores como el asegurador han comenzado ya a estudiar e investigar –para tratar de predecir y prevenir– estos fenómenos. Por responsabilidad y compromiso, alegan, pero también como parte muy relacionada con la gestión estratégica de su negocio. Y cuentan con herramientas y profesionales para ello. Se juegan mucho.

Desde olas de calor en Europa a huracanes, ciclones, sequías en zonas como Australia, el Amazonas o África, incendios forestales, inundaciones en Pakistán o el retroceso del hielo en el océano Ártico, los fenómenos climatológicos extremos son una realidad que muchos expertos han empezado a calificar de alarmante.

El efecto invernadero está aumentando, y aunque muchos de estos extremos podrían explicarse por las «variaciones naturales» –tormentas inusuales o sequías que han ocurrido en numerosas ocasiones a lo largo de la historia– el secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), Michel Jarraud, explica que el aumento de concentraciones de calor a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero «están cambiando el clima» y que esto tiene «implicaciones de largo alcance en el medio ambiente y en los océanos, que están absorbiendo el dióxido de carbono y el calor».

Según datos del Informe de la OMM El estado del clima mundial 2001-2010: Un decenio de fenómenos climáticos extremos, publicados recientemente, el 44% de los países del mundo batieron récords de temperatura máxima más alta de los últimos 50 años en la década 2001-2010, frente al 24% registrado en el decenio de 1991- 2000. Durante la última década –hasta 2010– ha continuado la aceleración del calentamiento global, con una anomalía térmica positiva de 0,21 grados centígrados más cálida que la media del periodo 1991-2000.

Según este estudio, este decenio fue el más caluroso en ambos hemisferios, produciéndose una rápida disminución del hielo marino del Ártico y una aceleración de la pérdida de la masa neta de las capas de hielo de la Antártida y Groenlandia y de los glaciares del mundo. Como resultado, la media mundial del nivel del mar aumentó unos tres milímetros por año, aproximadamente el doble de la tendencia que se había observado en el siglo xx, de 1,6 milímetros al año.

En cuanto a la concentración de gases de efecto invernadero, el informe de la OMM constata un importante aumento y precisa que, a nivel mundial, el dióxido de carbono llegó a 389 partes por millón en 2010, es decir, un 39% más que al inicio de la era preindustrial, en 1750.

Los datos parecen no dejar lugar a las dudas. En el caso del informe de la OMM –un documento de 100 páginas– se incluye una encuesta única dirigida a 139 Servicios Meteorológicos e Hidrológicos de distintos países, y datos socioeconómicos de varios organismos y asociados de Naciones Unidas. El debate sobre si el cambio climático es o no real y sus consecuencias «ha terminado», como señaló en su última visita a España el experto español y asesor en materia ambiental y de sostenibilidad del Gobierno del presidente estadounidense Barak Obama, Juan Verde: «Es hora de actuar».

Este experto, y muchos otros, abogan por investigar y analizar este tipo de fenómenos para poder predecirlos, y sobre todo para implementar medidas de prevención y actuar en consecuencia: las lluvias torrenciales, las inundaciones, los ciclones, tienen graves e importantes repercusiones en materia de mortalidad y epidemiología, y ahora más que nunca deben ser investigados de forma global para tratar de hacer frente a la vulnerabilidad de personas y territorios a escala regional, nacional e internacional.

En esta línea, varios experto de la Fundación para la Investigación del Clima (FIC) consultados por Revista Haz confirman que existe información suficiente –geográfica, meteorológica, demográfica y climatológica–, así como métodos para evaluar estos cambios, estimar los impactos que pueden provocar y en consecuencia analizar el coste que las medidas de mitigación y adaptación pueden tener frente a los costes de no hacer nada.

«Evidentemente existen incertidumbres en la evolución de las variables, tanto demográficas como meteorológicas, pero esto no es impedimento para abordar la planificación de medidas preventivas, ya que el cambio climático y sus efectos son ya una realidad con la que empezamos a convivir», explican desde la FIC, donde colaboran con organismos como el CSIC en investigación sobre hidrología y nieve, fenómenos extremos, olas de calor y su impacto en materia de salud, nivel del mar, etc.

Para la FIC, «en un medio-largo plazo existe un amplio consenso entre la comunidad científica sobre el hecho de que las temperaturas van a seguir aumentando, pero cómo va a afectar esto a zonas concretas es complicado de predecir, a menos que se aborden estudios específicos para cada una de ellas». «Es evidente que para algunas zonas va a representar una oportunidad, para otras un desafío –relacionados con saber gestionar el cambio a su favor minimizando efectos adversos– y para otras, un perjuicio», añaden.

A su juicio, «lo más importante es aplicar estos resultados en cada zona para el estudio de impactos en ámbitos concretos: agricultura –ya empiezan a existir estudios para cultivos concretos–, turismo, energía, transporte, etc.

Para la FIC, la falta o no de compromiso político a la hora de enfrentar los retos que el cambio climático trae asociados está relacionada con la visión que se tiene de este como un fenómeno que afectará en el medio o largo plazo, y cuyas medidas de mitigación implementadas hoy no mostrarían resultados visibles hasta mucho después de su aplicación. «De ahí que el interés político en este sentido sea bajo», añaden.

Afortunadamente, hoy la innovación y las nuevas tecnologías aplicadas a aspectos como la generación de energía o la captura de carbono, por ejemplo, pueden ayudar a prevenir estos riesgos, y desde la Unión Europea ya se están financiando investigaciones en estos campos y con este objetivo. Pero lo que puede considerarse en estos momentos como «urgente» es afrontar el estudio de los impactos que ya son inevitables, «no solo porque el cambio es algo que ya está ocurriendo, sino porque a nivel global no se están tomando medidas que permitan detenerlo», aseguran estos expertos.

Ayuda financiera y riesgos climáticos

Que un mundo con mayor temperatura será más propenso a fenómenos meteorológicos extremos parece evidente, y que este tipo de catástrofes deben afrontarse como un reto global y planetario dejando de lado la idea de que estos solo afectan a los países más pobres, parece que también. Hasta aquí la teoría. La práctica es que aún queda mucho camino por recorrer para alcanzar un acuerdo real a nivel mundial que pueda servir de marco de referencia en esta materia y que no deje expuestas a las zonas precisamente más vulnerables.

En palabras de la directora ejecutiva de la Agencia Internacional de Energía (AIE), Maria van der Hoeven, «el cambio climático se ha trasladado de un modo bastante evidente hacia el segundo plano de las prioridades políticas». El pasado mes de junio la AIE presentaba un nuevo informe especial sobre las Perspectivas de la Energía en el Mundo, Redrawing the Energy- Climate Map (Redibujando el mapa de la energía y el clima), en el que se preveía un aumento de las temperaturas mundiales de tres grados de cara a 2100 –en comparación con los niveles preindustriales– y de entre 3,6 y 5,3 grados a más largo plazo.

Según datos de la AIE, este incremento será, probablemente, de dos a tres veces más alto en los polos, con la consiguiente pérdida de buena parte de los hielos del planeta y el aumento en un metro del nivel del mar antes de 2100, e incluso mucho más en las décadas siguientes.

Aunque todos los países han acordado trabajar para mantener las temperaturas mundiales por debajo de los dos grados en el contexto de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, «lo cierto es que se están produciendo las negociaciones más complejas jamás emprendidas por la humanidad», según señaló la secretaria ejecutiva de la convención, Cristiana Figueres, durante la presentación de este documento de la AIE, donde recordó que «existe una importante brecha entre los esfuerzos actuales y el compromiso necesario para lograr este objetivo».

En la última conferencia sobre cambio climático que la convención celebró el pasado mes de junio en la ciudad alemana de Bonn, esa brecha quedó más que demostrada tras las disputas técnicas entre países que, encuentro tras encuentro, se estancan en uno de los temas clave –y más espinoso– en relación al cambio climático: el económico.

Los aspectos financieros para hacer frente a los impactos del cambio climático no acaban de poner de acuerdo a los gobernantes que acuden a estas cumbres; y aunque en la Conferencia de Copenhague (COP15) en 2009 los países ricos acordaron brindar ayuda a los pobres cuya responsabilidad en el cambio climático es menor pero que experimentan muchos de sus impactos, no está claro que estos fondos hayan llegado.

Entre 2010 y 2012, los países industrializados dijeron haber aportado más de 38.900 millones de dólares, sin embargo, «aún no sabemos si se trata de nuevos fondos o simplemente ayuda al desarrollo reetiquetada como financiación climática», señalaba desde Bonn la experta Laetitia de Marez, analista de políticas de la ONG alemana Climate Analytics.

Estas organizaciones denuncian que este tipo de ayudas «climáticas» se usan en su mayoría en materia de mitigación (plantaciones de árboles o energías renovables en países en desarrollo), lo que contribuye «poco o muy poco» a ayudar a las naciones más vulnerables, «que carecen del dinero necesario para afrontar los impactos reales del cambio climático que ya están experimentando», señaló De Marez, que apostó por una división «50-50 entre mitigación y adaptación».

Por su parte, países tan potentes como Japón o Estados Unidos no han asumido compromisos para este 2013 y dicen no estar en posición de hacerlo. Este tipo de ‘posiciones’, argumentan las ONG, «no hace más que darle excusas a otros países como India o China, en este caso emergentes, para evitar tomar medidas reales y potentes en relación al clima».

Los países donantes esperan que la mayor parte de este dinero proceda del sector privado, pero existen escollos como los bajos precios de los mercados de carbono o las reticencias de muchas organizaciones civiles que se oponen a las inversiones privadas para evitar aplicar enfoques de mercado a la crisis climática.

«Dado que actualmente las condiciones económicas en los países industrializados han empeorado, en términos generales, sus gobiernos tienen poco o ningún interés en asumir nuevos compromisos financieros», advirtió en este sentido Sivan Kartha, desde el Instituto de Estocolmo para el Medio Ambiente, que añadió que esto no cambiará «hasta que haya una alarma social real y los ciudadanos pidan a sus gobiernos que apoyen a los países que necesitan respaldo y contribuyan económicamente a que sus economías sean más verdes». «Necesitaremos mucho más compromiso público», sentenció Kartha tras el encuentro de Bonn.

Sensibilidad social

El cambio climático también se ha convertido en una realidad para la opinión pública mundial. Su percepción a nivel global ha pasado de creencia más o menos «empírica» a «hecho científico». Al menos es lo que demuestran los resultados de una reciente encuestas realizada por el Instituto Ipsos para la compañía aseguradora AXA a través de una consulta realizada entre julio y agosto de 2012 a un total de 13.000 personas en 13 países de tres continentes (Europa, Asia y América).

Según la Encuesta AXA/Ipsos sobre la Percepción Individual de los Riesgos Climáticos, tres de cada cuatro personas consideran que el cambio climático ha sido demostrado científicamente. En el grupo de edad comprendido entre los 18 y los 24 años, son de esta opinión el 87%.

Asimismo, nueve de cada diez encuestados opinan que el clima ha cambiado significativamente en los últimos veinte años, y el 73% afirma haber observado personalmente estos cambios, principalmente por la alteración en los modelos de precipitaciones que provocan inundaciones, por el aumento en las temperaturas medias y por las sequías.

El mismo porcentaje –casi nueve de cada diez personas encuestadas– manifiesta sentirse preocupada por el cambio climático. Esta percepción es unánime en las zonas conocidas como «nuevas economías» (Indonesia, Turquía, Hong-Kong o México) que alcanza el 97% de media, mientras que en las «economías maduras» (Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Bélgica, España, Estados Unidos y Japón) desciende al 81%.

Asimismo, el 88% de los encuestados cree que es posible limitar los efectos del cambio climático y que cada actor tiene un papel que jugar: esta responsabilidad recae en los países desarrollados para el 92% de los encuestados, el comercio y la industria para el mismo porcentaje, los gobiernos para el 91%, las economías emergente para el 89%, las organizaciones internacionales para el 87%, y los ciudadanos para el 83%.

En el caso de España, el escepticismo con respecto a la responsabilidad de los gobernantes mundiales a la hora de afrontar este fenómeno es de los más elevados del mundo: el 91% cree que estos no toman las medidas suficientes para hacer frente a los riesgos relacionados con el cambio climático. Un 90% de los encuestados –cinco puntos más que la media mundial– opina que sus gobernantes «hacen nada o muy poco para evitar el calentamiento global».

Nueve de cada diez españoles culpan a los países desarrollados de estos nuevos riesgos y el mismo porcentaje responsabiliza del cambio climático especialmente a las empresas energéticas. Cerca del 80% está convencido de que el cambio climático «es un hecho científico», y el 86% cree que es el resultado «de la actividad humana y no de factores naturales».

Los españoles son una de las poblaciones del mundo más preocupadas por las posibles consecuencias del cambio climático: el 91% asegura sentirse preocupado por este asunto –la media mundial está en el 86%, y la media de las economías maduras en el 81%–, aunque solo uno de cada diez entrevistados afirma estar «muy preocupado» por lo que pueda suceder en el futuro. En la misma línea el 83% de los españoles encuestados teme que se desencadenen conflictos relacionados con la falta de agua o alimentos y el 90% se muestra preocupado ante las sequías –frente a una media mundial del 78%–.

Al 87% le inquieta el aumento continuado de la temperatura media del planeta, frente al 79% de la media mundial.

De la predicción a la prevención: el papel de las aseguradoras

Entre las muchas cifras que arroja esta encuesta hay algunas que indican que la sociedad también es consciente del potencial de intervención que tiene el sector empresarial para ser parte de la solución a este problema. Al menos el 57% de los participantes en el estudio cree que las compañías de seguros pueden ayudar a las personas a adaptarse a las consecuencias del cambio climático.

En su opinión, el papel de las aseguradoras pasa por emprender acciones relacionadas con su negocio principal, como ofrecer nuevos productos de seguros, promover comportamientos responsables o concienciar sobre el medio ambiente y la construcción de alianzas con las autoridades internacionales, nacionales y locales.

Desde AXA definen sus principales pilares estratégicos de negocio a través de tres conceptos: prevención de riesgos, formación e investigación, especialmente en relación a las preocupaciones y retos de futuro que la compañía detecta a nivel social como los más relevantes: envejecimiento, dependencia o cambio climático, este último un aspecto concreto que el director de Comunicación y RSC de la compañía, Josep Alfonso señala como «prioritario» y de «gran impacto» para el negocio y para el sector asegurador, «y totalmente relacionado con él».

«Los riesgos climáticos toman cada vez más importancia, son poco conocidos, y con nuestros cuadernos –papers publicados por la compañía periódicamente– y estos estudios, nuestro objetivo es concienciar sobre ellos», explicó Alfonso a Revista Haz.

Alfonso señala que las aseguradoras siempre han mantenido una estrecha relación con las catástrofes naturales, porque, a su juicio, «es uno de los actores que más y mejor puede contribuir a mitigar los efectos derivados del calentamiento global». «Las compañías cuentan con información geográfica, capacidades en meteorología y climatología, comprensión de métodos y normativas de construcción, know how en materia de medicina, toxicología o demografía en relación con los seguros de vida y de salud que le convierten en uno de los agentes mejor posicionados para diseñar e implementar medidas preventivas», aseguró.

A través de la gestión de riesgos y el establecimiento de las primas, puede prevenir que las personas construyan en zonas de riesgo (por ejemplo, en zonas inundables), hacer que inviertan en sistemas de protección (como es el caso de los muros de protección frente a los huracanes), o decidan mejorar las estructuras existentes (por ejemplo, la sustitución de tejados con poca resistencia).

Una de las acciones del Grupo AXA más destacadas en este aspecto es la creación del AXA Research Fund, un fondo dotado con casi cien millones de euros para impulsar el estudio y los descubrimientos científicos que contribuyan a comprender y prevenir los riesgos socioeconómicos y de la salud, así como ambientales.

Desde este fondo de investigación, creado en 2007, se respaldan proyectos de investigación sobre riesgos, un total de 367 en estos momentos. «En AXA creemos que la protección comienza con un mejor entendimiento de los riesgos», explican desde la compañía. Y es que, aseguran, «los riesgos a los que nos enfrentamos actualmente son más diversos que antes, desde el cambio climático hasta las ciberamenazas, desde riesgos pandémicos hasta acontecimientos climatológicos extraordinarios», añaden.

Un ejemplo clave es la predicción temprana y precisa de las tormentas y sus consecuencias, «algo que ayuda a la sociedad a salvar vidas, a proteger el medio ambiente y la propiedad pública y privada», destaca la aseguradora, que añade que a esto hay que sumar las comunicaciones preventivas –dirigidas tanto a individuos como a corporaciones–, o la adecuación del tráfico y el suministro eléctrico según la intensidad del viento o las precipitaciones esperadas.

Asimismo, estas predicciones pueden servir para establecer planes de evacuación: hospitales, bomberos y equipos de rescate pueden planear sus acciones a la hora de anticipar problemas y prepararse para comunicar y gestionar las crisis. Los ciudadanos pueden actuar para proteger sus casas y propiedades, y a largo plazo pueden diseñarse una mejor planificación urbanística para construir ciudades y campos más resistentes.

La combinación de todas estas medidas «ayuda a limitar el impacto de huracanes e inundaciones, y permite a las comunidades volver a la normalidad con un coste más barato», recalcan los expertos de AXA. «Pero esto solo puede suceder si sabemos a lo que nos enfrentamos y entendemos por qué debemos actuar según las directrices recomendadas». A su juicio, «este es el motivo por el que la investigación y la formación sobre riesgos naturales es clave para evitar las consecuencias directas de las tormentas, inundaciones y otras amenazas».

Hasta el momento han recibido el apoyo de este fondo investigadores de casi 50 nacionalidades que trabajan en más de 150 universidades de 27 países. La idea es «ayudarles a promover sus descubrimientos al público en general para contribuir al debate público, la sensibilización y el mayor conocimiento de los riesgos que amenazan la sociedad», concluyen desde AXA.

@LauramArribas
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