Índice de Progreso Social, una nueva forma de medir el bienestar

¿Qué hace que un país tenga éxito, como ha sucedido con Brasil, que acaba de albergar la Jornada Mundial de la Juventud y en junio hará lo propio con la Copa del Mundo de Fútbol, o una ciudad, como ha sucedido con Tokio, recientemente elegida como sede de los Juegos Olímpicos de 2020? La respuesta tradicional ha sido el crecimiento y desarrollo económico, medido en forma de PIB o renta per cápita, como suelen indicar los frecuentes informes de la ONU, la OCDE o el Banco Mundial.

Pero, frente a esa visión economicista, Michael Porter, Scott Stern y Roberto Artavía Loría, apuntan al «progreso social», noción y medida a partir de la cual han presentado hace pocas fechas un informe mundial sobre los países con mayor progreso social. Suecia, Reino Unido y Suiza encabezan, por este orden, el ranking elaborado por estos profesores dentro del proyecto Social Progress Imperative.

El informe mide las necesidades vitales de los países, las oportunidades que existen en los territorios y el bienestar general de la nación. Madrid no albergará las Olimpiadas de 2020, pero España aparece en el puesto diez del ranking.

Porter, Stern y Artavía Loría reconocen en el estudio que el crecimiento económico tiene un impacto indudable en el progreso social y numerosos estudios han encontrado una alta correlación entre el crecimiento económico y una amplia gama de indicadores sociales.

«Existe una concienciación creciente, sin embargo, de que las medidas puramente económicas no capturan ni recogen, por sí solas, el progreso social de un país», matizan los expertos. De hecho, subrayan, muchos observadores y analistas han señalado los límites del éxito económico como parte del bienestar social.

Sucesos como la primavera árabe de 2011 y los desafíos a los que se ha tenido que enfrentar México en la última década son solo dos ejemplos, insisten los autores del informe, de las consecuencias negativas colaterales del crecimiento económico cuando este se entiende como la única vara de medir del progreso social. Ante acontecimientos como estos, sentencian, «debemos medir el progreso social de modo tal que esté directamente relacionado con la mejora del bienestar general de un país».

Desde este prisma, Porter, Stern y Artavía Loría definen el progreso social como «la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, establecer estructuras que permitan a sus ciudadanos y comunidades mejorar su calidad de vida, y crear las condiciones óptimas para que todos sus individuos puedan desarrollar todo su potencial».

A partir de esta definición, que en el caso de Michael Porter se enmarca dentro de la línea de investigación que empezó hace ya un lustro con la noción de «creación de valor compartido», el modelo de progreso social integra tres dimensiones fundamentales y que, sumadas, engloban el desarrollo social de un país. En primer término, las «necesidades humanas básicas», esto es, si el país proporciona a sus ciudadanos las necesidades más esenciales para la supervivencia.

En este primer apartado los países que lideran el ranking son, por este orden, Japón, Alemania y Canadá, mientras que Ruanda, Nigeria y Etiopía cierran a clasificación.

En segundo lugar, el ranking valora los fundamentos del bienestar, y si las estructuras de la sociedad permiten que las personas puedan adquirir un elevado grado de bienestar, un parámetro en el que destacan en las primeras posiciones Suiza, Reino Unido y Suecia, que se sitúan por delante de Francia, Alemania o Japón. Etiopía, de nuevo, ocupa la última posición.

Por último, el informe valora las oportunidades que ofrece el país para que las personas desarrollen todo su potencial, una categoría en la que dominan Estados Unidos, Suecia y Australia, por delante de Canadá, Reino Unido y España, que ocupa el sexto lugar en el único parámetro en el que se cuela en el top ten.

Como reconocen los autores del informe, numerosos estudios analizan las oportunidades de creación de negocio –principalmente, para emprendedores– de un determinado país. Pero, argumentan, «nuestra visión de la oportunidad tiene un alcance más general y amplio: si todas las personas, independientemente de la posición profesional y social en que se hallen, pueden desarrollarse de forma óptima».

El informe de progreso social busca marcar distancias con respecto a todos los relacionados con desarrollo económico en general, aunque, como señalan los autores del estudio, es normal que en todo momento se busquen comparaciones entre unos modelos y otros. Sin ir más lejos, el ya famoso ranking mundial de felicidad por países, que sitúa al pequeño reino de Bután, en Asia, como el país más feliz del mundo.

No en vano, Bután ha adoptado la felicidad como modelo de vida, sociedad e incluso gobierno. Así, ya en junio de 1974, en su discurso de coronación, el rey Jigme Singye Wangchuck dijo: «La Felicidad Interior Bruta es mucho más importante que el Producto Interior Bruto». Apenas tenía 18 años de edad y se convertía, tras la muerte de su padre, en el monarca más joven del mundo. Desde entonces, la filosofía de la Felicidad Interior Bruta (FIB) ha guiado la política de Bután y su modelo de desarrollo.

De forma paralela, Naciones Unidas presentó el 9 de septiembre el World Happiness Report, que encabezan, por este orden, Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda y Suecia. No extraña que algunos de estos países, comenzando por la propia Suecia, aparezcan en las primeras posiciones del Informe Mundial de Progreso Social.

En el caso de este ranking, del que los propios autores reconocen en su primera edición que se trata todavía de «un proyecto beta», la primera dimensión, que hace referencia a las necesidades básicas, mide parámetros como la nutrición y la atención médica básica; el aire, agua y salubridad; o la seguridad personal.

Por su lado, la dimensión que se refiere a las instituciones o políticas que ha establecido el país para que todos los ciudadanos mejoren sus condiciones de vida en un entorno de desarrollo sostenible mide el acceso tanto al conocimiento básico como a la información y las comunicaciones, la salud y el bienestar, y todo el ecosistema de la sostenibilidad. Los gobiernos, de hecho, «están midiendo de forma creciente el bienestar social con el objetivo final de hacer del bienestar social un objetivo de la política», ha destacado el informe World Happiness Report.

La tercera dimensión del ranking de Porter, Stern y Artavía Loría recoge en qué medida los ciudadanos son capaces de desarrollar todo su potencial, lo cual supone medir componentes como los derechos personales, el acceso a la educación superior, las libertades personales, y la equidad e inclusión.

Con estos parámetros, «el índice de progreso social se presenta como una herramienta que une toda una serie de cualidades que miden el grado de transparencia de un país, lo cual a su vez permite a los gobiernos reconocer debilidades y áreas de mejora en sus respectivos países, así como compararse con otras naciones desde el punto de vista del desarrollo humano y el progreso social».

Del estudio sobre el progreso social los autores dejan constancia de tres hallazgos significativos que, en líneas generales, tienen un alcance global en la mayor parte de los países. En primer término, destacan, el informe pone de manifiesto que el desarrollo económico es «necesario pero no suficiente» para el progreso social. «Nuestra hipótesis de partida era que el crecimiento económico no explica por completo los niveles de progreso social de los respectivos países», comentan.

Desde esta perspectiva, los países nórdicos, junto al Reino Unido y Estados Unidos, encabezan el ranking del informe tanto desde el punto de vista de progreso social como de PIB.

Sin embargo, un análisis más detenido de los datos muestra cómo, por ejemplo, Costa Rica, que se encuentra a mucha distancia de España en el PIB per cápita, aparece, por el contrario, mucho más próxima en el índice de progreso social. Este simple dato confirma la falta de correlación directa, como apuntan los autores del informe, entre desarrollo económico y progreso social.

Los propios expertos que han llevado a cabo el estudio destacan el caso como paradigma de un país que ha sabido sacar partido de sus cualidades pese a encontrarse en una región tradicionalmente desfavorecida. «Costa Rica es una paradoja», sentencian. «Aparece en el puesto doce del ranking del Índice de Progreso Social dentro de una muestra 50 países, por lo que se convierte en el mejor país latinoamericano y el primero entre los que no son miembros de la OCDE. De hecho, este país destaca de forma particular en el ítem de oportunidades, donde se sitúa en octavo lugar, por delante de muchas naciones de la OCDE. Probablemente todo esto se deba a que es la democracia más antigua y, por tanto, asentada de la región», añaden.

La buena práctica de Costa Rica refleja en sí misma la principal conclusión del informe, esto es, la falta de conexión directa entre riqueza económica y progreso social. Aquella influye en esta, pero en absoluto la determina por sí sola, según los profesores que han realizado el documento.

Algo similar sucede al cruzar los datos entre el índice de desarrollo económico y el denominado progreso social. En líneas generales, como muestra el informe, los países con un mayor nivel de desarrollo económico poseen una mayor cantidad de recursos para sus ciudadanos, lo cual repercute en una mejor calidad de vida y, por ende, en el progreso social.

Sin embargo, los datos también revelan importantes diferencias entre el progreso social y el desarrollo económico en países de la misma región continental, lo cual deja constancia, según los autores del estudio, que el desarrollo económico no explica, por sí mismo, el progreso social de un país.

«Aunque los países con menores ingresos se agrupan en la parte baja del índice de progreso social, existe una amplia gama de niveles de progreso en naciones que cuentan con un nivel de ingresos muy similar, y así, Ghana apenas ha reducido en un 5% su desnutrición, frente a más del 15% de Bangladesh. Esta sustancial variación entre países vecinos o con una situación económica similar acontece asimismo entre los países ricos.

En este sentido, por ejemplo, India cuadriplica el índice de mortalidad infantil de China. Por su parte, más del 90% de la población de Indonesia ha alcanzado ya el índice mínimo de alfabetización, un dato que contrasta con el de Marruecos, donde la mitad de la población sigue siendo analfabeta.

Desde la perspectiva opuesta, el informe constata que, a partir de los resultados de los países con mayores ingresos, existen también importantes diferencias en el nivel de progreso social dentro de estas naciones. De hecho, «es posible conseguir un alto nivel de progreso social con un nivel de ingreso económico medio relativamente bajo o moderado», apuntan.

Con estos resultados, la conclusión de Porter, Stern y Artavía Loría es contundente: «El crecimiento económico no es suficiente, por sí mismo, para alcanzar el progreso social. De hecho, la relación entre el progreso social y económico es mucho más compleja que una simple relación de causa-efecto. Establecer la naturaleza real de esta relación exigirá un análisis más exhaustivo, sobre todo, en lo que respecta al cambio y evolución a lo largo del tiempo de ambos parámetros».

Los autores del índice de progreso social vuelven en este punto sobre los informes de competitividad del World Economic Forum. Un análisis conjunto de ambos informes revela la correlación entre competitividad y progreso social, «pero esta es mucho más fuerte en los países más competitivos», advierte Michael Porter. En los países que cuentan con un grado de competitividad medio o bajo existe una gran disparidad en lo que hace referencia al progreso social.

En el caso del informe Doing Business Index, que mide la facilidad para realizar negocios en los diferentes países, la relación con el progreso social resulta menos evidente, a juicio de Porter, Stern y Artavía Loría. «Esto puede ser debido a que la mejora en el entorno de los países para los negocios solo se refleja en un mayor desarrollo económico a medio-largo plazo, lo cual, a su vez, hace más difícil establecer una relación directa entre estos parámetros y el progreso social», sostienen.

Junto a la imposibilidad de que el desarrollo económico explique por sí mismo el progreso social de un país, el informe de los expertos deja una segunda conclusión general no menos relevante que la anterior. Como explican, el nivel general de desarrollo de un país –sobre todo si es elevado– enmascara u oculta los desafíos y las fortalezas sociales y medioambientales de dicho estado, pues, alertan, «debajo de unas buenas cifras económicas pueden esconderse realidades latentes preocupantes».

Los expertos sostienen como punto de partida que es indudable la relación existente entre el grado de progreso social y el de desarrollo humano de un mismo país. Sin embargo, pese a ello, existen diferencias significativas en el progreso social de países que cuentan con índices de desarrollo humano muy similares, especialmente en el caso de los países con ingresos medios y altos.

Así, entre las naciones con un alto índice de desarrollo humano, Emiratos Árabes Unidos (EUA) presenta unos registros mucho más bajos en lo que respecta al progreso humano que en lo concerniente al índice de desarrollo humano, sobre todo, por los bajos registros en los indicadores medioambientales. De hecho, EUA aparece en los últimos puestos en el apartado de sostenibilidad, ya que presenta la mayor huella ecológica por las elevadas emisiones de dióxido de carbono y de energía.

Por su parte, la baja posición de Israel en este apartado se debe a los bajos niveles que presenta en los parámetros de igualdad a inclusión, así como en el de disponibilidad de una vivienda. Por el contrario, Reino Unido y Suecia, que destacan en el ranking de desarrollo humano, sorprenden por el lado positivo en el ranking de progreso social, donde incluso superan sus propios resultados, gracias a las grandes oportunidades sociales, sobre todo las relacionadas con los derechos personales.

En las economías emergentes esa desigualdad también es notable. Así sucede en el caso de México, que, pese a ser uno de los países más pujantes en la actualidad y presentar un alto índice de desarrollo humano, recibe una baja puntuación global en el índice de progreso social por sus puntuaciones mínimas en lo referente a seguridad personal. Algo similar sucede con Rusia, cuya riqueza en el gas y el petróleo no obsta para que aparezca debilitada en un segundo plano social a consecuencia también de la escasa seguridad, los derechos personales y la contaminación.

Por el lado contrario, Costa Rica, gracias a sus grandes resultados en el apartado de sostenibilidad y de posibilidades de negocio, sobresale con gran soltura en el progreso social, muy por encima de lo que muestran sus resultados del índice de desarrollo humano.

Por último, la correlación entre progreso social y desarrollo humano es mayor cuando los índices de este último son bajos, como sucede en el caso de Mozambique, que brilla más en el grado de progreso social que en desarrollo humano, gracias a sus altas puntuaciones en las áreas de equidad e inclusión.

Esté o no relacionado el índice de desarrollo humano con el de progreso social, de lo que deja constancia el informe del Social Progress Imperative es que, independientemente del grado de desarrollo económico de los países, el grado de progreso muestra zonas tanto de éxito como de mejora; esto es, que no se puede hablar en modo alguno de un desarrollo o progreso social pleno a día de hoy en práctica totalidad de las naciones.

«Todos los países, independientemente del nivel global de progreso social que presenten, se enfrentan a desafíos medioambientales. Suecia, por ejemplo, alcanza una puntuación relativamente baja en el apartado residencial, ya que el precio de la vivienda es muy caro, pese a los buenos servicios públicos del país nórdico», indican los autores del informe.

En el caso de Suiza, potencia económica y financiera que siempre se sitúa entre los países más desarrollados y con mayor nivel de vida, el registro se vuelve relativamente bajo en el acceso a la educación y al conocimiento, pues los colegios y universidades suizas resultan muy caros.

En lo que hace referencia estricta al denominado ecosistema de sostenibilidad, casi todos los países ricos suspenden o aprueban por la mínima. «Esto es especialmente cierto en los países ricos con abundantes recursos naturales, como ocurre en Canadá, Estados Unidos y Australia», destaca el documento.

Por otro lado están los países pobres o mediocres en los resultados globales, «esto no quiere decir que puntúen muy bajo en todas las categorías», matizan los expertos. Es el caso de Mozambique, que alcanza una alta puntuación en equidad e inclusión, o Egipto, que brilla en servicios de agua, aire y sanidad; así como Ghana, que alcanza un notable registro en seguridad personal.

Los resultados globales del Índice de Progreso Social, como finalizan los autores, presentan un escenario que define con bastante exactitud cuáles son las regiones en las que se dan las mejores condiciones para generar una auténtica comunidad de valor compartido que beneficie a todos los agentes sociales y, por tanto, a la sociedad en su conjunto.

Como sugiere Michael Porter, creador del concepto de valor compartido junto con Mark Kramer, el auténtico progreso social es el resultado de compartir ese valor, no de disgregarlo o romperlo, como ha tenido lugar en la presente crisis.

Por Juanma Roca
@Juanmaroca

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Comentarios

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