La complicada tarea de transmitir el conocimiento científico

La ciencia y la I+D, en toda la amplitud de su significado, son las disciplinas que han hecho crecer y evolucionar nuestro mundo. En España contamos con un buen número de científicos, algunos potenciales premios Nobel, que investigan para mejorar nuestras vidas. Sin embargo, el interés que suscitan entre la población general es tremendamente pobre.

Vamos a aprovechar que acabamos de conocer a los nuevos premios Nobel de Física, Medicina y Química, entre los que –oh, sorpresa- no hay ni rastro del trabajo de las científicas (en la historia de estos premios sólo ha habido 18 mujeres galardonadas en categorías relacionadas con la I+D). Pero esa es otra historia que daría para otro artículo. En este caso vamos a hablar sólo de ciencia.

Esa ciencia que suscita tan poco el interés general y que, sin embargo, forma parte de nuestro día a día: de lo que comemos, de lo que bebemos, de lo que respiramos, de los fármacos que nos ayudan a sobrellevar nuestras enfermedades, de las tecnologías que usamos para comunicarnos, para movernos, para avanzar…

La última Encuesta de percepción social de la ciencia, realizada a más de 6.300 personas de toda España por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt), asegura que sólo un 16,3% de los españoles siente un interés no condicionado relevante por los avances de esta enorme disciplina.

Un importante porcentaje de ese resto no interesado, en torno al 33%, justificaba su respuesta alegando que las informaciones científicas que se publican no son comprensibles. Una afirmación que se corroboró en el recientemente celebrado Biocomunica17, el III Congreso de la Asociación de Comunicadores de Biotecnología, que tuvo lugar hace unos días en Barcelona.

Sólo un 16,3% de los españoles siente un interés no condicionado relevante por los avances científicos.

En este evento participaron comunicadores, divulgadores y portavoces de empresas, fundaciones e instituciones vinculadas con el desarrollo investigador de la biotecnología, una de las parcelas científicas que más ha crecido en la última década. Más allá de las particularidades propias de esta industria, una de las grandes conclusiones que surgieron de sus mesas de debate fue, precisamente, la de que no se sabe llegar a ese público mayoritario que no sabe de ciencia.

No sólo eso, sino también que a veces, intentando captar su atención, se transmiten informaciones erróneas que pueden crear falsas esperanzas, como ocurre con los titulares que hablan de inminentes curas contra cualquier tipo de cáncer sobre noticias de posibles terapias que no han pasado de su fase experimental. O sentimientos de rechazo, como ha ocurrido con el desarrollo de los transgénicos, tremendamente estigmatizados y, sin embargo, vitales para abastecer las necesidades de la sobrepoblación mundial.

Herramientas para mejorar

Es difícil dar con la fórmula mágica que sirva para mejorar ese interés. Entre los agentes implicados se habla de llevar a cabo acciones de divulgación más sencillas y comprensibles. Por ejemplo, un mayor número de programas en televisión y radio en horarios asequibles (o, al menos, con mayor promoción para que exista una demanda vía web) al estilo de Órbita Laika.

Por su parte, periodistas e informadores piden que haya más portavoces en laboratorios y centros de investigación preparados para hablar con los medios, que sepan transmitir de forma sencilla ideas y desarrollos de proyectos complejos. En definitiva, que los científicos dejen de hablar en científico cuando se dirigen a los legos, a pesar del miedo que ello le suscita a muchos por el posible rechazo de sus colegas de sector.

Que los científicos dejen de hablar en científico cuando se dirigen a los legos, a pesar del miedo que ello le suscita a muchos por el posible rechazo de sus colegas de sector.

También se busca el compromiso de entidades públicas y, sobre todo, privadas para que financien y pongan en marcha proyectos que ayuden a mejorar el conocimiento y comprensión de los ciudadanos. Un buen ejemplo es el que lleva a cabo el Parque Científico de Barcelona con el programa Investigación en sociedad, trabajando con los colegios de la región y ofreciendo actividades para 4.500 escolares cada año. Pero también para que científicos, educadores, divulgadores y periodistas especializados adapten su lenguaje al del ciudadano medio.

¿Qué conseguiremos con ello? Para empezar, respeto por aquellos que día tras día investigan con el objetivo de hacernos evolucionar ¡Y algunos lo consiguen sin apenas recursos!

Para muestra, un botón. Actualmente son pocos los que no saben el nombre del futbolista manchego que metió el gol de la victoria en el partido que coronó a España como campeona del mundo. Pero, ¿cuántos saben que a pocos kilómetros del lugar de nacimiento de Andrés Iniesta trabaja el que muchos creen que será el próximo premio Nobel de Química o Medicina español? Muy atentos al trabajo que ha sacado adelante el microbiólogo Francis Mojica, de la Universidad de Alicante, casi sin financiación hasta hace unos años.

Si ese interés general creciese, cabría la posibilidad de que también lo hiciesen los presupuestos en I+D+i (algo más de 6.000 millones de euros a nivel público en 2017, bastante menos de los más de 7.700 millones aprobados para Defensa, por poner un ejemplo). Probablemente también conseguiríamos aumentar el número de vocaciones científicas entre los más jóvenes, y de mentalizar a muchas empresas de la importancia de invertir en este campo y de retener el talento.

Nunca olvidemos que de sus investigaciones (que en la mayoría de los casos darán frutos muy a largo plazo pero con grandes réditos) dependerá nuestra evolución y nuestro futuro. Que necesitamos menos futbolistas y más científicos con afán investigador.

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