Verdad y transparencia, claves en las adopciones

Entrar en un proceso de adopción lleva consigo un largo periplo lleno de trabas que pueden minar la paciencia de cualquiera: burocracia, gastos elevados en los casos internacionales, entrevistas y procesos de selección… Con mucha suerte, el nuevo miembro de la familia puede llegar en unos tres años, pero es difícil y son muchos los que terminan desistiendo.

Hace unos días llegaba a mi conocimiento la noticia de que una pareja de Zaragoza había dejado a su hija recién adoptada, procedente de la India, en manos de servicios sociales. El motivo: los médicos certificaron que la niña tenía 13 años en vez de 7, como juraban tanto los documentos oficiales como los responsables de la institución india que los había tramitado.

Me llené de indignación y me sumé al aluvión de críticas que les llovieron a aquellos padres que, por algún motivo, decidieron dejar de serlo. Sobre ellos pesa la losa de haber abandonado a la que era su hija, dejándola como el que devuelve una lavadora que no cubre sus expectativas en el hipermercado de turno. Una ‘personita’ que en tan solo 13 años de vida se ha visto expulsada al menos dos veces de los brazos supuestamente protectores de unos padres que nunca ejercieron.

Una imagen terrible que muchos nos configuramos sin tener en cuenta los muchos factores que les pudieron llevar a tomar una decisión de tamaño calibre. Y que, no lo olvidemos, les cierra las puertas a nuevas adopciones.

Plasmé mi indignada opinión en un café con amigas, entre las que hay dos que han pasado por sendos procesos de este tipo, también tramitados en el extranjero. Ambas me miraron con cara de circunstancias y, sin llegar a justificar el hecho en cuestión, me dieron razones de peso capaces de minar la moral de aquella familia zaragozana… y de muchas más.

El tamaño de las piedras

Todo aquel que inicia un trámite de estas características debe tener claro desde el principio que no es un camino de rosas, sino un ‘embarazo’ burocrático, de gran peso económico y de esperas kilométricas que puede extenderse entre tres años y una década. Eso contando con que la cruzada se culmine con éxito.

Lo suficiente para perder la paciencia, las ganas y las fuerzas de ser padres. Porque el tiempo no se detiene en el momento en el que empieza el trámite. No, pasa inexorable para todos, incluso para las personas que ven la adopción como su única oportunidad de ser padres. Y que a partir de los 40 no pueden casi ni planteárselo.

En ese periplo están incluidas montañas de papeleo y un desembolso total de unos 15.000 euros que se van entre declaraciones juradas en el idioma que corresponda, viajes, alojamientos, tasas, impuestos ‘revolucionarios’ y donaciones ‘desinteresadas’.

En ese periplo de esperanzas y desesperanzas a partes iguales están incluidas montañas de papeleo y un desembolso total de unos 15.000 euros que se van entre declaraciones juradas en el idioma que corresponda, viajes, alojamientos, tasas, impuestos ‘revolucionarios’ y donaciones ‘desinteresadas’. También un buen número de entrevistas, en las que poco se tratan las inconveniencias más graves que uno puede encontrarse al final del camino. Como el que el futuro vástago pueda haber heredado algún problema de salud que aún no ha desarrollado (y que en muchas ocasiones las instituciones intentan esconder).

O, como ha ocurrido en este caso, que sea tan mayor y esté tan arraigado a su país de nacimiento que no se adapte fácilmente al cambio: con un idioma adquirido, sin los amigos que había tenido hasta el momento… Y los adoptantes, en general, suelen asumir estas trabas de la misma forma en que lo haría un padre biológico: echándole valor a lo desconocido.

Listas de espera

Desde distintas asociaciones y federaciones explican que el avance económico que han recorrido países como China o Rusia a lo largo de este siglo han reducido enormemente el número de niños ‘adoptables’. También han sido determinantes las irregularidades que se han sufrido en países como Etiopía, donde se sospecha que se ha traficado con niños a los que se ha separado de sus padres biológicos de formas poco ortodoxas.

Así las cosas, se calcula que las adopciones internacionales han caído un 85% en la última década. Las dificultades existentes, aquí descritas muy someramente, han servido para que las listas de espera mengüen, pero también para que el tiempo que transcurre hasta que el adoptado llega a su nuevo hogar aumente.

¿Y qué pasa con los niños nacidos en España? En este caso el camino es mucho más económico, pero tiene menos demanda por ser más problemático. Principalmente porque lleva consigo un sistema de preadopción de tres años, en los que la madre biológica puede reclamar a su hijo si se reinserta en la sociedad de forma completa. Un drama que nadie quiere vivir.

Toda esta letanía es solo la base en la que se asienta la desesperación de nuestra pareja protagonista. Que, probablemente llevasen un largo periodo de tiempo intentando prepararse para lo que pudiese venir solo a través de informes que, obviamente, estaban falseados.

Su acción dista mucho de ser loable, pero teniendo en cuenta el duro castigo que la ha acompañado, no merecen ser señalados como culpables. Los mil factores que han podido empujarles a rechazar a su hija posiblemente nunca se hubiesen dado si desde el centro de acogida indio se hubiese dicho la verdad. Con un poco de suerte, su acto habrá servido para abrir nuevas puertas a la transparencia y a evitar nuevas irregularidades. Solo el tiempo nos lo dirá.

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